Venezuela

"Los refugios para los venezolanos que retornan son como un campo nazi"

El migrante Carlos Pérez dice que las penurias que ha vivido no se comparan con lo que sucede en el refugio tachirense donde pasa la cuarentena. "La comida es como para animales. No hay camas, solo colchonetas sucias en el piso. El baño se puede usar 3 minutos al día", describe. Ya cumplió el tiempo de confinamiento, pero no lo dejan salir porque no hay pruebas PCR para el despistaje de coronavirus

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Frontera
Cortesía

Carlos Pérez, de 30 años, es uno de los muchos migrantes venezolanos que decidió regresar al país. El 20 de mayo ingresó a Venezuela a través del puente internacional Simón Bolívar. Volvía de Bucaramanga, Colombia.

Al llegar al primer punto de atención epidemiológica, en la aduana principal de San Antonio del Táchira, se le hizo el test o prueba rápida para detectar la COVID-19. El resultado fue negativo.

Después, al venezolano lo llevaron al terminal de pasajeros de la localidad y, posteriormente, a cumplir la cuarentena obligatoria de 14 días en un Punto de Atención Social Integral (PASI) de la misma población.

Desde su ingreso hasta la fecha han transcurrido 16 días y Carlos sigue en el refugio.

No ha podido salir porque no le han tomado la muestra para la PCR (prueba que determina el contagio por COVID-19) ni una segunda prueba rápida para el descarte. El despistaje es un requisito obligatorio para poder salir.

“Nos han dicho que para irnos a casa tienen que hacernos la prueba rápida nuevamente, además de la PCR, pero no proceden con ninguna de las dos”, declaró Carlos Pérez a El Estímulo.

Se supone que las hacen cuando cumplen 14 días en los refugios. Carlos tiene dos días de retraso y está desesperado por irse. El refugio, dice, es «como un campo de concentración nazi».  Y añade: «Ya no sé qué hacer para salir».

refugios en la frontera tachira PASI

Hasta 21 días presos

Pérez no es el único en esta situación. Junto con él está un grupo de más de 100 migrantes retornados que ya cumplieron la cuarentena. Algunos tienen hasta 21 días de confinamiento y no pueden irse a sus casas por falta de pruebas diagnósticas.

Carlos relató con angustia que en el PASI hay personas de la tercera edad con enfermedades de base, como diabetes e  hipertensión, que temen complicarse en el refugio.

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Cuando los migrantes retornados preguntan por qué no les han hecho las pruebas para poder salir del PASI, la respuesta de los encargados es cortante: «Tienen que esperar”.

De acuerdo con los cálculos establecidos por epidemiología, las pruebas para detectar la COVID-19 debieron haberse aplicado el domingo 31 de mayo y no se hicieron. Para el jueves 4 de junio, aún no tenían respuesta de cuándo serían administradas a los retornados en cuarentena.

La orden de Nicolás Maduro es mantener a los migrantes retornados 14 días de cuarentena. Con optimismo, si la prueba la llegaran a hacer el viernes 5 de junio, al esperar los dos o tres días estimados para la entrega de los resultados, ya Carlos cumpliría 19 días de cuarentena. Las demás personas tendrían 24 días, 10 días más de los obligatorios, explicó Carlos Pérez.

Refugio al estilo nazi

Como un campo de concentración describe Carlos Pérez los 16 días de estadía en uno de los seis refugios de San  Antonio para migrantes retornados.

“No es un refugio. Es un campo de confinamiento al estilo nazi. Esto es muy duro. No es como dice el gobierno”, precisó el venezolano.

Confiesa que ha pasado por situaciones difíciles en Venezuela, pero que nada se compara con lo que está viviendo ahora. «Es muy duro», reitera.

Para este migrante retornado, quien no salga contagiado por COVID-19 en el refugio va a salir enfermo de cualquier otra enfermedad, porque las condiciones en las que se vive la cuarentena son pésimas.

“La comida es como para animales y la sirven cada vez que se acuerdan”.

El desayuno lo reparten pasadas las 10 de la mañana, el almuerzo a las 5 de la tarde y la cena la han entregado entre  las 11 de la noche y la una de la mañana.

Quienes más sufren son las personas que no tienen dinero para comprar afuera. A quienes han podido hacerlo, el dinero se les agotó, porque son muchos días de estadía.

Se quejó del personal militar que custodia el refugio. “No tienen la menor calidad humana. Nos tratan como si fuéramos presos. A las patadas”.

Dentro del refugio se maneja un orden militar. Para usar el baño son tres minutos al día, luego de hacer una larga fila.

“El trato es como si uno fuéramos delincuentes. Como si estuviéramos ahí porque cometimos un delito”.

En el refugio no hay camas, solo colchonetas sucias tiradas en el piso que no alcanzan para cubrir la demanda, reveló.

Una buena parte de los retornados duermen el piso porque la cantidad de gente supera el número de colchonetas.

Entre las personas sanas y las contagiadas por COVID-19 no existe distanciamiento seguro. La distancia es mínima, de unos 8 a 10 metros apenas, alertó.

Y al otro lado de la frontera

Regados por el piso, sentados sobre maletas y costales, se encuentran desde hace más de una semana unos 700 venezolanos que tratan de retornar al país, según cifras de Migración Colombia. Estos retornados pasan sus días y noches en la frontera entre San Antonio del Táchira y el corregimiento colombiano La Parada.

Estos venezolanos no pueden cruzar el puente fronterizo, a pesar de que este se encuentra a pocos metros de donde pernoctan, y han levantado improvisados ranchitos, o cambuches,

No pueden pasar porque del lado venezolano no los dejan. Las razones se desconocen.

venezolanos que esperan en el puente simon bolivar frontera colombia tachira

Según Migración Colombia, el gobierno de Iván Duque está pidiendo que reciban a estos venezolanos que esperan en condiciones tan lamentables, pero las autoridades les restringen el paso.

Por la frontera con Arauca, las autoridades venezolanas han limitado el ingreso de los connacionales a solo tres días por semana. Antes ingresaban 300 personas diarias. Ahora son apenas 100 los venezolanos que pueden entrar. Así lo informó el director general de Migración Colombia, Juan Francisco Espinosa.

El funcionario colombiano alertó sobre el riesgo de que la situación se escape de control en el Norte de Santander (Villa del Rosario/ Cúcuta/Pamplona), en el Arauca y en Maicao.

«Si pasamos de tener 700 personas allí (como ahora) a tener 1000 o 1200, se generará mayor presión y riesgo de contaminación con coronavirus, tanto para la población migrante como para los nacionales colombianos que viven en Villa del Rosario y Cúcuta”.

El alcalde del municipio colombiano Villa del Rosario, Eugenio Rangel, donde se concentra la oleada de venezolanos que retornan, pidió suspender la llegada de autobuses desde las distintas regiones de Colombia hacia la frontera.

“La capacidad de respuesta se agota al represarse el paso hacia la frontera venezolana”, explicó.

Por su parte, el representante del gobierno de Nicolás Maduro en Táchira, Freddy Bernal, pidió mayor colaboración logística a Colombia. Reconoció que solo están entrando 300 venezolanos diariamente por la vía legal.

Maltratados y amontonados

Amontonados, sin ningún tipo de control de bioseguridad para prevenir el coronavirus, se agrupan cada día en largas colas cientos de venezolanos que tienen la esperanza de entrar a su país de origen. Cargan maletas, pero también colchones y hasta ventiladores, los pocos bienes adquiridos durante los días de migración.

Tostados por el sol fronterizo, con rostros cansados y con hambre, relatan lo difícil que les ha resultado regresar al país.

“Llevamos tres días aquí, a la intemperie. Ya se acabó la poca plata que teníamos. Compramos algo para comer. No contábamos con esta parada tan larga”, dijo José Urbina, uno de los venezolanos que llegó desde Bucaramanga.

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Vecinos de la zona y algunas ONG les han prestado ayuda en lo que se refiere a hidratación y alimentación.

Algunos tienen la posibilidad de pagar un hospedaje (1,50 dólares) en un garaje donde se aglomeran 50 personas y duermen en colchones que lanzan al suelo. Hay una sola ducha y baño, que deben compartir.

Otros se ven obligados a usar la vía pública como retrete. En el mismo lugar duermen y preparan alimentos.

Se quejan de que han existido «privilegios» para el ingreso a Venezuela. “Dejaron pasar a 50 mujeres y el resto quedamos pagando plantón”, comentó Jorge Ochoa, venezolano retornado que espera en La Parada.

Burlar los controles militares y policiales de Colombia y Venezuela y acceder al país por los caminos ilegales o  trochas, resulta ahora una opción.

“Está complicado pasar por la trocha si llevas equipaje. Se pueden llevar bultos de comida o cualquier otra mercancía, pero si te ven con maletas no te dejan cruzar o te piden una bola de plata, que no todos pueden pagar”, aseguró.

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La crisis que enfrentan los venezolanos varados en distintas fronteras de Latinoamérica en espera de retornar al país, se ha convertido en un escenario común durante la pandemia generada por la COVID-19.

Las fronteras de Ecuador, Perú, Chile y Colombia han mostrado la cara más cruel de la migración venezolana, que luego de quedar desprotegida, sin trabajo y sin un techo para resguardarse, se ve obligada a retornar a su país en condiciones más críticas que cuando se fueron.

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