Espectáculos

Los talentos ocultos en la oposición

Aquel clásico de biblioteca infantil no se titula La mujer que calculaba. Los estudios científicos no son concluyentes, pero se supone que los cerebros femeninos son más aptos para la intuición y la interacción social que para el pensamiento abstracto.

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Además son negras. Viven en un sitio y en una época en la que la gente de color tiene que usar su propio baño, su propio bebedero, su propio termo de café y sus propios puestos de autobús (los de atrás) para no contaminar con sus partículas desprendidas de melanina los objetos de los blancos, habrase visto.

Todo bastante familiar para un país en el que, si votas en contra del chavismo, careces de derecho a marchar por el centro de tu capital. O a que los diputados que elegiste puedan cumplir sus atribuciones constitucionales. O a una justicia independiente. La oposición está llena de talentos ocultos listos para dar consejos sobre economía, urbanismo, legislación y pare de contar.

La película Talentos ocultos (2016) es parte del lote de las postuladas al Oscar de 2017. Cuenta la historia real, por supuesto que con su comprensible manicure hollywoodense, de tres negras brillantes de la NASA: Katherine Goble (todavía viva a los 98 años), geómetra analítica en el equipo que mandó al hombre a la Luna; Mary Jackson (1921-2005), pionera como ingeniera aeronáutica; y Dorothy Vaughan (1910-2008), supervisora de las primeras computadoras IBM.

Las interpretan, en ese orden, una Taraji P. Henson  al filo de la sobreactuación (sobre todo en la clásica escena tipo Óscar en la que reclama no sólo por el baño a 40 minutos de distancia, sino por todo lo que sea reclamable), una Janelle Monáe considerablemente más mami que la original Mary y esas amables circularidades de Octavia Spencer que siempre te alegran el día.

Sheldon humillado

Para los nerds, Talentos ocultos siempre quedará para la historia como la película en la que Sheldon, el de The Big Bang Theory,(Jim Parsons) es inmisericordemente humillado una y otra vez como teórico por una matemática del sexo femenino.

Parsons al menos tiene una ocasión para desquitarse, en una antológica escena en la que gentilmente representa la trayectoria del cohete que convertirá a John Glenn en el primer estadounidense en órbita (1962), cuando la carrera espacial la estaban ganando los soviéticos y la NASA estaba más presionada que la gerencia de los Leones del Caracas.

De entrada hay que aclarar que Talentos ocultos es una película dirigida por un blanco, Theodore Melfi. Desde un estricto punto de vista de militancia racial, puede ser visto como un filme paternalista y condescendiente, en el que el gran muchacho de la película, al fin y al cabo, es un galán rubio irresistible hasta para las negras (Glen Powell como el héroe espacial John Glenn), y en donde el que literalmente derriba las barreras raciales, si bien por motivos estrictamente prácticos, es Kevin Costner (hace de jefe del equipo de lanzamientos espaciales de la NASA).

El único personaje que cuestiona ese estado de cosas es la pareja de Mary (Alvis Hodge como Levi Jackson), un candidato a futuro integrante de las Panteras Negras. Mahershala Alí (que también brilla en Moonlight, una de las candidatas duras al Óscar) se confirma como sabrosura de la negrura de estos tiempos y hay una escena, la del cumpleaños de Katherine-Taraji P. Henson, en la que hace turbarse hasta al macho más macho: “Convertirme en tu esposo es convertirme antes en el padre de tus tres hijas”.

Porque hay que decir que Melfi, hasta bien entrada la película, esconde bien la carta de que las tres chicas de la NASA, además de genios abstractos y heroínas civiles, son mamá y papá a la vez.

Alguien me comentó que el argumento de Talentos ocultos parecía sacado de las páginas de la revista Selecciones del Reader’s Digest, otrora órgano bastión del pensamiento conservador. Es cierto que la muy canónica película de Melfi probablemente se convertirá, sobre todo, en una historia edificante para ver un domingo por televisión. En todo caso funciona como recordatorio del peligro práctico de desperdiciar a los más inteligentes.   

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