Internacionales

Vecinos peligrosos: ¿a qué países preocupa el regreso de los talibanes?

Las tropas estadounidenses salieron de Afganistán y el país quedó en manos del régimen talibán, que no solo es una amenaza para los ciudadanos de ese país -especialmente para las mujeres- sino que su consolidación pone en alerta a Asia Central y en perspectiva, a las potencias occidentales

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AFP
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El retorno de los talibanes – sentándose en el escritorio presidencial con sus fusiles y turbantes, pintando los rostros de novias en vallas publicitarias y alzando la bandera blanca sobre las ruinas de la república tricolor – ha desatado el pánico en Afganistán.

Todas las provincias han caído ante los guerreros del grupo islamista que rigió al país entre 1996 y 2001, antes de la invasión estadounidense que siguió a los ataques terroristas del 11 de septiembre, y que se recuerda por su estricto y brutal código de normas que fusiona la ley islámica con el código tribal pastún, la etnia mayoritaria del país. Todas, menos dos: Panjshir y partes de Baghlan, al norte de Kabul.

¿Una nueva guerra civil en Afganistán?

En lo profundo de las montañas rocosas del Valle de Panjshir, se atrincheró la resistencia anti-talibán: ahora conocida como ‘la Segunda Resistencia’ o ‘la Resistencia Panjshir’, la legítima heredera de la Alianza del Norte que dominó las provincias norteñas del país como resistencia a los talibanes desde su aparición en la guerra civil afgana de los noventa hasta la llegada de las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN con las cuales colaboraron activamente.

La Alianza rigió todo el norte del país entre diciembre de 1996 y diciembre del 2001, cuando la invasión estadounidense acabó con el dominio talibán.

Durante este período, la Alianza –que recibía financiamiento de Rusia, Irán, India y algunas repúblicas exsoviéticas, contra el financiamiento pakistaní a los talibanes– cobijó a miles de refugiados del sur del país y aseguró un ambiente menos severo que aquel bajo el Emirato talibán y sus aliados árabes de Al-Qaeda.

La resistencia norteña nació como una iniciativa tayika –una etnia del norte del país, que también es la mayoría de Tayikistán– y se extendió al incluir a milicias de otras minorías y tribus que se resistían a la dominación de los talibanes pastún. Y, al igual que la nueva resistencia, se atrincheró en el Valle de Panjshir: un espacio accesible apenas por un pequeño estrecho, de fácil resguardo militar para los locales, que lo hizo inalcanzable tanto para soviéticos como talibanes.

Por años, la Alianza del Norte fue liderada por Ahmad Shah Massoud –una suerte de guerrillero heroico al estilo Che Guevara–, asesinado por los talibanes y Al-Qaeda dos días antes del 11 de septiembre. Pero su legado no terminó allí: su hijo, Ahmad Massoud, es ahora uno de los pilares de la Segunda Resistencia. Desde el valle, ha asegurado estar “listo para seguir las huellas de mi padre” y le pidió a Estados Unidos –por medio de un op-ed en The Washington Post– apoyar a sus guerreros y seguir siendo “un gran arsenal de democracia”.

Massoud hijo, quien asegura que una guerra civil será “inevitable” si los talibanes se rehúsan a compartir el poder, no está solo. Con él, en Panjshir, están figuras importantes de la república derrocada: el ministro de Defensa Bismillah Mohammadi y el vicepresidente Amrullah Saleh quien se ha declarado presidente interino tras el exilio del mandatario Ashraf Ghani.

Por ello, la victoria talibana podría estar caminando sobre un campo de pólvora. Aunque los talibanes han retomado distritos de la Resistencia Panjshir en Baghlan, la posibilidad de una guerra civil haciendo erupción no es descabellada en un país repleto de armas de fácil acceso y fragmentado en diferentes milicias, caudillos y tribus que muchas veces tienen profundas enemistades entre sí.

Además, ambos bandos tienen acceso a vías fáciles de financiamiento: las ganancias de la exportación de opio y heroína por parte de los talibanes y de otros caudillos, y las ricas minas de esmeraldas en el Valle de Panjshir. Ni hablar de los pozos petroleros descubiertos hace unos años en el norte y que son explotados por una empresa china desde el 2012. Basta con mirar a Siria e Iraq, donde toda suerte de guerrillas, ejércitos y grupos terroristas se han financiado con petróleo, tráfico de antigüedades y narcotráfico.

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En la provincia de Panjshir el frente antitalibán se mantiene firme (Ahmad SAHEL ARMAN / AFP)

Los prospectos de la resistencia en Panjshir aun prometen poco, considerando además el nuevo arsenal de armas occidentales en manos de los talibanes tras la descomposición del Ejército Afgano. De todos modos, la resistencia podría encontrar apoyo y simpatía tanto en afganos jóvenes que no han vivido nunca bajo el yugo talibán, como en regiones y pueblos donde los talibanes inicien represalias a quienes colaboraron con los americanos o fueron parte del régimen anterior.

La impopularidad de los talibanes en vastos sectores del país, como han demostrado las protestas en Kabul, es tierra fértil para el conflicto: varias encuestas independientes hechas entre 2005 y 2015 mostraron una mayoría, entre 69% y 87%, que consideraba que la invasión estadounidense y el derrocamiento de los talibanes había sido algo positivo.

Aunque Estados Unidos, Arabia Saudita, China, Pakistán y Rusia han abierto la posibilidad de reconocer a los talibanes como gobierno legítimo de Afganistán, el Reino Unido y Canadá advirtieron que no reconocerán al nuevo régimen. Una guerra civil podría entonces, como ha sucedido en las naciones árabes, convertirse también en un tablero de intereses geopolíticos externos.

La segunda venida de ISIS y Al-Qaeda

Una nueva guerra civil en Afganistán no solo significaría un nuevo flujo de refugiados para la región y, a la larga para Europa, en un periodo donde la cantidad de refugiados a nivel mundial ha roto records.

También significaría un nuevo espacio de violencia y anarquía donde grupos terroristas e insurgentes podrían tomar base o recomponerse. Aunque los grupos terroristas islamistas han hecho de regiones como el Sahel en África su nuevo paraíso de operaciones, y aunque Al-Qaeda sea un esqueleto de lo que fue (en palabras de Fawaz Gerges, un profesor del London School of Economics) y los talibanes insisten en que no le darán refugio, la derrota estadounidense ha sido celebrada por grupos extremistas de todo el mundo.

Versiones regionales de ISIS y células de Al-Qaeda –que siguen conectadas a los talibanes a través de matrimonios o su asimilación tras varias décadas en el país– aun operan en el país. Esto quedó demostrado, de la manera más cruda posible, con el atentado en el aeropuerto de Kabul.

Por ello, varios líderes militares norteamericanos han alertado que los pronósticos para la recomposición de estos grupos –tras dos décadas de la guerra contra el terrorismo– podría tomar tan solo seis meses y no los dos años que las agencias de inteligencia estadounidenses calcularon previamente.

Ante la grandísima oposición el público americano a la guerra y con la administración Biden reposicionando sus intereses geopolíticos en el Pacifico y el sudeste asiático para contrarrestar a China, un retorno masivo de operativos norteamericanos no es muy probable en el corto plazo. Hasta ahora, la respuesta de Estados Unidos ante el ataque de ISIS-K ha sido de poca escala. Se limitó a dos ataques aéreos de drones militares contra autos que cargaban explosivos o que transportaban a miembros importantes del grupo. Aun así, las reprimendas han cobrado la vida de varios civiles y residentes de las áreas afectadas.

Pero, considerando los ataques de ISIS-K y la promesa de guerra a Estados Unidos en todos los frentes por parte de Al-Qaeda en abril, el retorno de la amenaza terrorista podría volver a atraer la atención de Occidente: en especial si resurgen las bombas y los secuestros en las ciudades europeas y norteamericanas. Es decir, que la respuesta limitada de drones y operaciones tácticas contra ISIS-K –en caso de un incremento de ataques y hostilidades contra los Estados Unidos, sus ciudadanos, bienes e intereses– podría eventualmente evolucionar en una operación mayor que hasta podría desembocar en un retorno de tropas.

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El atentado suicida a las puertas del aeropuerto de Kabul produjo cerca de 200 muertos. ISIS-K se adjudicó la autoría del ataque (WAKIL KOHSAR / AFP)

Hay un precedente: la retirada de Iraq en 2011, donde la capital jamás cayó ante las conquistas provinciales de ISIS, fue seguida por un retorno de tropas de combate norteamericanas en 2014 debido a la rápida expansión de los grupos islamistas sobre los territorios de Siria e Iraq. Los catalizadores de este tipo de operaciones podrían ser un nuevo ataque terrorista de gran escala, y la renuencia de los talibanes a cooperar en la lucha contra las células terroristas que hagan de Afganistán un nuevo campamento, o una eventual reacción negativa o represalia de parte de los talibanes hacia operaciones remotas o tácticas de los norteamericanos para atacar a ISIS-K en el territorio del Emirato Islámico de Afganistán.

Occidente en la búsqueda del tesoro

Por supuesto, podrían haber otros intereses que motiven un retorno de Occidente. Afganistán posee cerca de un billón de dólares ($1 trillion) en reservas minerales, incluyendo tierras raras-cruciales para producir tecnología nueva y armamentos– y lo que podrían ser las mayores reservas de litio del mundo, un mineral esencial para las baterías eléctricas: cada vez con más demanda ante el auge de los autos eléctricos. 75% del suplemento mundial de litio, cobalto (esencial para las baterías de litio) y las tierras raras proviene de la República Democrática del Congo, Australia y China.

Por ello, Estados Unidos –que en un mundo cada vez más high-tech requiere más y más litio, cobalto y tierras raras– ha intentado reducir su dependencia mineral de China y buscar otras fuentes. Afganistán podría ser una. Según Rod Schoonover –científico y experto en seguridad, fundador del Ecological Futures Group– Afganistán es “una de las regiones más ricas en metales preciosos tradicionales, pero también en los metales necesarios para la economía emergente del siglo XXI”.

No es descabellado afirmar que si Afganistán –uno de los países más pobres y poco productivos del planeta– lograse un período extendido de estabilidad, su riqueza mineral inexplotada podría convertirla en una de las naciones más ricas de la región.

Pakistán e India: el enemigo de mi enemigo es mi amigo

El vecindario está de cabeza, en un “flux geopolítico” (en palabras de Michael Kugelman, del Woodrow Wilson Center), ante la posible avalancha de refugiados y las nuevas amenazas de seguridad que el súbito colapso del gobierno afgano y la reconquista talibana significan.

Pakistán e India, eternos archirrivales, atisban el panorama al norte de sus montañas con visiones diferentes. Por años, la agencia de inteligencia de Pakistán fue el gran soporte político y económico de los talibanes: de hecho, en el mundo anterior al ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono, Pakistán fue uno de los pocos Estados del mundo en reconocerlos como gobierno legítimo. Además, aunque ha llamado a la participación constructiva de la comunidad internacional y ha evacuado a su personal, Pakistán ha sido acusado durante años de seguir apoyando secretamente a los talibanes. La resurgencia talibana, asegura un análisis del Eurasia Group, sería un resultado positivo para Pakistán porque significaría un problema para India.

Por su parte, India –que había desarrollado una relación cordial con el gobierno afgano, asistiéndolo en desarrollo– se encuentra en una posición incómoda: beneficios geopolíticos para sus rivales, Pakistán y China, y la amenaza de un nuevo paraíso para milicias pro-pakistaníes que podrían afectar el conflicto en torno a Cachemir, la región musulmana que se disputa con Pakistán.

Rusia: el oso vigila

La Unión Soviética se retiró bochornosamente de Afganistán en 1989 y ahora Rusia ve con gusto la humillación de Estados Unidos. Y aunque decidió mantener su embajada abierta en Kabul, el retorno de los talibanes no le causa tranquilidad.

Ante la insurgencia talibana, Rusia inició ejercicios de seguridad con tropas uzbekas y tayikas en las fronteras de estas repúblicas exsoviéticas con Afganistán. Allí anunció el financiamiento de nuevos puestos fronterizos pues le preocupa que el posible resurgimiento de grupos islamistas extremistas en Afganistán se derrame sobre su esfera de influencia. También le preocupa el resurgimiento de ISIS: un grupo al cual Rusia se ha dedicado a destruir en Siria, donde tiene un aliado en el régimen de al-Assad.

Irán: segundas oportunidades

Irán, una nación chiita (Afganistán es de mayoría sunita), ha sido un enemigo histórico de los talibanes: desde el asesinato de 11 diplomáticos y periodistas iraníes en Kabul en agosto de 1998 que casi lleva a una guerra entre ambas naciones, hasta su cooperación con Estados Unidos al principio de la invasión a Afganistán. Pero, aunque la imagen de los talibanes en el público iraní sigue siendo profundamente negativa, Irán ha buscado acercarse al grupo afgano recientemente e incluso –según acusaciones de los americanos– le ha proporcionado armas.

Además de su odio compartido por Estados Unidos, Irán ve en los talibanes una fuerza que podría controlar el flujo de refugiados, mantener el comercio entre ambas naciones, evitar el auge de grupos enemigos como ISIS y –sobre todo– asegurarle acceso al agua del río Helmand.

Pero la alianza es precaria. Aunque la nueva postura conciliatoria de Irán lo ha convertido en un interlocutor para países como India, Irán –como velador internacional de los musulmanes chiitas– podría prontamente encontrarse enemistado con los talibanes si estos retoman sus genocidios y matanzas de la minoría hazara de Afganistán (que son chiitas). También, si Arabia Saudita y Qatar reasumen su financiamiento histórico a los talibanes (aunque Arabia Saudita ha reducido su participación en los juegos de guerra en el último año), Irán podría buscar financiar a las milicias hazaras o a una revivida Alianza del Norte.

Esto convertiría al país en una guerra de terceros, para los sauditas e iraníes exportar su enemistad, como ha sucedido con Yemen, Siria e Iraq. La fragilidad del asunto podría depender de si los talibanes mantienen su promesa de no retomar su persecución de hazaras, lo cual sin duda incendiaria la animosidad de el público iraní.

China: ¿la cuarta invasión?

Quizás el gran ganador del fracaso estadounidense es China, que ha puesto su ojo sobre una Afganistán libre de la presencia de Estados Unidos. Bajo el régimen talibán, con quienes China ha entablado conversaciones y encuentros, además de mantener su embajada en Kabul abierta, el gigante asiático ve una posible expansión de su multimillonaria Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda (BRI): los múltiples acuerdos de desarrollo de infraestructura y explotación de recursos que China ha extendido por todo el Tercer Mundo para asegurar su hegemonía geopolítica y económica.

En la vecina Afganistán, China ve la expansión de sus autopistas, trenes y oleoductos además de la introducción de Afganistán en el Corredor Económico China-Pakistán que significaría también la creación de vías terrestres entre ciudades pakistaníes y afganas. China –que ha anunciado su interés por “una cooperación amistosa” con Afganistán y ha hablado de conversaciones para iniciar estos planes económicos y desarrollistas– también podría buscar explotar las minas de tierras raras y litio del país.

Estas nuevas alianzas regionales, y la extensión del poderío chino sobre las minas de tierras raras podrían acelerar el acercamiento de India con Estados Unidos y propiciar conflicto interno ante la necesidad de EEUU de cortar su dependencia mineral de los chinos.

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Tras la retirada de EEUU, los talibanes tuvieron acceso a armas y equipos del ejército afgano
(Wakil KOHSAR / AFP)

La inversión china significaría también una oportunidad para asegurar la seguridad en sus zonas fronterizas con Afganistán y Pakistán donde históricamente se han refugiados milicianos y separatistas de grupos militantes del pueblo uigur, una etnia musulmana del este de China.

Desde hace unos años, China es acusada de detener a más de un millón de uigures y mandarlos a campos de concentración, donde se alega que han sido reeducados, forzados a comer puerco y a abortar. China ha negado estas acusaciones como propaganda, asegurando que su campaña es un acto de contraterrorismo, mientras que Estados Unidos lo ha catalogado como un ‘genocidio’.

Allí podría estar el talón de Aquiles de China que ve en el BRI un intercambio geopolítico. China busca abortar cualquier apoyo talibán a los uigures a cambio de inversión y desarrollo chino para Afganistán. Pero esta alianza podría ser precaria, considerando el fundamentalismo religioso de los talibanes. Si los talibanes se solidarizan con los uigures, y permiten que los grupos separatistas e insurgentes usen a Afganistán como una base de operaciones, China desatará su ira.

Aunque Estados Unidos catalogó al principal movimiento islamista uigur como terrorista en 2002 en un acto de solidaridad con China para asegurar su cooperación en la guerra contra el terrorismo, quizás al largo plazo EEUU podría buscar financiar estos grupos en una Afganistán anárquica a medida que incrementan las tensiones de la nueva Guerra Fría.

Además, las inversiones de China en países en vías de desarrollo muchas veces han sido acusadas de convertirse en trampas de deuda. Esto podría significar que la dependencia de China, su poderío y el conflicto uigur podrían tornar al nuevo régimen de Afganistán contra Beijing en el largo plazo. Aunque China actualmente no tiene una política intervencionista militar activa y sus tropas en el exterior son exiguas, su poderío militar ha ido aumentando para monitorear su vecindario e intimidar zonas como Taiwán o los cayos disputados el Mar del Sur de China. Esto, sumado a la posible amenaza a su seguridad doméstica que una alianza islamista entre militantes uigures y afganos podría significar así como también su historial previo de algunas intervenciones militares a sus vecinos durante la Guerra Fría, deja abierta la posibilidad de una eventual incursión militar en caso de significar una amenaza al control del oeste musulmán de China.

“Afganistán es más que ‘el cementerio de imperios’”, escribió la columnista Maureen Dowd: “Es la madre de los círculos viciosos”. ¿Seguirá China, en unas décadas, la condenada marcha de británicos, soviéticos y americanos hacia la ruina en Afganistán?

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