Opinión

La jueza Barreiros y Leopoldo López

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Naciones Unidas, la Unión Europea, Amnistía Internacional, y otras organizaciones globales de prestigio, han emitido en estos días comunicados demandando la liberación del dirigente opositor venezolano Leopoldo López. Que se imponga la presunción de inocencia en las acusaciones que elabora el Ejecutivo Nacional y que se reconozcan sus derechos políticos.

No es cualquier cosa. Estamos hablando de uno de los dirigentes políticos más populares del país. Una protuberante multitud de personas, en encabezando una jornada de protesta nacional totalmente legítima, le acompañó a encarar el cerco judicial venezolano hace unos meses, testimoniando que aquel era un gesto compartido y muy sentido entre los venezolanos. Aunque muchos quisieran disimularlo, el país atraviesa una grave crisis económica, política y moral; la más seria de toda su historia. Una auténtica crisis histórica. Nadie debería tomarse eso a la ligera.

Las relaciones con España han entrado en una crisis una vez que Mariano Rajoy decidiera acompañar los planteamientos a favor de López. Con la pelea diplomática, Maduro parece perseguir que el ejemplo no cunda: todo gobierno que se meta en ese problema deberá saber que tendrá conflictos con el Palacio de Miraflores.

En este momento, mientras su causa obtiene victorias políticas importantes en la escena internacional, Leopoldo López está en prisión, sometido a muchas vejaciones. Técnicamente incomunicado; impedido de derechos procesales básicos; asediado y hostigado con frecuencia. Sin derechos políticos. Leopoldo López es, que nadie lo dude  -porque algunos lo olvidan- , un preso político.

La Jueza que conoce este caso, Susana Barreiros, tiene en sus manos una bonita oportunidad para regresarle al Poder Judicial algo de sentido común y conexión con las angustias de la ciudadanía. Las cosas han quedado en sus manos. La gente espera su pronunciamiento. Naciones Unidas es una institución con la suficiente solvencia moral para hacer esta clase de solicitudes. Es obvio que Leopoldo López no es ningún delincuente.  Es un dirigente político preso, fruto de una grave sucesión de tensiones e infortunios que cursan en este momento la vida venezolana, pésimamente procesados políticamente por el chavismo y el alto gobierno. Síntoma último de su descenso en las preferencias del venezolano, su ocaso político y su desconexión con la realidad.

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