Internacionales

Obama en Cuba: eppur si muove

No existe forma de cuantificar el impacto futuro que pueda tener la visita de Barack Obama a Cuba, ni las decisiones adoptadas por su administración para hacer efectivo el deshielo con La Habana. No tiene nada de audaz, sin embargo, augurar que seguramente será muy alto.Obama no forma parte, como sí Raúl Castro, de ninguna dinastía de gobierno con carácter vitalicio. Difícilmente podrá repetir este viaje en unos meses, si quisiera comprobar el impacto de lo labrado. Obama  es uno más de los presidentes que ha desfilado por la Casa Blanca y el poder político en los Estados Unidos está muchísimo más fragmentado que en Cuba.

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FOTO: RAMON ESPINOSA | AP

Al sistema de contrapesos naturales de toda democracia liberal hay que agregar el ambiente de polarización que se registra en la política local. Con alta frecuencia, las decisiones ejecutivas terminan neutralizadas dentro del entramado de intereses parciales de la política doméstica, en las Cámaras legislativas y en el Poder Judicial, y esto dificulta la claridad de objetivos y la solución efectiva de los problemas.

Este cuadro, que se repite en otros marcos institucionales occidentales, tiene un componente crónico en la política actual. Francis Fukuyama lo ha denominado “la vetocracia”. Si el ganador de esa contienda resultara ser alguien como Donald Trump, y se reactiva la dinámica de los insultos y las amenazas, a la vuelta de pocos años lo arado por Obama en Cuba podría perder su contenido.

El presidente Obama podrá rescatar para sí, no tanto la perdurabilidad de sus decisiones, porque ni él ni nadie sabe en este momento qué sucederá con ellas, sino la profundidad y hondura, el contenido pedagógico de su comportamiento en Cuba. Lo lejos que se ha llegado vulnerando dogmas, abriendo puertas y reorientando la estrategia para promover las libertades públicas frente a uno de los enemigos más esclarecidos de los Estados Unidos. Dentro de unos años, pienso, la presencia de Obama en el Estadio Latinoamericano de La Habana, o su discurso en el Teatro Alicia Alonso, al día siguiente, serán recordados como ahora recordamos aquel discurso de John F. Kennedy en 1961 en Alemania, en las narices del recién construido Muro de Berlín.

El sólo hecho de haber tomado la decisión de visitar la isla, tiene, para quién escribe estas líneas, un contenido auténticamente revolucionario. El aura de Nelson Mandela parece haber reaparecido en algunos de sus pasajes. Luego de décadas enteras escuchando todos los denuestos posibles en contra de los Estados Unidos, los cubanos ven desembarcar en su país a un sujeto brillante y de buen trato, respetuoso, que trae consigo la autocrítica hecha en torno al proceder de su país en otras ocasiones, cuya sola presencia rompe por completo con los estereotipos antiyanquis. No dejó de ser calurosamente aplaudido en todos los escenarios en los cuales tuvo contacto directo con la población.

Ha llegado hablando de inversiones y acuerdos, pero también, en televisión, y frente a la plana dirigente cubana, de libertades públicas, de transparencia y derechos humanos, de alternancia y convivencia democrática. De todo aquello que el gobierno cubano no quiere hablar. Lo ha hecho con humildad y enorme puntería.

Temen algunos, como en otras ocasiones, que lo hecho por Obama no produzca consecuencias de ninguna especie dentro de Cuba. Obama, dicen, sólo le lleva agua al molino de los Castro, que recibirán encantados el oxígeno monetario que necesitan para salvarse, sin producir modificaciones importantes dentro de la estática política cubana. Cuando Obama arengaba sobre las ventajas de la democracia y las libertades, en el Teatro Alicia Alonso, Raúl Castro veía la hora y le conversaba algo en la oreja a uno de sus ministros.

Otros pensamos, en cambio, que no es Raúl Castro, con sus 85 años, ni los miembros del Comité Central del PCC, que jamás van a comprender nada, el foco de la estrategia de Obama. Tomando nota del comprobado fracaso del embargo económico a Cuba, los contenidos de esta estrategia tienen elementos muy plausibles: se trata de promover fuentes de empleo, nuevos horizontes sociales, nuevas relaciones laborales, nuevos referentes informativos. Nuevos hábitos culturales y valores, con horizontes políticos sembrados a manera de capital semilla. El mundo seguirá su curso sin Fidel y Raúl Castro. Se trata de inyectarle electricidad al adormecido cuerpo social cubano.

Dentro de unos años, independientemente de lo que pase entre Cuba y los Estados Unidos, Barack Obama podrá recordar lo que hizo. Aquella visita sacrílega y rupturista que invirtió, por completo, por primera vez en cinco décadas, el flujo emocional entre ambos países.

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