Espectáculos

Jhoabeat, el pana romántico que hace ruidos con la boca

El representante venezolano del beatbox mostró una faceta más íntima en Noches de Guataca, que se realizó en el Espacio Plural.

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Fotografía: Alejandro Cremades

Jhoabeat dijo satisfecho que era la primera vez que salía a un escenario en el que no estuviera ocurriendo una rumba. Que no era solo “el pana que hace ruidos con la boca” e iba a demostrar otras facetas de su música.
“Gracias a Guataca por brindar espacios a los artistas que hacen vida en el país. Están logrando proyectos que son clave para seguir”, afirmó.
La energía y la buena vibra fueron clave; sobre todo porque el exceso de fallas técnicas durante su show amenazó con dañar la atmósfera. Pero no ocurrió. Él demostró que en improvisación se defiende sin ningún complejo, aun teniendo que ocultar la molestia en cada falla de sonido.

La más reciente sesión de Noches de Guataca, que se realizó este miércoles en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural y fue presentada por Aquiles Báez, tuvo al exponente del beatbox que estudió guitarra clásica en el Conservatorio de Carabobo.
Además de sus “golpes de percusión” bucales –que llevaron al público de la electrónica, al rap y las descargas de tambor–, Jhoabeat fue un joven romántico.
Presentó varios temas de amor, mezclando la voz, el beatbox y la guitarra eléctrica. Entre temas como “7.000 km” y “Buen comienzo” ofreció su sencillo promocional, que –prometió– sonaría pronto en la radio: “Pequeña niña”.

Además hizo versiones de canciones como “Gatos oliva” y “High” de Rawayana, y “Verso terso” de Cultura Profética.

Jhoabeat NG2
Todo transcurrió en un set dispuesto como si se tratara de la sala de su casa: sofá, alfombras y un perchero con gorras como la que usó, en combinación con su atuendo negro.

“Los invito a todos a Puerto Cabello, aunque mi mamá me mate, y después terminamos la rumba en la playa”. El público, que lo aplaudió y coreó cada tema, estaba complacido.
Hacia la mitad del show, creó un sonido aéreo, sigiloso, animal. Como de aves e insectos comunicándose en el ambiente espeso de la noche caraqueña. Le siguió una melodía nostálgica.

En los episodios electrónicos, Jhoabeat aumentaba y disminuía la intensidad de la música al pasear el micrófono por su garganta y cuello. Un momento Tomorrowland y otro de tambor costeño auguraron el final. Satisfecho, a pesar de las complicaciones, se despidió. “Siempre he dicho que el beatbox es como las palabras”.

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