Detrás del problema de la inflación conviven múltiples factores, no solo monetarios. Es un problema que está entrelazado con el régimen cambiario, la situación de las finanzas públicas, el papel de las instituciones, la capacidad productiva en el país, la naturaleza de los contratos (especialmente en el mundo laboral) y también de las expectativas.
El otro elemento que conviene resaltar cuando se habla del problema inflacionario venezolano es la destrucción del sistema de precios, producto del abuso de casi 14 años de controles de cambio y precios que lejos de acabarse o simplificarse, se profundizan, generando un círculo vicioso difícil de salir. En palabras sencillas, decir que el sistema de precios está destruido es que en Venezuela las nociones de “barato” y “caro” están distorsionadas y están relacionadas con mecanismos de acceso a subsidios, arbitraje y también, corrupción.
Algunos ejemplos: el precio de la gasolina, el metro, o los servicios básicos (agua, electricidad y telefonía) tienen precios irrisorios. Son prácticamente un regalo, mientras que los alimentos se han encarecido significativamente en el último año en un total sinsentido. Por otro lado, la irresponsabilidad del Banco Central de Venezuela de no publicar las cifras de inflación nos deja a merced de rumores o mediciones propias que son limitadas, pero que muestran la naturaleza del problema.
Algunos medios han publicado que la inflación de 2016 fue de 830%, la medición de Ecoanalítica arroja una tasa para el mismo período en torno a 520% entre bienes y servicios regulados y no regulados. Si solo nos quedamos con productos no regulados y/o comercializados en el mercado negro o informal, la medición de la inflación supera los 1.300%. Para simplificar podemos decir que la inflación en Venezuela parece moverse en un rango que va de 500% a más de 1.200%, dependiendo de su capacidad de acceder a productos regulados, o subsidios. Esto lleva que los trabajadores pueden haber experimentado en 2016 una contracción del poder adquisitivo promedio que va desde 16,4% (con inflación tradicional de 520%) hasta 59,0% (utilizando el indicador de inflación subyacente).
Si miramos con lupa la inflación subyacente, el panorama se torna aún más preocupante, pues si las opacas cifras oficiales proyectan una tendencia hiperinflacionaria, nuestro indicador de inflación subyacente lo hace aún más evidente, con una inflación de cierre de 2016 de más de 1.300%, es decir, 2,6 veces mayor que la cifra de INPC y además reporta 983,4 puntos porcentuales por encima de la ya alta inflación subyacente del año 2015 de 383,1%; cifras que solo corroboran lo que ya los consumidores y las empresas perciben en carne propia en el mercado.
Esta distorsión genera desafíos en diferentes ámbitos. Por un lado, impiden que la situación de escasez y abastecimiento puedan normalizarse porque el mercado no funciona y además es difícil el diseño de las políticas de compensación salarial, pues los trabajadores muy probablemente no enfrentan la misma tasa de inflación. Con estas distorsiones en Venezuela los subsidios han perdido sentido y lo que tenemos enfrente es un agresivo proceso de empobrecimiento que sigue vivo y sin pausa alguna.
La pauperización del nivel de vida de la población ha conducido a un incremento de la pobreza en los últimos tres años, lo que en términos absolutos nos deja a niveles de 1997. Según cifras del INE, desde su nivel mínimo en el segundo semestre de 2012, cuando los hogares pobres por ingreso eran 1.483.264 (21,2% del total), los hogares pobres han aumentado 950.771 y se han ubicado en 2.434.035 (33,1%) en el primer semestre de 2015 (última cifra disponible), nivel muy parecido al de 1997 cuando se ubicaban en 2.452.958 (55,6%). Como vemos, pasado el boom más largo de ingresos petroleros, los beneficios se han diluido dejándonos en el mismo punto de partida de hace 20 años. En Ecoanalítica estimamos que en 2016 la pobreza se encuentre en torno a 52,4%, replicando la metodología del INE.
El trabajador venezolano ha sido golpeado con fuerza por la crisis, y en la actual situación de incertidumbre política, no se vislumbra un cambio económico en el corto plazo. Cualquier política económica impulsada por el que haga Gobierno en los años venideros debe pasar no solo por una reactivación de la economía y por un aumento de la productividad, sino por una política de ayuda social que proteja a la población de cualquier ajuste. Asimismo, para los hogares que han caído en pobreza recientemente, lo más importante es una recuperación de la senda de crecimiento que los rescate del ciclo vicioso de la pobreza estructural.
De cara a 2017 la preocupación está en si termina de desatarse la espiral hiperinflacionaria. En este sentido conviene destacar que si el Ejecutivo entra en una espiral de indexación salarial (con ajustes cada vez más frecuentes de salario mínimo) esto se convertirá en un detonante para una mayor aceleración de la tasa de inflación en Venezuela.
Es importante que tengamos presente, especialmente los líderes políticos, que detener el proceso de aceleración inflacionaria es uno de los grandes desafíos económicos del momento en Venezuela, y la misma debe enmarcarse dentro de un amplio programa de estabilización. Hay que actuar con rapidez frente a esto, nuestros ciudadanos nos lo van a agradecer.