Andrés Cosson y Julieta Arnau, los únicos venezolanos en Malí
Solo 4 venezolanos viven en Mali, Andrés Cosson, Julieta Arnau y su bebé son tres de ellos, el otro es el embajador. Estos caraqueños decidieron irse a este país africano y cambiar radicalmente su estilo de vida
Sin una cultura de centros comerciales o lugares destinados específicamente al ocio, los venezolanos Andrés Cosson y Julieta Arnau dedican sus tardes en Bamako, la capital de Malí, a tomar té debajo de una mata de mango, como suelen hacer los lugareños.
Cuando programé la entrevista con ellos para Radio Migrante, en abril pasado, en principio sería con una sola persona. Ya no recuerdo bien si era con Andrés o con Julieta. En la preparación previa surgió la idea de hacer la entrevista con ambos. Fue, debo decirlo, mi primera vez y me encantó. Por lo general he entrevistado a muchas personas, pero con ellas fue la primera y hasta ahora única vez de entrevistar a una pareja. Lo que pueda decir de la conversación se quedará corto ante la deliciosa conversación que sostuvimos.
Malí es un país del occidente africano. Revisé en Google Maps y existen 6.404 kilómetros entre Caracas y Bamako, la capital de esta nación. Según las indagaciones de mis entrevistados, allí residen, contándoles a ellos, apenas 4 venezolanos, ellos como familia y el embajador de Venezuela. Salieron del país, como muchos otros de los testimonios que hemos recabado, en el fatídico año 2017.
El día que conversamos para ellos eran las 7 de la noche. Estaban a 45 grados y me dijeron que en el día había hecho más calor. Gran parte de la geografía de Malí está conectada con el desierto del Sahara, por lo que las altas temperaturas son habituales.
Wikipedia me precisa esta información: Malí tiene sus fronteras al norte en el medio del desierto del Sáhara, mientras que la región meridional, donde vive la mayor parte de sus habitantes, está cercana a los ríos de Níger y Senegal. La estructura económica del país se centra en la agricultura y la pesca.
Vinculados a Naciones Unidas, Andrés y Julieta además de migrantes venezolanos han sido, en cierta medida, una suerte de trotamundos. Han vivido en Indonesia, Australia y El Salvador, antes de llegar a Malí. En tierras salvadoreñas nació su hija Macarena y adoptaron a un perrito que terminó bautizado como Empanada José Cosson Arnau, quien también les acompaña en Bamako.
De solo saber el nombre de su mascota se entiende, muy rápidamente, lo conectados que estos caraqueños se sienten con Venezuela. Cuando le pregunté a Andrés qué cosas extrañaba de nuestro país, estando tan distantes, me dijo que añoraba “todo, todo, todo… nosotros amamos a Venezuela”.
De forma relajada Julieta me dice que se sienten a gusto en Malí. Hablamos de una nación que fue colonizada por los franceses, donde la mayoría de la población es musulmana, pero como ella aclara de inmediato tienen una cultura abierta a otras culturas y religiones. Un detalle para entender la apertura en materia religiosa, y es algo que ha cobrado notoriedad en estos días, a propósito de las protestas que sacuden a Irán, las mujeres malienses no están obligadas a usar burkas o velos.
Sin hablar español
Sin posibilidades de interactuar con otras personas que hablen español, teniendo ellos como idioma profesional el inglés, confiesan que en los primeros tiempos en Malí pasaron trabajo, como se dice, para entender y hacerse entender.
“Nos comunicábamos con señas, con Google Traductor, pero éste a veces nos ponía cualquier cosa. Ahora ya nos acostumbramos, ya sabemos dónde comprar, cuánto cuestan las cosas”, resume Andrés
Sobre esa dinámica de la vida cotidiana, Julieta, cuenta su principal desafío para adaptarse el nuevo contexto cultural y comercial. “Viniendo de Venezuela estábamos acostumbrados a comprar una bandejita de carne o pollo, aquí te venden una cabra completica o hasta una vaca completa, eso es lo más impresionante. Te preguntan qué parte de la vaca quieres. Uno viene acostumbrado a algo más industrializado”, explica ella.
Fanáticos de las arepas, están atentos a cualquier viaje de un colega de trabajo que provenga de países en los que sea fácilmente se pueda adquirir harina, para solicitarles que les lleven. En compensación han hecho arepas para gente de muchas nacionalidades.
Cuando les pregunto sobre qué hacen en su tiempo libre, me aclaran que no existen los centros comerciales, van a algunos cafés o restaurancitos, ven juegos del futbol internacional y participan de carreras que les permiten no sólo hacer actividad física sino también conocer el país.
Me confiesan, empero, que se han adaptado al estilo tranquilo, que es lo común entre los lugareños. Y así muchas tardes al terminar su jornada de trabajo se dejan caer debajo de una mata de mango y toman té.
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