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Goodbye, Mister Bond, is No time to die

No time to die (Sin tiempo para morir) no solo es una extraordinaria película Bond, también es una gran epopeya de acción con sabor agridulce, que reinterpreta el mito y dota al personaje de una tridimensionalidad que se agradece y asombra. Se estrenó este jueves en Reino Unido con una muy buena arrancada de público y crítica.

James Bond, por Daniel Craig en 007 No Time to Die
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James Bond, la saga más antigua del cine, termina una larga y fructífera etapa. Daniel Craig, el rostro que moldeó al personaje a la medida de la cultura pop contemporánea, se retira después de catorce años de interpretar al agente secreto de Su Majestad.

Y lo hace al dejar un curioso legado: la continuidad. Porque a pesar de las críticas, las frecuentes acusaciones de misoginia, de ser una fórmula gastada y otros tantos señalamientos contra Bond, Craig le brindó una fortaleza física y una personalidad que desvirtuaron los aires arcaicos de la franquicia. De vuelta para una despedida, el film Sin Tiempo para Morir, (No Time to Die) de Cary Fukunaga, no sólo es un homenaje a la saga. Es una celebración a su importancia.

En una de las escenas Sin Tiempo para Morir (2021) de Cary Fukunaga, el Bond de Daniel Craig se enfrenta a Safin, el villano interpretado por Rami Malek cara a cara. Ambos se contemplan uno al otro, se miden como criaturas de la misma especie y de idéntica hechura. Después de todos, se trata de huérfanos dispuestos a matar y a morir sin piedad. Pero Safin tiene un propósito: Trascender. “Somos lo que dejamos como legado”, dice con una curiosa sonrisa torcida en su rostro contorsionado por el odio. “Es lo que deseo. Moriré, pero dejaré algo a mi paso”.

007 vs la modernidad

La frase podría resumir el sentido de permanencia de la más reciente película de James Bond y la que despedirá al actor Daniel Craig como el actor titular de la franquicia. Por 14 años, Craig esculpió al personaje hasta brindarle una tesitura por completo nueva. Y una que renovó la saga al completo. Rubio y de ojos azules, mucho más físico que cualquier otro Bond de la historia de la saga y en especial, de una singular firmeza, el agente de Su Majestad tomó un rumbo distinto y desconocido que permitió al personaje crecer de forma inusitada.

Daniel Craig, un actor poco conocido al momento de tomar el martini y el Aston Martin DB5 reglamentario, también fue el artífice de una transformación interna.

El Bond del nuevo milenio aceptó su cualidad de reliquia. En Casino Royale (2006), basada en el libro del mismo nombre y dirigida por Martin Campbell, James Bond por primera vez admite que el mundo moderno le sobrepasa, pero, aun así, está dispuesto a luchar. El film era una incógnita para la audiencia, en especial luego de las críticas a la selección del actor: Daniel Craig parecía carecer de la elegancia, la sutileza y la ferocidad felina del Bond de Ian Fleming.

Un Bond repotenciado

Por el contrario, era hosco, rudo y con tanta fuerza física que terminó por levantar algunos rumores que debió tomar clases de etiqueta y vestuario para interpretar al agente secreto más sofisticado de la pantalla grande. Años después, Craig diría que se trató de una forma de entender a la época y a la audiencia.

“Sabía que nadie entendería un Bond como el que narraba el guion y aceptaron algunas de mis sugerencias” comentó.

Se refería a convertir a Bond de un seductor irresistible y con múltiples talentos desconcertantes, en una máquina de matar. Casino Royale estuvo llena de persecuciones, explosiones y primeros planos de Daniel Craig mostrando su considerable fortaleza física. Y el film se convirtió en un éxito. No sólo recuperó la alicaída figura del agente, sino que resultó ser un desafío para su imagen y su repercusión en la cultura pop.

Daniel Craig había logrado lo imposible: desafiar las expectativas y adueñarse del personaje con una facilidad desconcertante. Pero también, hizo algo más. Elevó a Bond a la categoría de reliquia de museo, una criatura autoconsciente que sus métodos y su utilidad tenían el tiempo contado. No obstante, no por ese motivo el espía más conocido del cine dejaría de hacer su trabajo. Y lo haría bien. Un recorrido asombroso a través de algo más pertinente y de considerable interés. ¿Qué heredaría James Bond al futuro?

Bond, premiere de No Time to Die

Érase una vez un hombre llamado Bond, James Bond

James Bond, es algo más que un personaje. Es un símbolo de cierto tipo de poder omnipotente que con el transcurrir de las décadas, se hizo cada vez más inverosímil y, en especial, tosco. Mientras docenas de imitadores de la fórmula Bond se convertían en éxitos de taquilla y sensibles agentes más en contacto con un nuevo tipo de masculinidad poblaban la pantalla, Bond continuó aferrado a específica forma de definir la habilidad y la masculinidad.

Por supuesto, razones para la renuencia a la evolución no faltaban. El primer James Bond de la pantalla grande construyó el personaje a su imagen y semejanza. Sean Connery, que lo interpretó de 1962 a 1967, moldeó al James Bond literario sobre su propia idea de lo viril y la fuerza erótica masculina. El resultado fue una revolución en los cánones de personajes semejantes, pero en especial, una potencia física e intelectual que era el reflejo de los cambios que ocurrían al otro lado de la pantalla grande.

Bond, con su aire elegante, frío y manipulador, con todas las habilidades necesarias para convertirse en ícono, hizo del actor una estrella y al personaje un emblema británico. Connery se convirtió en un ejemplo a seguir no sólo para los siguientes actores de la franquicia sino para entender cierto sentido de un perverso goce erótico e impune. Bond, seducía mujeres y mataba con la misma facilidad, en un ambiente despótico en que era el centro de todas las miradas y amenazas.

Bond por el seductor Sean Connery
Bond, James Bond, en la mirada seductora y desafiante de Sean Connery, para muchos, el mejor 007 de todos los tiempos…antes de Craig

Buenos intentos

Sin duda, por ese motivo George Lazenby solo interpretó al personaje una vez en 1969, en la película Al servicio de Su Majestad, de Peter Hunt. A pesar de las buenas intenciones del actor, el poder físico y la marcada personalidad de Connery eran casi imposibles de imitar y ya no digamos, de superar. De modo que, a pesar de su elegante estampa, sólo interpretó a Bond en uno de los films considerados casi desconocidos de la franquicia.

A Lazenby le seguirían Roger Moore, que interpretó al personaje entre 1973 al 1985 y dotó a Bond de una efervescencia y cinismo que se incorporó al núcleo central imaginado por Connery a partir de la versión de Fleming. Después llegaría Timothy Dalton, que encarnó con muy poco tino y menos éxito a una criatura híbrida y deslucida entre el encanto de Moore y el consistente intento de Connery por crear un hombre poderoso en la pantalla grande. Pero el Bond de Dalton simbolizó el declive de la franquicia: de 1986 a 1993, el actor luchó contra críticas y al final, con una caída en desastre de la saga que casi la lleva a su desaparición.

Roger Moore como 007
El también británico Roger Moore fue el actor que más veces interpretó a Bond. Su 007 fue el primero «con licencia para matar».

Muy temprano para escapar

Para cuando el magnífico Pierce Brosnan comenzó a interpretar a Bond en 1995, tenía el duro compromiso de rescatar a la franquicia de críticas, golpes de taquilla y el desinterés del público. No sólo se trató de la capacidad de Brosnan para brindar elegancia, ingenio y sentido del humor al personaje, sino que le impregnó aires contemporáneos.

Este nuevo Bond, que cruzó el nuevo milenio con una sofisticada facilidad, tenía un acento suave, una inteligencia brillante y un magnetismo personal asombroso. Para la última película del actor en Otro día para morir (2002), de Lee Tamahori, todas las piezas del tablero estaban dispuestas para la llegada de un nuevo Bond. Y también, de un personaje poderoso que tuviera que enfrentar los retos de nuevas sensibilidades, discusiones y un nuevo tipo de cine que, por momentos, no parecía muy interesado en la vieja reliquia de un pasado glorioso del cine de acción.

Buen viaje y una buena vida, Agente OO7

La última película de Daniel Craig como Bond estuvo llena de controversia. El rumor que una mujer tomaría el lugar del agente golpeó a la producción, incluso antes que se aclarara que era una decisión para apuntalar la trama. Pero las voces de protestas no se hicieron esperar. Lashana Lynch, la nueva agente en ostentar el mítico número, tuvo que lidiar con racismo y misoginia, a pesar que los productores y el propio director aclaró que se trataba de un hecho “estructural para definir el tono de la película”.

En medio de la pandemia del coronavirus, la producción sufrió retrasos, hubo considerables obstáculos y en más de una ocasión, las filmaciones se detuvieron. Por último, se insistió que la película era una especie de combinación de muchas ideas distintas, no todas por completo fiel al personaje y a su historia.

Pero Time To Die no solo es una extraordinaria película Bond, también es una gran epopeya de acción con sabor agridulce, que reinterpreta el mito y dota al personaje de una tridimensionalidad que se agradece y asombra.

No sólo es un recorrido por lo mejor de la saga Bond, sino que deja una espectacular mirada al legado profundo de una franquicia construida para ser emblema. Desde el formidable M de Ralph Fiennes hasta el adorable Q, Ben Whishaw (que se permitió revelar su sexualidad en una escueta y significativa conversación trivial), el elenco y el argumento es un ejemplo del buen cine de acción clásico.

Una exagerada épica con piruetas ególatras, ultra viriles y con un prosaico desprecio a la física, que sin embargo son aceptables y entretenidas en la medida que ese es el Universo de Bond. Uno que alaba la hipermasculinidad, pero que en esta ocasión evoluciona con cuidado hacia algo más profundo, persistente y conmovedor.

Otra buena idea para contar

James Bond sigue siendo una máquina de matar. Pero ahora tiene amigos, un real interés amoroso y, de pronto, incluso una revelación que transforma la película en una despedida a toda regla de un modo de interpretar al personaje.

El guion de Neal Purvis, Robert Wade, con Phoebe Waller-Bridge logró que la película tuviera una intuición espléndida para sobrellevar sus baches, exageraciones y extravagancias. Pero Bond es Bond y se le perdona casi todo. Incluso correr con una camisa impoluta de un blanco radiante en mitad de una balacera, explosiones y chistes macabros sobre muertes aparatosas.

Al final del día, Daniel Craig sangrará, pero solo un poco. Lo hará de pie, mirando el cielo airoso y se despide de su audiencia, con la férrea convicción que Bond es más que su rostro y sus esfuerzos por crear y modelar el personaje para una nueva generación. ¿Qué espera después de esta apoteósica despedida? Los productores aseguraron que dejarán la esperada decisión del nuevo Bond para el año entrante, pero incluso así, ya desde ahora, el rostro desconocido con un martini — “shaken, not stirred” — tiene la responsabilidad de tomar el legado que recibe y hacerlo aún más grande.

Con su rostro granítico y su poder para crear la fantasía de un poder imposible, James Bond se despide — por ahora — con una elegancia suprema y un legado perdurable. Más de lo que podría pedirse para un personaje que comenzó como un borrador de pasatiempos para un hombre que imaginó a un agente secreto invencible y pensó que sería una buena idea contar sus historias.

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