Cultura

Incombustibles a los 80

En un mundo en el que la juventud se cotiza, se adora y se persigue, es significativo observar cómo Mina, Mirla Castellanos, Concha Velasco, Lila Morillo y Raquel Welch, luminarias octogenarias que han entretenido a varias generaciones, siguen siendo admiradas, celebradas y, lo más importante, rentables

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Foto de portada: Lila Morillo cuando estaba con José Luis Rodríguez

Tener ocho décadas de vida no significa estar acabado. Todo lo contrario. En el mundo del espectáculo hay unos cuantos ejemplos de ganas de vivir y seguir triunfando, de superar cada día la labor realizada. Casos como los de las actrices Raquel Welch y Concha Velasco, así como los de la cantante italiana Mina y sus colegas venezolanas Mirla Castellanos y Lila Morillo resaltan a los 80, cada una en su estilo, con notoria elocuencia.

Todas tienen largas y exitosas carreras y como denominador común exhiben el de haber llegado a los 80 años de edad en este difícil 2020 de pandemia, tan lleno de incógnitas de cara al futuro que vendrá, cuando finalmente cese la cuarentena que mantiene parcialmente aparcadas sus actividades. Aunque no del todo, pues siguen preparando proyectos para cuando la “nueva normalidad” lo permita.

Son cinco octogenarias incombustibles, que demuestran que se puede llegar en perfectas condiciones a los 80. Ellas son un signo de que la edad no es un impedimento para ser competentes, brillantes y reconocidas.

En un mundo en el que la juventud se cotiza, se adora y se persigue, es significativo observar cómo estas veteranas artistas, que han entretenido a varias generaciones, siguen siendo admiradas, celebradas y, lo más importante, rentables.

Este es un repaso de lo que ha sido la vida profesional y personal de Mina, Raquel Welch, Concha Velasco, Mirla Castellanos y Lila Morillo, destacados ejemplos de luminarias que a los 80 años mantienen y cultivan su vigencia.

Mina: La que se fue sin irse

Precisamente en estos días de confinamiento global, giramos la mirada hacia una celebridad que a los 38 años buscó precisamente el retiro, a lo Greta Garbo, alejándose de los focos y de lo que comportaba la exposición pública.

Después de su último concierto, el 23 de agosto de 1978 en su querida Bussola, la sala de la Riviera toscana que la vio crecer y en la que vivió tantas noches de gloria, Mina, una de las más grandes cantantes del mundo, dijo basta y dejó que, en adelante, la música que graba puntualmente, hablara por ella.

Al dejar de actuar en directo y de aparecer en público, cansada del acoso de los paparazzi y de la exposición excesiva, muchos pensaron que sería su final, pero nada más lejos de la realidad, pues siguió consolidando su estatus de artista de culto, grabando música a un ritmo impresionante, casi de un álbum por año.

Mina desde su retiro en 1978 graba un disco por año

El más reciente data de noviembre de 2019, se llama Mina Fossati y está formado por temas inéditos compuestos por el cantautor Ivano Fossati. Como la mayoría de sus trabajos, ha tenido buenos resultados de ventas y excelentes críticas.

El pasado 25 de marzo, a pocos días de iniciarse la pandemia, cumplió 80 años (nació en Busto Arsizio, Italia, en 1940) en su muy particular confinamiento. Desde su retiro en Lugano, en la Suiza italiana, en donde tiene su propio estudio de grabación en su casa, la vocalista italiana más universal, la indócil “Tigresa de Cremona”, sigue siendo influyente generación tras generación (hasta un rapero destacado, Mondo Marcio, le rindió homenaje en el álbum titulado Nella bocca della tigre) y sigue siendo lección de vida y de modernidad.

No es para menos, tratándose de Anna Maria Mazzini, que así es su verdadero nombre, quien desde muy joven deslumbró al gran público de su país, y al del resto de Europa, primero con hitos de la movida juvenil como el twist Tintarella di luna (su primer éxito, en 1959, a los 19 años) o la poderosa balada Il cielo en una stanza, de Gino Paoli, y luego a base de paseos triunfales por el Studio Uno de la RAI, que llegó a dar título a un par de celebrados álbumes, el primero de los cuales contiene su versión de Un anno d’amore.

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Mina, la que se fue sin irse

“Pecadora pública” en acción

Pero lo suyo no atendía a lo convencional. En 1963 armó un escándalo al tener un hijo, Massimiliano, con un hombre casado, el actor Corrado Pani, que le valió el veto temporal de la Radio y Televisión Italiana (RAI) y que L’Osservatore romano, el diario oficial del Vaticano, la señalara llamándola “pecadora pública”.

Aquí en Venezuela vino en octubre de 1965, contratada por el empresario artístico Enzo Morera, para presentarse en El Show de Renny y en la Casa de Italia, en donde actuó el 22 de ese mismo mes, en un espectáculo donde alternó con ella el fallecido cantante venezolano Luis D’Ubaldo. Ese mismo año grabó Brava, no solamente uno de sus éxitos más celebrados, sino también una de sus canciones vocalmente más exigentes, en la cual despliega toda la dimensión de su impresionante destreza vocal.

Mina asombró con su don para imprimir un sello personal a canciones de géneros muy distintos sin desfigurarlos. Podía cantar un bolero de la intensidad de Puro teatro, dejarse arropar por orquestaciones swing, atacar a Burt Bacharach y a Kurt Weill y deslizarse por los senderos de la bossa nova. Y cantar en español, francés, alemán y japonés. Mina, convertida en presencia con ángel, paseando su rostro reluciente, con las cejas depiladas y sus tres precisos lunares en la mejilla derecha, acaparaba la atención en programas como Canzonissima, su plataforma televisiva por excelencia

Brotó su alianza con el compositor Lucio Battisti, de quien entregó interpretaciones de alto vuelo, con textos de otro cómplice, Mogol, como Insieme, de 1970. O E penso a te y Amor mio, incluidos en Mina (1971), disco que ofrece también la esencial Grande grande grande. Grabaciones refinadas e intensas, con arreglos de una penetrante intimidad. Vendrían diálogos sensuales como el de Parole, parole, con Alberto Lupo y nuevos alborotos en torno a canciones como L’importante è finiré (Lo importantes es terminar), elogio del orgasmo. Mina se asentaba como referente liberador y despreciaba el morbo que pudiera ocasionar especular sobre la identidad sexual de la gente. Fue la semilla de su elevación a icono LGTBI.

Musa de cine y TV

El estribillo de su primer gran éxito, Tintarella di luna (1960), una canción tan pegadiza como extravagante sobre una chica que se tumbaba en el tejado de su casa para bañarse en la luz de la luna en lugar de tomar el sol, se cantaba nada menos que en Rocco y sus hermanos, obra maestra del cine dirigida por Luchino Visconti.

Mucho más tarde, también Almodóvar utilizaría sus canciones en películas como MatadorTacones lejanos (Un anno d’amore fue uno de sus éxitos décadas antes de que lo versionara Luz Casal) y Dolor y gloria. Se ha dicho también que Federico Fellini pensaba en ella para el elenco de uno de sus proyectos no realizados, Il viaggio di G. Mastorna.

Pero si se la quiere admirar en estado de gracia, nada mejor que acudir a sus vídeoclips televisivos, auténticos ejercicios de hipnosis en tres minutos, que en ocasiones alcanzan una inaudita densidad conceptual.

Su imagen se volvió particularmente icónica cuando prescindió de las cejas y comenzó a aplicarse en torno a los ojos un dramático maquillaje -mitad mapache, mitad diva del cine mudo–, que se convertiría en su sello personal.

En 1970 se casó con el periodista Virgilio Crocco, con el que engendró a su hija Benedetta. Crocco perdió la vida en un accidente de tránsito solo tres años después de la boda (poco más tarde Mina perdería del mismo modo a su hermano, el también cantante Geronimo). A finales de la década se reencontró con un amigo de la infancia, el cardiólogo suizo Eugenio Quaini, con el que emprendió una aventura mucho más duradera, hasta que en 2006 se convirtió legalmente en su segundo esposo.

Pero para el público, la pareja más notable de Mina -aunque solo sea en lo profesional- ha sido Adriano Celentano, cantante y actor con el que ha interpretado los temazos recogidos en dos discos, uno de los cuales, Mina Celentano, se convertiría en 1998 en el segundo más vendido de toda la historia de la música italiana hasta entonces, por encima de Zucchero y Eros Ramazotti.

Después de aquel 23 de agosto de 1978 en la Bussola, tras la cual se marchó sin llegar a irse nunca del todo, no ha parado de publicar discos y jugando con su imagen en diseños de portadas excéntricas, sorprendentes, deformando o engordando su silueta, haciéndola “picassiana” o colocando su cara en La Gioconda. Mina, símbolo de tantas cosas, madre de Massimiliano y Benedetta, abuela, bisabuela y ciudadana que ha sabido encontrar el modo de seguir siendo artista total desde la reclusión en plena era de YouTube. Ante ella no queda más que hacerle una reverencia.

Mirla: Primerísima ayer y hoy

Llegó de su Valencia natal para incursionar en la música, primero en el cuarteto Los Naipes, de Luis Cruz, y luego como solista. Mirla Castellanos tuvo la fortuna de haberse topado en los comienzos de su carrera con varias personalidades que la impulsaron hasta convertirse en la gran estrella que es.

Por supuesto que no bastó solamente ese prodigioso respaldo, sino también su disciplina y disposición para saber aprovechar las oportunidades, que le permitieron transformarse, en un lapso relativamente breve, en La Primerísima, apelativo que certeramente le pusieron Ricardo Tirado y Luis Guillermo González y que popularizó Renny Ottolina, uno de sus mentores, al presentarla en cada uno de sus shows televisivos.

Además de sus 80 de edad, se cumplieron también, en este 2020, 60 años de su irrupción en la música. Llegó a Caracas en 1959, luego de haber participado en varios programas radiales de aficionados en la capital carabobeña. Y aunque aquí logra enganchar en la TV, no sería a través de la música, sino del modelaje de comerciales, que entonces se hacían en vivo. Sin embargo, no eran muchos ni muy bien remunerados, por lo que tenía que compartir este desempeño con labores de secretaria.

Mirla: Primerísima ayer y hoy. Foto Alirio Vargas

Siendo recepcionista de Radio Continente conocería a Luis Cruz, quien a instancias de Ricardo Tirado -que la había oído cantar como solista del coro de la Iglesia de Santa Teresa- le propuso hacer una prueba para un grupo musical que estaba formando, Los Naipes, con el que debutó en 1960, en el Show de las 12, el musical televisivo más popular de ese momento, animado en Radio Caracas Televisión por Víctor Saume.

Y llegó la Nueva Ola…

Mirla no tardó en sobresalir y poco tiempo después Ricardo Tirado y Oswaldo Yepes la convencieron para que se lanzara como solista. Estaba de moda la Nueva Ola, un movimiento musical juvenil, en el cual la valenciana encajó perfectamente.

Al ser firmada por el sello Velvet, su disco debut incluyó la canción Tema para enamorados, que se erigió en su primer suceso radial. Llamó la atención desde el primer momento por sus atuendos, muy modernos para la época (fue la primera intérprete femenina que se atrevió a cantar en pantalones), su buen gusto para vestirse y ostentar maquillajes y cortes de pelo vanguardistas, inspirados en los que lucía la italiana Mina, la gran diva internacional de la canción de aquellos años.

Ya era suficientemente conocida, a través de éxitos como La tómbola, Recostada con la mano al cuello, Dominique, Vete con ella, Y volvamos al amor y Tengo 17 años, cuando Renny Ottolina, entusiasmado por su buen hacer profesional y su disposición a escuchar y aplicar los consejos que constantemente le daba para ir creciendo artísticamente, la convirtió en la estrella de su show diario, así como también del especial Renny Presenta, que se emitía los domingos.

Luego vinieron los triunfos internacionales a través de los festivales de canciones. Viajó a España y ganó el de Benidorm, con el tema de Manuel Alejando Ese día llegará, y quedó en el segundo lugar en el de Palma de Mallorca, con Oh Danny, Oh Danny, de Fina de Calderón, la misma posición que obtuvo en México interpretando Con los brazos cruzados (para la crítica fue la ganadora sentimental), bajo la batuta de Aldemaro Romero, quien la invita a la primera edición del Festival Mundial de Onda nueva, celebrado en Caracas en 1971, donde triunfa con otra composición de Manuel Alejandro: Fango.

Profesional y disciplinada

Mirla dominó el panorama musical venezolano durante las décadas de los años 60, 70 y 80. Sus shows anuales en vivo eran todo un acontecimiento. Hizo una serie de discos en España que reafirmaron su madurez como vocalista y de la mano de Joaquín Riviera, se consolidó en los ostentosos musicales, tipo Broadway y Las Vegas, que el productor inventaba para ella, sobre todo en los espectáculos de elección de Miss Venezuela.

Mirla ha sido la artista, en su estilo, que mejor ha sabido llevar su carrera. Su profesionalismo y disciplina le dieron rango estelar. Y como ella siempre se está reinventando, se adhirió, junto a Mirtha Pérez, Estelita del Llano y Neyda Perdomo en el grupo Las Grandes, con el cual se ha presentado intermitentemente dentro y fuera de Venezuela. Pero ha sido su faceta de solista la que le ha procurado la mayor celebridad. Ha sabido mantener su estrellato en la música, siempre abierta a los cambios e innovaciones.

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Mirla vive una productiva cuarentena en España. Foto Alirio Vargas

Muy comentada ha sido también su participación en el espectáculo teatral Renny presente, dedicado a su mentor, que desde el año pasado llena todos los escenarios por donde ha pasado, tanto en Caracas como en el interior del país. Atribuye el éxito de ese montaje “a la sinceridad que emana, no hay nada inventado ni fuera de orden ni lugar, todo está muy documentado. En cuanto a mí, son también auténticas las anécdotas de mis inicios artísticos con él: el incidente del regaño por llegar tarde, la exigencia de cambiarme un traje que llevé que no le gustaba y todo lo que me aportó, que tan importante resultó para mi crecimiento artístico posterior. Desde el principio hasta el final, todo sucedió tal cual se relata y por esa autenticidad la gente lo respeta y acepta con agrado”.

Si alguien ha aprovechado el tiempo, al quedarse atrapada por la cuarentena del coronavirus en Madrid, donde reside Yolanda José, su hija menor, ha sido Mirla. En estos seis meses en la madre patria ha grabado versiones y canciones inéditas para un disco, cuyo tema promocional será dado a conocer en breve. así como videos musicales Igualmente, se hizo sesiones de fotos para renovar su portafolio gráfico y ha concedido entrevistas a medios españoles.

Espera volver a Venezuela tan pronto como le sea posible, para así cumplir varios compromisos que tiene pendientes ni bien finalice la pandemia. Ella, a no dudarlo, es un icono de Venezuela.

Concha Velasco: De “Chica ye yé” a primera actriz

Concha Velasco, una de las actrices españolas más queridas y con una carrera muy extensa, recibió una de sus mayores alegrías cuando en 2013 le entregaron el Goya -equivalente al Oscar en su país-, como reconocimiento a su meritoria trayectoria. Con más de 80 películas rodadas, incontables series y programas de televisión e innumerables éxitos teatrales, además de varios discos grabados, recogía su premio más deseado, al que fue nominada en dos ocasiones sin suerte.

Finalmente, la notable artista que desde muy joven estudió danza clásica, debutó en el cuerpo de baile de la Ópera de A Coruña, que zapateó como bailaora en la compañía de Manolo Caracol y que fue chica de revista con Celia Gámez, obtenía el reconocimiento oficial y el aplauso que merecía como la gran dama de la interpretación que siempre ha sido.

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Concha Velasco, de chica yeyé a primera actriz

Concepción Velasco Varona -tal es su nombre completo- nació en Valladolid el 29 de noviembre de 1939 e inició su carrera artística a los 15 años con la película La reina mora (Raúl Alfonso/1954). Su consagración llegó con Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia/ 1958), que la convirtió en Conchita Velasco, uno de los rostros más populares. A partir de allí, numerosos éxitos la aguardaban.

Tras su participación protagónica en el filme Historias de la televisión (José Luis Sáenz de Heredia/ 1965), la empezaron a conocer también como “La chica ye yé”, título de la canción de Augustó Algueró que interpretaba en la mencionada película, que le otorgó un inesperado estrellato en la música, que le permitió grabar ocho discos más, aunque ella nunca se reconoció como cantante.

Hombres que la marcaron

Tony Leblanc, con el que participó en seis películas, más que un amigo fue un hermano. El cariño que los unió en 1958 creció y se consolidó con los años. La muerte del actor, en noviembre de 2012, la dejó huérfana, según confesaría ella misma. El teatro la ligaría a Adolfo Marsillach. El influyente director y actor, además de escribirle su primera obra teatral, Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, le presentó a su gran amor, el productor Paco Marsó.

Se casó con Marsó en 1976 y tuvieron dos hijos: Manuel y Francisco. La pareja saboreó las mieles del éxito, pero también el fracaso y la ruina económica. Los años de esplendor se alternaron con los embargos y las deudas. Los vaivenes económicos dejaron huella en ella: úlcera de estómago, depresiones y una cada vez mayor distancia con su marido. Tras varias separaciones y otras tantas reconciliaciones, el matrimonio se separó definitivamente en 2005. Marsó dejó de ser su representante y ella se hizo cargo de todas las deudas.

A pesar de que su vida junto a Paco Marsó fue una montaña rusa emocional, la actriz viajó de Madrid a Málaga, en noviembre de 2010, para darle el último adiós. Destrozada y arropada por sus hijos, despidió al que fuera su marido, fallecido de un infarto.

Además de Marsó, amó a otro grande de la escena, Fernando Fernán Gómez, pero el suyo fue un amor platónico. “Era el que mejor besaba”, dijo sin ocultar que le hubiera gustado tener “una historia con él, pero se cruzó Emma Cohen…” (actriz y esposa del actor). Su quinto hombre fue Antonio Gala, el escritor, su íntimo amigo, el que ideó para ella grandes papeles teatrales. Pensando en la actriz, le escribió obras como La truhana, Carmen, Carmen, Las manzanas del viernes e Inés desabrochada.

El éxito se paga

La que fuera “Chica ye yé” y rostro pizpireto de muchas películas antes de la transición, demostró su enorme talento después, rodando a las órdenes de grandes directores, como Pedro Olea, Josefina Molina y Luis García Berlanga. Una lista de premios que supera la treintena, incluida la Medalla de Oro de las Bellas Artes, avalan una carrera que le ha valido el respeto y la admiración de sus compañeros de profesión y el cariño del público.

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Concha Velasco en sus prometedores inicios. Foto TVE

Será para siempre Teresa de Jesús, porque interpretándola en una serie de Televisión Española (TVE) en 1984, bordó uno de sus mejores trabajos. Y tras algunas propuestas de “poca reputación”, como ella misma ha declarado, sus últimos papeles en televisión, en Herederos y Gran Hotel, la reivindicaron como la gran dama de la interpretación que siempre ha sido.

2014 fue un año muy duro para ella, ya que estuvo a punto de morir en una de las varias operaciones quirúrgicas a las que fue sometida por un linfoma. Retirada durante meses y sin saber si podría volver a trabajar, finalmente las pruebas médicas que se le realizaron resultaron muy positivas. A finales de septiembre de ese año, reapareció en el teatro con la obra Olivia y Eugenio. Su retorno a los escenarios, además, coincidió con la publicación de sus memorias, bajo el título de El éxito se paga.

En 2016 regresa a la televisión y hace papeles para Antena 3 y, a continuación, para la primera serie española de Netflix, Las chicas del cable.

Adiós a “Cine de barrio”

Tras casi una década al frente de Cine de barrio, el programa sabatino que en Venezuela podemos ver a través de la señal internacional de Televisión Española (TVE), se despidió el pasado 3 de septiembre. Supo moverse muy eficazmente en el formato que presenta películas españolas de la década de los 50, 60 y 70, lo que le permitió contar sus propias vivencias cinematográficas.

Ahora quiere centrarse en el teatro, en sus hijos Manolo y Paco y en su nieto Samuel. Por cierto, sus dos hijos fueron celosos vigilantes de su encierro de dos meses y medio por la pandemia, que ella desde su hogar cumplió rigurosamente. Ya finalizada la cuarentena, se dispuso a ensayar La habitación de María, monólogo que ya estrenó con gran éxito de crítica y público en San Sebastián y que tiene por delante una intensa gira, que, lógicamente, podría sufrir modificaciones en función de cómo evolucione la pandemia del coronavirus, pero a día de hoy llega hasta diciembre de 2021

En esos preparativos estaba cuando se llevó una sorpresa: “Me hicieron unas pruebas por el estreno de La habitación de María y me dijeron ‘Usted tiene anticuerpos, ya ha pasado el covid 19. Me han tenido confinada, y yo se lo agradezco mucho a mis hijos, lo que pasa es que alguien se debió colar y me lo pegó. Fíjate qué contenta estoy, pues lo pasé sin síntomas de ningún tipo.”

Lila Morillo: Rockolera sex symbol

Si hay algo que no reviste discusión, es que Lila Morillo es sinónimo de popularidad, escándalos e historias bien urdidas -algunas ciertas y otras no tanto- construidas para su autopromoción. Al llegar a sus 80 años de edad, que los cumplió el pasado 14 de agosto, permanecía de bajísimo perfil, el mismo que había mantenido desde que decidió irse a vivir a Miami a esperar que en nuestro país lleguen mejores tiempos.

Allí reside con sus hijas, Liliana y Lilibeth, fruto de su matrimonio con el cantante José Luis Rodríguez, de quien se divorció para no volver a casarse. Hasta ese momento, solo se había sabido de ella algunas semanas antes, cuando en las redes se hizo viral un video, en el cual aparecía, en estupenda forma física, ejercitándose en bicicleta en una zona residencial de la llamada “Ciudad del sol”.

Pero el mismo día de su cumpleaños, cuando se publicó en redes la llegada a sus ocho décadas de vida, colocó un video en su cuenta de Instagram, en donde aparecía con Liliana, Lilibeth y su nieta Galilea (hija de Liliana), todas ataviadas de fiesta, copa en mano, brindando por el aniversario de vida de la vocalista zuliana, mientras hacían chistes y bromeaban sobre su edad, pero sin mencionar en ningún momentos cuántos años cumplía. Genio y figura…

Lila Rosa Bozo Morillo, que así es su nombre completo, nació en Maracaibo, estado Zulia en 1940. Su carrera comenzó  en 1960, de la mano de Mario Suárez, con el que hizo sus primeras grabaciones. En 1963 debuta como actriz en la película Twist y crimen, de Arturo Plascencia, para después protagonizar en 1964 Isla de Sal, de Clemente de la Cerda, junto a Simón Díaz, Orangel Delfín y Doris Wells. De allí en adelante alternaría su actividad como cantante con la actuación en telenovelas.

Memorables desmanes

Lila fue la primera artista en utilizar escotes atrevidos en su vestuario y trajes sugerentemente ajustados, que inmediatamente la convirtieron en la sex symbol criolla de los años 60. Con El Puma formó una de las parejas más populares del mundo artístico nacional, hasta su divorcio en 1986.

De ella podría decirse que, mucho más que una cantante de éxito probado y comprobado, es un personaje. Cada aparición suya en televisión la promocionan como un acontecimiento. Es de las pocas artistas de su generación cuyo arrastre se mantiene como en los tiempos en que, con su tropical belleza, voluptuosa y sensual, era carne de portadas y reportajes en revistas de alto tiraje y elevada penetración popular.

Supo explotar sus atributos físicos de la misma manera que seleccionaba minuciosamente un repertorio, que a través de su reconocible voz (se le atribuye a Aldemaro Romero haber dicho que era una de las más afinadas de Venezuela) colocó en las rockolas a lo largo y ancho del país, así como en las emisoras que se avenían a ese populachero estilo, una larga cadena de éxitos, la mayoría cargados de despecho, mal de amores y otros lamentos.

lila morillo incombustibles a los 80

Experta en publicitarse a sí misma para ser constantemente objeto de interés mediático, una de sus habilidades más notorias, la marabina engranó su vida pública y personal de tal manera, que una se confunde con la otra; o mejor dicho, están íntimamente ligadas.

Tan divina como descarada, sus memorables desmanes -sentimentales y de otra índole- se fueron conociendo a través de sus canciones, suerte de pequeñas historias de los acontecimientos que la alegraban o atormentaban. Surgen así éxitos tan machacados en la radio como Fuego lento, El rosario de mi madre, Tres meses de vida (no olvidemos que Lila es la campeona de los quirófanos, ha pasado por ellos incontables y publicitadas veces), Mi corazonada, Tronco seco, Propiedad privada, No amor, no y otros que llevaría un largo espacio mencionar.

En la época en que escandalizó a medio país por su romance con José Luis Rodríguez, para entonces bolerista de la Billo’s Caracas Boys, se supo que la madre de éste no la apreciaba mucho que digamos, para decir lo menos. Y Lila no perdió la oportunidad de darlo a conocer a través de una de sus canciones más famosas, Perdone usted, en la que le espetaba a su futura suegra que ella -Lila- quería a su hijo como “ni ella misma lo ha querido”.

Muchos años después, ya al borde de la ruptura matrimonial con el Puma, vía Sábado Sensacional -su plataforma de autopromoción favorita-, estrenó La jaula de oro, una balada en la que se quejaba de que todos los bienes materiales que le proporcionaba su entonces esposo -ya convertido en una arrasadora luminaria internacional- no le servían para nada, pues lo que le faltaba -y aquí podrían escucharse fácilmente unos acordes de suspenso tipo radionovela- era amor. Ni más ni menos.

Dos reveses electorales

¿Acaso alguien mejor que Lila Morillo para manejar su propia campaña política de cara a una curul en el Congreso? La hábil publicista de sí misma, con un agudo sentido del olfato para mantenerse en una aureola de mito popular, pensó que podría utilizar esta destreza para esos fines.

Ocurrió en 1973, cuando ella y José Luis, todavía su esposo, anunciaron que habían reclutado a un importante grupo de artistas para construir un movimiento político que los representara. La idea prendió en algunas importantes figuras del medio, o por lo menos así lo declararon a la prensa de la época. Todos estaban fascinados con la idea del “partido de los artistas”, que estaría desvinculado de cualquier otra organización política.

Finalmente el partido se llamó Comuna Electoral Independiente y no tardó en anunciar su apoyo a la candidatura presidencial de Lorenzo Fernández, abanderado de Copei, partido entonces en el gobierno (mandaba Rafael Caldera). Tan efusivo apoyo, más que sumar fue restando.

En la última etapa de la campaña, la Comuna Electoral Independiente era poco más que un cascarón vacío, con la pareja Rodríguez-Morillo como candidatos al Congreso y un grupo de sus colegas -no precisamente los de mayor arraigo popular- que permanecían apoyándolos.

Lila hasta una tamborera grabó y pegó, dedicada a las bondades de la Comuna Electoral Independiente. Pero como popularidad artística no significa precisamente apoyo electoral, Lila y José Luis salieron con las tablas en la cabeza, con una votación insignificante, que reafirmó las opiniones que tildaban las aspiraciones políticas de la pareja cuando menos de pintorescas.

La maracucha olvidó rapidísimo el percance que le sirvió, es de suponer, para inventarse nuevas historias, como la de que “el Señor quizá tiene para mí otras misiones en la vida”. No hay que negar que el gustico le quedó, pues en las elecciones de 1998 se lanzó como candidata a alcaldesa de Higuerote, con los mismos desastrosos resultados que tuvo en 1973.

Aún así, Lila ha seguido siendo Lila, adorada por unos y detestada por otros, pero siempre con la habilidad de cautivar y provocar la curiosidad de ambos grupos cada vez que se anuncia alguno de sus divinos desmanes vía Sábado Sensacional.

En el siguiente video podemos recordar un bello momento en que Lila Morillo y Mirla Castellanos comparten escenario en los años 80:

Raquel Welch: La del bikini prehistórico

En las décadas de los años 60 y 70 fue una de las mujeres más famosas del mundo, pero Raquel Welch ha dejado muy atrás su imagen de mito sexual para refugiarse en una vida discreta y alejada de los grandes focos. La película How to be a Latin Lover (2017), la produccción televisiva House of Versace (2013) y una aparición puntual en 2012 en CSI: Miami, es lo más destacado que ha rodado en la última década esta actriz de origen latino, que fuera de las cámaras encontró el éxito como empresaria en marcas de belleza y de ejercicio físico.

Jo Raquel Tejada, que así es su verdadero nombre, nació en Chicago el 5 de septiembre de 1940, de madre anglosajona y padre, boliviano. Para más señas, es prima de Lidia Gueiler Tejada, la primera mujer presidenta de Bolivia (1979-1980).

En Hollywood, al principio, no estaban precisamente de acuerdo con sus atributos naturales y además querían que se cambiara el nombre de Raquel por el de Debbie. Siempre trataban, a través del maquillaje, de aclararle el tono de la piel. Pero ella no deseaba ser una cara más, por lo que se negó en esos inicios a que le cambiaran los rasgos. Y la verdad es que le funcionó. Y de qué manera.

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Raquel Welch causó sensación con su bikini

Antes tomó el apellido del primero de sus cuatro maridos, James Welch, su novio del bachillerato, con el que tuvo sus dos hijos: Damon (1959) y Tahnee (1961), nacidos antes de la película que la lanzó al estrellato definitivo.

Comenzó a abrirse hueco alboreando la década de los 60, primero con un diminuto papel en El trotamundos (John Rich/1964), con Elvis Presley de protagonista y luego, ya con un rol menos intrascendente, en Viaje alucinante (Richard Fleischer/1966). Pero su carrera despegó hasta el infinito en su siguiente filme, Hace un millón de años (Don Chaffey/ 1966), una locura de la Hammer, la mítica productora inglesa de terror de serie B, en la que se mezclaban cavernícolas con dinosaurios. La actriz apenas hablaba tres frases en un idioma inventado, pero eclipsó todo lo demás y la convirtió en un sex-symbol planetario de la mano de un póster promocional que pasó a la historia del cine.

La industria se apresuró a explotar en todo lo que fuera posible el potencial erótico de Welch, tanto que creó para ella el muy machista apodo de “El Cuerpo”. Aún así, ella a estas alturas reconoce que buena parte de su fama y su trayectoria siguiente se la debe a aquella película y a aquel bikini. “Fue una cosa importante en mi vida así que, ¿por qué no hablar de ello?”, dijo en una entrevista con The Sunday Post. Y agregó:

“Casi cada día recibo copias de esa imagen, que me envían para que las firme. ¡He debido mirar esa foto un millón de veces! Recuerdo que James Stewart me dijo hace mucho tiempo, que nunca evitara a los fans, o las cosas de mí que les gusten a los fans. Fue un buen consejo”, aseguró.

“Aquello fue algo que me ocurrió a los veintipocos años”, reflexionaría Welch varias décadas después. Apenas había empezado a descubrir el mundo y mi lugar en él. Era casi una niña e iba improvisando, me dejaba llevar por las oportunidades. Y la verdad es que me sentía un poco asustada ante los continuos halagos hacia mi cuerpo, las sesiones de fotos en bikini y todas esas cosas”.

Otro canon de belleza

Aunque su condición de mito sexual marcó la gran mayoría de los papeles que le ofrecían, trabajó también con Frank Sinatra en Lady in Cement (Gordon Douglas/1968), probó el western en cintas como Hannie Caulder (Burt Kennedy/1971) y abordó la transexualidad en la controvertida Myra Breckinridge (Mike Sarne/1970), alternando nada menos que con una otoñal Mae West, otro mito erótico muy anterior a ella. Y bajo la dirección de Richard Lester, consiguió el Globo de Oro a la mejor actriz de una comedia por Los Tres Mosqueteros (1973). A partir de ahí, la televisión fue su destino habitual.

Para la generación del baby boom estadounidense -como se califica a los nacidos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial- había dos opciones a la hora de escoger sex symbol: o Jane Fonda o Raquel Welch. La primera encarnaba la sofisticación, la rubia de alta cuna -hija de una rica heredera y de una estrella de Hollywood como Henry Fonda-, que alardeaba de su compromiso político con la izquierda en plena guerra de Vietnam. O Welch, la morena de clase media y origen boliviano, que con 21 años ya tenía dos hijos. Finalmente fue ésta la que marcó el cambio más importante en la iconografía femenina, pues con ella se acabó el dominio de las rubias explosivas y comenzó una nueva época en el canon de belleza en el cine de Hollywood.

Raquel Welch siempre será la del bikini explosivo

Una mujer hogareña

A pesar de la fama, nunca ha dejado de verse como una chica conservadora y tranquila del medio oeste estadounidense. Ha dosificado sabiamente sus apariciones en fiestas, igual que sus manifestaciones políticas. Mientras Jane Fonda se sacaba fotos sonriente en las baterías antiaéreas que Vietnam del Norte usaba contra las tropas de Estados Unidos y bautizaba a su hijo como un líder del Viet Cong, Welch se prestaba a actuar para la United Service Organizations (USO), el servicio de entretenimiento para soldados estadounidenses.

Algunos de los que han trabajado con ella subrayan que tiene una cabeza mucho mejor amueblada que lo que se decía del estereotipo de las mujeres hermosas en aquellos años. “Me esfuerzo para que mi carrera se acople a mi vida, y no al revés. Ya no soy una niña, y me alegro mucho de no serlo”, sentencia.

Probó suerte en el teatro en la década de 1980 y le llegó el éxito con el musical de Broadway Woman of the Year (1982). Ahora arriba a los 80 años sintiéndose “perfecta en lo personal y profesional”. Bien por ella.

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