Entrevista

Yolanda Moreno: “Hago danza nacionalista, porque el folclore es irrepresentable”

Vivió una infancia feliz en El Guarataro y a los 12 años ingresó al coro del Ministerio del Trabajo, donde descubrió su pasión por la danza. El Retablo de Maravillas fue la plataforma de lanzamiento de quien hoy, encaminada a los 75 años en los escenarios, es reconocida como “La bailarina del pueblo venezolano”

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Con el título de Danza, amor y tierra, Yolanda Moreno acaba de presentar su más reciente espectáculo en el teatro del Centro Cultural Chacao, en Caracas, para celebrar así un nuevo aniversario de Danzas Venezuela. De esta manera, arrancan los preparativos de cara a 2025, cuando se cumplirán los 75 años de esta emblemática compañía, que comenzó en el histórico Retablo de Maravillas, en donde ella, su fundadora, inició su recorrido artístico cuando apenas contaba 13 años de edad.

-Sin el empuje de Manuel Rodríguez Cárdenas, yo quizás sería hoy una enfermera, que estuviera por ahí retirada, protestando por el pago de mi jubilación; eso posiblemente hubiese sido”, exclama entre risas Yolanda Moreno en su conversación con El Estímulo, al hablar del eminente poeta venezolano, el hombre que la introdujo en el arte de la danza cuando ella era poco menos que una adolescente, el que la encaminó en sus primeros pasos artísticos y el que también, ya convertido en su esposo, sería su compañero inseparable en el desarrollo y consolidación de su carrera como máxima exponente por excelencia de la danza nacionalista.

Una muy joven Yolanda Moreno en el Retablo de Maravillas

“Mi vida siempre fue bella”

Del poeta aprendió a creer en sí misma, a amar las cosas nuestras, “porque él era un venezolano de esos grandes, para él nuestro país era lo mejor y consideraba al hombre venezolano como portador de apreciables valores. Él me decía: ‘Yolanda, quítate ese vestido, que te queda muy mal; al final de esa danza le falta un buen remate; lee tal cosa, vamos a buscar e investigar’. Y así, con tan dedicado maestro, fue puliendo aptitudes y afinando una vocación que la convertiría, como muchos la llaman, en “la bailarina del pueblo venezolano”.

De mi vida recuerdo que siempre fue bella -comenta-. Yo nací en una casa de vecindad en San Juan, de Pescador a Puente Nuevo. Tiempo después, nos mudamos a El Guarataro, donde pasé casi toda mi niñez. Fue una infancia feliz, me encantaba toda la gente que conocía, jugaba en la calle, patinaba, era una cosa distinta. Soy la tercera de cuatro hermanos, tres hembras y un varón, y mi papá murió cuando estábamos muy pequeños, por lo que mi mamá se convirtió en padre y madre a la vez.

«Soy la tercera de cuatro hermanos, tres hembras y un varón, y mi papá murió cuando estábamos muy pequeños, por lo que mi mamá se convirtió en padre y madre a la vez»

Recuerda a su madre como una mujer “fuerte, buena, dura, de temple; nada la empequeñecía, y si había que trabajar duro, pues lo hacía. Nuestra niñez fue muy pobre, pero esa pobreza que tiene una serie de alegrías: disfrutaba la escuela, mi barrio, mi gente. Había una disciplina en casa y nosotros cumplíamos los deberes que nos imponía mi mamá. Resultó muy bueno, porque hizo que yo fuera luego una buena madre y ama de casa”.

Rememora sus comienzos artísticos, no como bailarina, sino como integrante del coro del Ministerio del Trabajo, al que ingresó a los 12 años.

-Yo tenía una bonita voz y me pusieron entre las contraltos. Allí empezamos a ilustrar algunas canciones con movimientos, era una cosa rústica, sin escuela, pero los cantos eran bonitos.

Fue de esta manera que descubrió su inquietud por la danza.

Su arte se basa en danzas de raíz folclórica, pero al estilizarlas dejan de serlo y son nacionalistas. Foto cortesía Danzas Venezuela   

Pasó así al primer grupo de bailarines, creado también en el Ministerio del Trabajo, llamado Conjunto de Danzas Expresivas, donde tuvo como su primera maestra a Margarita Brenner, una austriaca que le enseñó el valor de la disciplina.

Nos enseñó a ser muy correctas, desde la manera como debíamos colgar la ropa, hasta la pulcritud de los zapatos. Nos revisaba las uñas, los dientes (risas), vigilaba porque estuviésemos bien peinadas, porque éramos muchachas muy humildes y ella pensaba que tenía que enseñarnos todo eso. Y en verdad tenía que enseñarnos: si las medias estaban bien puestas, limpias y todo eso. Ella decía que la bailarina tenía que ser limpia, oler muy bien y estar siempre acomodada.

Las giras eran intensas. Un día, pasando el río Orinoco, para unas presentaciones en Ciudad Bolívar, a la profesora Brenner la picó una raya y hubo de ser trasladada de emergencia a Caracas para operarla y tampoco pudo seguir con sus clases.

-Entonces nos trajeron a una maestra colombiana, Cecilia López, que era todo lo contrario de Margarita. Llegó con una propuesta distinta, de danzas latinoamericanas. Nos dio otro vuelco, bajo su dirección bailamos colombiano, ecuatoriano, peruano, mexicano y venezolano.

Giras de danza en la Venezuela profunda

Hay que decir que toda esta acción cultural se hacía con Manuel Rodríguez Cárdenas al frente de dirección de cultura y bienestar social del Ministerio del Trabajo. De su iniciativa surge en 1950 el Retablo de Maravillas. “Arranca con corales, danza y teatro. Hacíamos temporadas de dos meses en la plaza de El Silencio, íbamos al interior, a presentarnos en las plazas, en las calles, en los campos petroleros, en las minas de hierro de Bolívar. Viajábamos a donde estaban las grandes concentraciones de trabajadores”.

-Era un teatro ambulante, que tenía un equipamiento completo: ciclorama, cortinas americanas, camerinos y baños. Y nuestra planta eléctrica propia, porque a veces  había pueblitos que no tenían luz. Luego viene toda esa hecatombe de la caída del gobierno de Pérez Jiménez y la agrupación queda a la deriva. Rodríguez Cárdenas renuncia y pasaron cosas desagradables, que ya en mi mente están olvidadas.

Aunque ya no baila en los escenarios, sigue dando clases a los integrantes de su compañía. Foto cortesía Centro Cultural Chacao

Su siguiente paso fue dar clases de danza y formar su propio grupo, la Agrupación Venezolana de Danzas Nacionalistas -génesis de Danzas Venezuela-, con el que bailaba en un programa propio, que los miércoles, a las 8 de la noche, transmitía Radio Caracas Televisión.

-Había gente que la criticaba, porque decían que lo que hacía no era folclor…

-Yo desde un principio dije que nunca he sido folclorista, sino que me inspiro en el folclor. El folclor es irrepresentable, una vez que lo sacas del lugar donde nace ya está, deja de ser. Cuando lo montas en el teatro, con luces, cortinas, micrófonos y gente sentada mirando, con una cantidad de elementos que hacen que eso tan bello que se produce ahí se vea en el teatro, pierde ese carácter. Ahí está la labor del artista.

-¿Cómo ve su futuro, después de 74 años como bailarina, hoy parcialmente retirada?

-Retirada lo llamo porque no bailo en los escenarios. Pero lo hago todos los días en la compañía. Cuando estoy montando, estoy bailando. Ya estoy vieja, tengo 87 años, aunque todavía me veo muy bien en un escenario.

-Dicen que el artista nunca debe decir: “yo me retiro”…

-¡Es que la gente quiere que esté bailando todos los días y no puedo! ¡Ya me canso! Cuando taconeo con fuerza me duelen las cervicales.

-¿La experiencia más gratificante que ha tenido?

-Haber triunfado en el país de donde salen los más grandes bailarines: la Unión Soviética, hoy Rusia. Al llegar allí, en 1975, me trataron como una reina. Fui condecorada y declarada huésped de honor. Me dieron la medalla de la paz. Luego volví muchas veces. Fui invitada también como jurado en concursos de ballet. Yo no tengo nada que ver con ballet, pero estaba junto a las más grandes estrellas. Y la negrita de El Guarataro sentada ahí, sin hablar ruso (risas).

Durante un ensayo en una gira por China. Foto cortesía Danzas Venezuela

“Danzas Venezuela deja huella a donde va”

Yolanda Moreno encarna la dignidad de una trayectoria impecable, que ha retratado lo más noble del alma nacional a través de la danza. Su labor está basada en la permanencia de las tradiciones y en el orgullo de ser venezolano. “Nosotros nunca vamos a concursos, pero las veces que hemos ido, siempre ganamos”, exclama con evidente orgullo.

-La primera vez fue en Canadá, a un festival con motivo de la Expo de Montreal. Fuimos alegremente y no sabíamos que estábamos concursando con agrupaciones tan reconocidas como Coros, Cantos y Danzas de España y la Ópera de Pekín. También ganamos en Agrigento, Italia, en 1984 y en Corea del Sur. Danzas Venezuela es patrimonio Nacional. Nosotros lo sabemos sin que nos den el título.

-Después de lo de Canadá, enseguida hicimos tres giras a los Estados Unidos, que fueron muy bien recibidas, no solamente por parte del público, sino también de la crítica. Tenemos un libro de críticas de la prensa de cada lugar que visitamos. Recorrimos todo el país, faltaron solamente Alaska y Hawai.

-¿Cómo se financia su compañía?

-Danzas Venezuela se mantiene con el trabajo que hacemos: con la escuela, con las funciones, por aquí y por allá. La mayoría de mis bailarines están preparados para enseñar y es por eso que los coloco para dar clases como una forma también de apoyar a la comunidad. Están trabajando con jóvenes en los barrios. Mi escuela funciona muy bien, gracias a Dios.

V

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