"Candyman": la reinvención de un clásico del terror
Secuela inmediata de la película de Bernard Rose de 1992, es también un alegato social de alto calibre. Con Jordan Peele como productor, el film se mueve en el complicado terreno de la crítica social y el acento sobre temas raciales. Pero su verdadera fortaleza radica en no olvidar la raíz esencial de su premisa: el cine de terror
Candyman es una leyenda urbana. O así lo plantea desde las primeras secuencias la poderosa dirección de Nia DaCosta, que elabora una historia profunda a través de la metáfora visual. El relato no olvida su origen y durante los primeros diez minutos, la directora redimensiona el guion de Jordan Peele y Win Rosenfeld en un cuento de hadas tétrico. Porque eso es lo que es Candyman en su entorno natural.
También, para la nueva audiencia que debe comprender las raíces de un film que depende de su original. Pero DaCosta se las arregla para contar, como en un viejo ritual terrorífico, lo necesario para que su versión del icónico monstruo cinematográfico tome vida propia e independiente. Lo logra con una reconstrucción pulcra del relato oral que ahora se cuenta a los incrédulos de una época cínica.
Lo preciso de la propuesta proviene justo de su negativa a repetir lugares comunes. DaCosta tiene la audacia de hacer hincapié en el tabú del racismo, pero desde la periferia. No es el tema central de la película —aunque está presente— pero sí es el contexto que la rodea. Un viejo y retorcido fantasma que al final se convierte en una maldición que se extiende en todas direcciones a partir de su premisa. ¿De dónde provienen nuestros monstruos? ¿Por qué nacen las criaturas a las que tememos? ¿Cuál es el origen de lo que se esconde en las sombras de la imaginación cultural?
Terror y denuncia
La película tiene el duro compromiso de reinventar al monstruo original, que apareció por primera vez en el cine en 1992. Bernard Rose adaptó de la narración “Lo prohibido” de Clive Baker, la peculiar combinación entre cuento terrorífico y una persistente necesidad de denuncia, que se transformó en nuevos códigos sobre lo que provoca miedo. Lo hizo a un estilo un tanto descafeinado que, aun así, convirtió al film en un clásico del terror.
Con la poderosa presencia de Tony Todd y la mirada inquieta de Virginia Madsen, “Candyman” se transformó en una precursora del género de terror con contenido social y de denuncia. El film de DaCosta sostiene ese perdurable legado sobre lo social, la reflexión acerca de la raza y la discriminación, en un contexto nuevo. Con mano firme, se aleja de los lugares habituales sobre el dolor negro, la pobreza y el estigma. En lugar de eso, la directora se atreve a preguntarse si necesita elaborar una denuncia a través de un monstruo que es una herencia. La respuesta es una. Este nuevo “Candyman” (que en realidad es el mismo de Rose, de Baker y la leyenda homónima que pulula en cuentos y leyendas folclóricas norteamericanas) es una mirada al pasado trágico de la comunidad afroamericana.
Esta vez, es el arte —en lugar del mundo académico-lo que transita a través del miedo. Yahya Abdul-Mateen II (Doctor Manhattan en la serie “Watchmen”), es un hombre alejado de todos los estereotipos del hombre negro atormentado por un legado trágico. Es exitoso, creativo y necesita un lugar en el mundo. Pero también, es el centro de todos los secretos. Es la concepción sobre como la expresión artística convierte a Candyman en un monstruo que se sostiene como una herida social.
Por supuesto, con Jordan Peele como productor, la crítica racial es obvia. Pero jamás sobrepasa los códigos del género o se apropia del discurso de DaCosta. En lugar de eso, la reflexión de la directora sobre el mundo posterior al Black Lives Matter, se basa en una conjetura. ¿Por qué discriminamos? ¿Qué hace que los grandes males sociales sean cada vez más notorios? No es casual que el monstruo se regenere y llegue a la metamorfosis total a través de la injusticia. Cada rostro de Candyman es un crimen, un exabrupto. Una muchedumbre que lincha con mano impune y que el garfio de la criatura sobrenatural, regresa para vengar.
Pero “Candyman” es, sobre todo, una inspirada película de terror. DaCosta crea algunas de las escenas más brillantes del género en décadas y juega con el fantasma de varias generaciones, con soltura. El uso de espejos, la iluminación, el gore que hace referencia al relato de Baker, transforman a la película en una asombrosa colección de terrores encapsulados en preciosas escenas de destacada estética.
DaCosta quiere crear un relato, pero también sabe que su herramienta es la imagen. Ambas cosas juntas, transforman a “Candyman” en un riesgo de principio a fin. La sangre abunda, las apariciones espectrales también. Pero lo realmente valioso es lo que late al fondo de un firme corazón fatídico. La mirada del otro en una época de grandes diferencias.
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