Responde al arquetipo de la película que gana 11 premios Oscar y recauda en Venezuela el equivalente a un sueldo mínimo (sin ticket de alimentación) del muchacho que te rompe los tickets del cine. La La Land,que acaba de pasar como una OLP por los Globos de Oro (siete estatuillas) y se estrena en Venezuela el viernes 20 de enero sin expectativa alguna de taquilla,es romanticona, nostálgica y al mismo tiempo razonablemente realista. Está hecha en clave de musical, pero tampoco apabulla demasiado a los que sienten repugnancia por el género.
Antes que todo, La La Land es una grandiosa estrategia de marketing de una ciudad que no figura en ninguna lista de los lugares con mejor calidad de Estados Unidos y mucho menos del mundo: Los Ángeles, una de cuyas alcaldías (por usar un símil caraqueño) es Hollywood.
La La Land es lo que ocurre cuando a la industria le resulta intolerable que un francés gane el Oscar con un homenaje silente y en blanco y negro a Hollywood. El resultado es una The Artist multiplicada por un trillón, no ya el período del cine mudo, sino en la posterior apoteosis del colorinche y el musical en la urbe californiana “donde se venera todo y no se valora nada”, como resalta una línea de diálogo.
Al director Damien Chazelle (Whiplash) no le hace falta mostrar a las pandillas del South Central para sugerir que, como prácticamente todo sobre la Tierra, Los Ángeles está en decadencia: que Hollywood ya no es lo que fue, que ahora las películas se hacen más en las pantallas de computadoras que en los desolados estudios, que se trata de una ciudad relativamente poco amable y amorfa. E igual, la poesía está siempre en los ojos del que sepa descubrirla.
¿Por qué la historia de amor entre la empleada más bien normalita de un café que aspira a convertirse en actriz (Emma Stone) y un pianista nostálgico del jazz que mata tigres tocando éxitos de los ochenta en fiestas (Ryan Gosling) se podría rodar también en Caracas?
¿Por qué la capital venezolana tiene más de una semejanza con Los Ángeles, más allá del clima de primavera casi permanente (“Otro día de sol”)? He aquí las razones para filmar una CCS Te Quiero, o una Tarará-Caracas(cualquier título menos Suena Caracas), sin que el resultado sea necesariamente una morisqueta:
- Porque empieza y termina con una cola. No hace falta que la película se estrene para que su secuencia inicial ya sea famosa, con parodia y todo en los Globos de Oro: un musical en medio de un descomunal congestionamiento de tráfico. ¿Qué identifica a Caracas en este momento de su historia? Las colas, ya no tanto de carros en la autopista, sino de gente en los supermercados y las panaderías. ¿No sería genial un número musical que estallara en plena cola con personas que se ponen a bailar y cantar mientras esperan un número para saber si les toca pan? ¿No serviría acaso para sublimar la desesperanza? De lo que se trata aquí es de vender la esencia de una ciudad, sin maquillarla o endulzarla, resaltando que dentro de ella siempre hay seres humanos que ríen, lloran, le echan pichón, aman, sufren y sueñan.
- Porque la chica podría ser una escritora de telenovelas. ¿Qué lleva rato en decadencia en Hollywood? El sistema de producción de películas tal como lo conocíamos en la era dorada de los estudios. ¿Qué género audiovisual Venezuela dominó como una superpotencia y prácticamente ha desaparecido? La telenovela. La equivalente venezolana de Mia (Emma Stone) podría ser una chica opositora que vive en el casco viejo de Chacao (uno de los lugares en Caracas que, mal que bien, conserva cierto remedo de espíritu de Gemeinschaft o comunidad), que sube al Ávila por Sabas Nieves y que aspira a protagonizar y/o escribir telenovelas rosa y se quiere ir del país, quizás a Colombia, México o Miami.
- Porque él podría ser un joven gerente de PDVSA que adora la música de Billo’s. ¿Qué impulso sigue más o menos haciendo rebotar a ese gato muerto que es la economía venezolana? El petróleo. ¿Quién podría ser el equivalente caraqueño a Sebastian (Ryan Gosling), el músico nostálgico que presencia cómo el jazz va quedando reducido a banda sonora de geriátricos y consultorios dentales? Quizás un ejecutivo de PDVSA, un joven chavista moderado que no está contento con el rumbo del proceso pero que detesta a los políticos de la MUD (casi todo lo que define hoy por oposición a un oficialista, de la misma manera que ocurre en la otra acera), al que le gusta pasear por los alrededores de la Plaza Bolívar y que desarrolla un proyecto para rescatar las orquestas tipo Billo’s. De esta manera, el argumento romántico se enriquecería con el terrible drama de la polarización (no le vamos a adelantar el final de La La Land, pero…).
- Porque Caracas se mira mucho mejor desde las alturas. ¿Qué define a Los Ángeles? Las vistas panorámicas desde las colinas que la rodean. De lejos, se ve menos lo malo de las ciudades. Caracas ofrecería múltiples lugares para rendirle un tributo cinematográfico desde las alturas: Sabas Nieves, Los Venados, el Camino de los Españoles, el Teleférico, las escaleras del Calvario, el mirador de la Cota Mil, la terraza del Galería Los Naranjos y pare de contar. Esta época del año, entre diciembre y enero, es precisamente la ideal para el rodaje por la textura suave de la luz, antes de que aparezca la calima de la sequía.
- Porque nosotros tenemos nuestro Observatorio Griffith: el Planetario Humboldt. La película de Damien Chazelle se vale para una de sus escenas de uno de los íconos de Los Ángeles, el Observatorio Griffith, que ha sido locación de clásicos de Hollywood como Rebelde sin causa (1955). Nosotros tenemos el Parque del Este. La ciudad de California suele ser un poco hostil para el que no tiene carro, por sus distancias enormes, y Caracas es quizás lo contrario: probablemente nos resulta menos infernal a los que la pateamos a pie. ¿Cines viejos como el Rialto de Los Ángeles? Curiosamente, en la capital venezolana sigue funcionando su primera gran sala de exhibición, el Teatro Ayacucho (1929). ¿El cartel de Hollywood? Nosotros tenemos el de Caurimare. El número musical principal podría escenificarse en lo que queda en pie de Parque Central y recrear el intro de la telenovela Cristal, con una nueva versión de “Mi vida eres tú” de Rudy La Scala. Sí, una La La Land de verdad levantaría la moral de este valle de estómagos sonoros.