Entrevista

Rubby Cobain: "Siento que soy una embajada ambulante de Venezuela"

Rubby Cobain se fue con cientos de billetes devaluados en la mano y volvió a Caracas con algunos de ellos convertidos en piezas de arte. Su visita ya está cargada de varias anécdotas y en esta entrevista habla sobre la ciudad que encontró, su experiencia migratoria y cómo influyó en su carrera artística

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Rubby Cobain, “la chama que pinta billetes”, para muchos es sinónimo de papel moneda como lienzo, óleos multicolores, pinceles finos y cientos de retratos de personajes de la cultura pop venezolana e internacional. Sin embargo, para quienes la conocieron en medio de un pogo de un toque rockero o en los jardines de La Estancia, Karina Freites – su nombre real – es la pana punk que logró darle visibilidad a su sueño artístico.

Dejó Caracas en 2016 y entre las calles de Buenos Aires, Argentina, entendió el potencial de lo que comenzó como un hobby en el colegio: devolverle el valor a los billetes venezolanos devaluados.

Karina Freites retratada por Daniel Hernández en una cafetería de Caracas.

Tiene 25 años y su propuesta “República Revaluada de Venezuela” la ha llevado a decenas de exposiciones en Argentina y otros países. También se convirtió en la host del web show “Tu voz es tu poder”, de Sin Mordaza, y por su empeño, cargado de entusiasmo, terminó como co-organizadora del Venezuela Art Fair, un proyecto que busca homenajear y visibilizar el talento de numerosos artistas venezolanos en Estados Unidos.

En Argentina, Rubby ha hecho varias cosas que su yo quinceañera deseaba: ver a sus artistas favoritos en conciertos, comenzar a vivir de su arte y conocer el mundo paso a paso. Sin embargo, había una cuenta pendiente: regresar a la ciudad que la vio crecer y recorrió por años con una sonrisa.

Finalmente lo logró y en esta conversación con El Estímulo habla de su proceso migratorio, una carrera artística que apenas se expande y de lo que encontró en la Caracas de perros calientes por un dólar después de seis años.

—Hablemos en modo pana, ¿viniste a «Venequia» por trámites legales o porque ya lo necesitabas?

—Tenía demasiadas ganas de volver. Yo me fui y al día siguiente ya me quería devolver. Fue como: “¡Qué lindo es Argentina, pero ya me quiero ir pa’ mi casa! Fue muy loco porque desde que emigré estaba con ese sentimiento. Obviamente, estoy haciendo tramites en el ínterin, pero me siento como en el opening del príncipe de Bel Air, el tipo así tomando fotos en toda la ciudad llueve, truene o relampaguee. Yo estoy feliz de estar acá, es una cosa loquísima. Yo capaz debo tener un problema neurológico (se ríe).

—¿Hay diferencias entre la Venezuela que dejaste y esta? ¿Qué es lo que te sorprendió?

—La gente. Las ganas de trabajar de la gente. No les importa quién está arriba o abajo, quién está gobernando, porque la realidad es que la gente está pendiente de buscar la plata en la calle, salen a trabajar. Yo creo que eso es lo que más me ha impactado, que la gente ha resuelto por sus propios medios. Y también, bueno, el tema -que no es menor- de los establecimientos nuevos, que cuando yo estaba acá eso no sucedía. Eso me ha impactado abismal.

También el moverse. Las motos, los taxis, eso es una renta. Cuando me fui, el transporte servía, normal. Yo andaba en metro, de Palo Verde a Propatria, ida y vuelta, y ahora eso es imposible. Eso afecta un montón porque imagínate los 5 días laborales que tiene la semana y gastar, que sé yo, cinco dólares de ida y vuelta.

—Andas a pie, como en los viejos tiempos, ¿qué tal tu experiencia en camionetica en la Caracas de 2022?

Me triggereo, porque una de las últimas veces que salí a la calle antes de irme me intentaron robar. Tú no sabes quién se monta. Están los chamos que venden caramelitos Chao, pero no sabes quién también se puede montar. Ellos me encantan, me dejaron como que wow, me dio risa. Son un montón, cada media cuadra se montan y unos son comiquísimos.

—¿Cuál era tu primer plan al pisar Caracas en este viaje tan planificado?

¡Ay chama, comer en Arturo’s! Comí en Arturo’s de una. Comer perros.

—Entonces ya probaste los perros calientes por un dólar…

Obvio, reina. Es más, por mi casa venden perros calientes con papitas fritas encima, eso es lo más grosero que yo me he comido en mi vida y lo más rico. Es una cosa que yo digo, pero señor Jesús esto es demasiado rico, esto no es legal.

Comer en Bonsai y tomar jugos naturales también. El mismo día que llegué, fui al estadio a ver al Caracas Fútbol Club. Eso fue muy duro. El tema del himno, cuando dice ‘seguid el ejemplo que Caracas dio’ y es como todo el mundo cantando, eso me espelucó toda. Yo lloré, estoy llorando desde el día en que llegué.

Rubby no solo vende sus billetes revaluados, sino que los volvió stickers para regalarlos a personas que le agradan. Este su autoretrato en papel autoadhesivo. Foto: Daniel Hernández.

—¿Qué hizo que tu visita demorara?

—Yo creo que un poquito de miedo. Un poquito de esa ansiedad de cómo iba a encontrar las cosas. También me atrasó muchísimo el tema de los apagones, la situación que hubo con la inseguridad, que eso a mí me tenía mal; el tema de la escasez y después de eso, la pandemia y el pasaporte. Lo saque allá y apenas lo tuve, me vine.

—El proyecto de pintar los billetes comenzó en Venezuela, casi terminando tu bachillerato, pero está clarísimo que se expandió en Argentina ¿Qué crees que fue lo que pasó? ¿Por qué allá lograste más?

—Creo que somos demasiados en el mundo, y como yo le digo a las redes que son una galería ambulante, creo que eso ayudó muchísimo. Aunque hay personas que dicen: “No, es que las redes sociales son muy tóxicas y tal”, las redes son realmente un reflejo de a quien tú sigues y tuyo. Yo tengo la dicha de tener a mi alrededor gente muy cool y que han compartido mucho lo que hago y ha sido muy lindo.

—Pero hubo un tiempo donde no mostraste más tu trabajo…

—Al principio lo sabían mis amigos, casi nadie… Dejé un tiempo sin subir los billetes, pero los empecé a subir de nuevo y se quedaron como: “Epa, ¿y esta chama qué?”. Así me empezaron a salir exposiciones en Argentina. Fue muy lindo como empezó a crecer todo y después coincidí, eso fue el año pasado, con Alex Tienda y le hice una pintura por el documental que hizo y eso fue un boom.

—¿Alex fue tu boom más duro?

—No, fue uno de ellos. Todo empezó en 2018 cuando hice unas pinturas de las protestas porque yo todavía estaba con eso a flor de piel; la de Alex Tienda; cuando Daniel Dhers y Yulimar ganaron; también los 500 hits de Miggy (Miguel Cabrera).

—¿Eso fue lo único que te ayudó?

—No. Yo acá en Venezuela hacía mis pigmentos, tenía unas pinturas, óleos, que eso dura muchísimo y bueno, lo rindes, pero para acuarelas y esas cosas, las hacía: agarraba pigmentos y los picaba, los mezclaba. Yo reciclaba papel. Aprendí a hacer cuadernos, hacía mis cosas porque era bastante caro.

Venir a Yimmy de Altamira era encontrar materiales muy buenos, pero era una moneda, como dicen en Argentina. Pero tener la autonomía de pagar mis cosas (en Argentina) me ayudó muchísimo para seguir impulsándome. Me abrió otro campo porque dije: ahora puedo agarrar y hacer las impresiones de los billetes grandes, los stickers, porque el papel autoadhesivo no es barato, entonces eso me ayudó también.

—¿Siempre estuvo en ti la certeza de vivir del arte?

—No. Siempre fue mi sueño, desde chamita, pero era muy raro porque cuando tú estás en el colegio la gente te ve y te dice: “Bueno, ¿tú qué vas a estudiar?”. Unos responden: “No, bueno, Arquitectura… Ingeniería, y cuando decías: “Yo quiero ser artista plástico”… Era como que ayyyy… Ojo, mi familia siempre me apoyó, pero la gente tiene cierto estigma de que el artista que lo logra es el artista muerto, ¿viste? (con tono argentino) Y no, ¿por qué tiene que ser así?

Cruz Diez lo logró y él estaba vivo, echándole un camión. Jesús Soto lo logró.

Lo que me ha ayudado es el tema de las redes porque nos quitamos ese estigma de que el arte no se paga, de que el arte se toma por sentado. Pasa en la música, la fotografía, ¿por qué? es una cosa muy loca. A la gente no le gusta pagar, pero todos consumimos arte. Si eso no es gratis, yo no voy. Tú escuchas ese artista 24/7 en Spotify, ¿entonces en Spotify sí lo pagas?

—Todo el mundo siempre dice que para ser artista hay que formarse. En tu caso no fue así, al menos no de manera absolutamente formal, ¿por qué?

—Yo empecé a estudiar acá Artes Plásticas mención pintura en la Unearte, pero no terminé por el rollo país. Era horrible el tema político. Había materias de cosas que yo no profeso y eso me mató. Chamo, yo estoy estudiando Artes Plásticas, no milito a nadie. Yo me voy de esta vaina. No me gustó, entonces me fui.

Yo soy una persona muy irreverente, no sé mentir, se me descubre la mentira rápido y no me gusta aceptar las cosas que no me gustan. Si hay una cosa que no me gusta, te la voy a decir. Me pasaba con ciertos profesores que eran adeptos al Gobierno y yo se los decía. Yo no milito esto, no sigo esto, no voy a hacerlo. Tenía encontronazos. Esto es una universidad pública y de arte, ¿qué tiene que ver el arte con la política? Yo soy muy punk y me parece ilógico que haya artistas punketos que están con el gobierno. El anarquista no está con el gobierno. Punketo chavista no tiene sentido.

—Desde chamita estuviste metida en cualquier evento cultural de Caracas, especialmente los festivales de música, ahora eres una referencia para muchos que crecieron contigo y para los que vienen detrás. Sin importar el ámbito, sea música o pintura, ¿ves algo diferente en el arte venezolano después de tantos años afuera?

—Me parece muy cool, y me llama la atención, que se están rescatando mucho esas cosas caribeñas. Tengo una amiga que se llama Irene, la cantante Irepelusa, y ella está rescatando mucho esa cosa caribeña, que si el manguito o el chinchorro. Eso me parece bueno porque nosotros siempre anhelamos otro tipo de enfoque, teníamos un enfoque más sureño, más tipo rockero argentino, ¿viste? (con tono argentino)

Çantamarta me parece súper increíble, y eso que es un grupo de chamos venezolanos y españoles. Veo una cosa muy Caribe, muy rica. Eso me gusta mucho. Me encanta el mango, soy del Caribe, ¿qué quieres que haga? ¿Que diga que me gusta el kiwi? Aquí no hay kiwi, no nace el kiwi. No voy a renegar de algo que es mío. También veo que se está llevando al arte plástico, hay chamos que yo sigo y están haciendo que si collages.

—Sé que el tema casi siempre lo tocas con humor, pero ¿cómo sobrellevas el mismo problema que viviste en Venezuela en Argentina?

—No me gusta decirlo, pero ya yo esa parte de la película la vi. No me gusta hablarlo porque imagínate que alguien venga a tu país y te diga que estás equivocado… Son un montón de cosas que yo estoy omitiendo porque no estuve en toda la época del país. A mí no me gustaría que se metieran con cosas de acá, entonces silenciosamente miro, analizo y callo. El tema de la devaluación, de los gobiernos de izquierda, ya lo viví y no lo tolero, pero no hablo. Es horroroso, pero hay ciertas diferencias. Allá es diferente la escasez, la plata. Aquí hubo un momento en que no había absolutamente nada y en Argentina hay mucha producción nacional, eso es lo que los salva. Esa gente no se va a quedar sin carne, azúcar, y ese tipo de cosas, pero sí vi ciertas escasez en un periodo de tiempo. Hace un mes y medio no se conseguía café y me asusté. Dije: “Esto me recuerda a la guerra de Vietnam”.

—Hay un meme que muchos en Twitter relacionan contigo: “Dominio total del mundo”. Más allá del chiste, ¿qué representa para ti esa frase?

—Es como quitar el estigma a las personas de que nosotros somos playas y arepas. Va más allá del meme, o de que digan: “!qué linda la harina pan en Suiza!”, sino que la gente ha conectado con nosotros. Nos hemos inmiscuido en todas las sociedades. Es lindo. A mí me parece lindo esa mezcla de culturas. Yo tengo panas en Israel, y me pregunto: “¿Señor, qué hace usted en Israel? ¿Cómo llego a allá?”. Y ver que esas personas llevan su budare debajo del brazo, me parece el dominio total del mundo y que lo estamos logrando demasiado.

—¿Has sentido que le has dado significado a ese meme?

—Sí, cuando fui a Nueva York para el Venezuela Art Fair fue como representar a todos. Sentí que me pusieron allí y yo llevaba la banderita para decir: “Hola, mi nombre es Karina Freites y les voy a exponer sobre Venezuela”. Yo siento, y me gusta tomarme esa atribución, que soy como una embajada, una embajada ambulante. Si yo voy a ir a cualquier sitio, quiero dejar una buena impresión para dejarnos bien a todos, para librar por todos.

Spiderman es de los personajes favoritos de Rubby. Foto: Daniel Hernández.

—Para no perder la costumbre, la pregunta clásica: ¿crees que la migración influyó en tu obra?

—Sí, en todo. En absolutamente todo porque extrañas hasta lo más tonto. Hay una cosa que siempre le digo a la gente, y es que antes de que se vayan de Caracas, la huelan. El olor de Caracas es diferente. No digo el olor de las motos y de los autobuses, sino, y esto va a sonar muy romántico, es el olor de esa brisa fría que baja del Avila, eso no lo tienes en ningún lado. Eso de ubicarte… (suelta unas lágrimas) por El Ávila porque es tu norte, eso no lo tienes en ningún lado. Entonces, es arrecho y yo me la paso llorando aquí en esta vaina porque todo es demasiado bello. Todo me recuerda a cuando estaba chama, pero ahora veo a la gente diferente. Cuando me fui, la gente estaba obstinada y triste, pero ahorita la gente está trabajando y le está echando un camión y medianamente como que puede sobrevivir, ¿viste? (con tono argentino). Y sí, quiero retratar a Venezuela en todos lados, quiero retratar a Caracas en todos lados. Es muy lindo porque también la gente que está afuera conecta y eso ayuda a que se siga esparciendo la voz de lo que hago.

—Has empapelado a varios de tus personajes. El más reciente fue JR Petare, pero también están Álex Tienda, José Rafael Guzmán y Jorge Drexler. ¿A quién te habría gustado entregarle una pieza, pero no puedes?

—A Carlos Cruz Diez me hubiera encantado empapelarlo y que ese señor me dijera: “Epa chama, eso sí esta fino” (con el tono del pintor). Conocí a Gabo – Gabriel Cruz -, al nieto, conectamos y es lindo que haya un nexo con tu artista favorito. Es durísimo. Fue algo muy familiar, muy personal, les hice una pintura de él, de Gabo, de su papá, y de Carlos Cruz Diez. Para él es su familia, pero para mi es wow porque es mi artista favorito. Ahora somos panas.

—Más allá del arte, ¿por qué Cruz Diez es tu artista favorito?

—Por su estilo de llevar la vida. Conecto mucho con eso porque era un artista que creaba bajo la premisa de la felicidad, de la celebración, de la familia, de estar con amigos, de vamos a caernos a palos, vamos a tocar guitarra, vamos a cantar. Ojalá en algún momento de mi vida yo pueda pintar bajo otro tipo de circunstancias. A mí me gusta pintar y estar con amigos, con mi familia, yo creo que el éxito no es nada si tú no tienes a nadie al lado.

¿Qué haces con el éxito si estás sola en una habitación llorando? Nadie quiere estar así. Por eso, para mí, Cruz Diez no es solo un ejemplo de arte, sino de estilo de vida.

—Sé que estás chama y todo puede pasar, pero ¿piensas que Argentina será tu lugar hasta el final?

—Yo amo Argentina. En este momento de mi vida me siento perfecta, pero quiero venir para acá. Yo sé que en algún momento voy a terminar acá. Quiero vivir en cualquier parte donde tenga vista a El Ávila. Quiero despertarme, tomarme un café y verlo. En mi casa puedo verlo, desde el oeste, pero lo veo completito. Ese sonido de las guacamayas (hace el sonido), me mata. Yo vivo en una ciudad donde no hay montañas, ni guacamayas, ni sapitos. Quiero mantener eso cuando venga para acá.

—Después de la visita, ¿qué recomendaciones le darías a un pana o extranjero que decida venir a Venezuela?

—No hagas el cambio a tu moneda local porque te vas a volver loco. Aquí se gasta muchísima plata, pero si sacas eso de la ecuación, yo creo que sería que disfrutes el paisaje. Esto está totalmente diferente a lo que uno dejó. Más allá de la locura, disfruta lo que tienes alrededor, disfruta todo. Ven sin miedo. Yo llegué nerviosa, pensando en qué me iba a pasar, con esa maleta llena de miedo y traumas que uno se llevó y lo primero que recibí cuando llegué acá fue un: “Bienvenida a tu país”. Eso fue duro, me pegó mucho. El aeropuerto ahora está decorado con los atletas olímpicos, pero cuando me fui era un desierto y Chávez. Eso es otra cosa, ya no veo esos ojos que me perseguían y me helaban todo. Ya no lo veo y lo agradezco profundamente.

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