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Opinión | La reelección de Almagro

La OEA y el propio secretario general recién ratificado han visto cómo en estos años el régimen de Nicolás Maduro pasó de ser un “autoritarismo electoral”, como suele llamar la literatura a los gobiernos que aprovechan su ventajismo en elecciones, a convertirse abiertamente en una dictadura

Luis Almagro sobre caso Raúl Baduel
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Contra los pronósticos iniciales que auguraban una reñida votación para la elección del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro ha recibido un claro espaldarazo para que prosiga al frente del organismo en el período 2020-2025.

Los 23 votos de Almagro contra los 10 de la ex canciller de Ecuador María Fernanda Espinosa, quien estuvo al servicio del régimen de Rafael Correa, constituyen un punto de inflexión en el organismo hemisférico. La política activa y visible de Almagro en contra del autoritarismo en la región, marcando un estilo diametralmente opuesto a su antecesor José Miguel Insulza (2005-2015), recibió un claro mandato para los próximos años.

Como político que es, Almagro, sin la posibilidad de un tercer período (ya que lo prohíben taxativamente los estatutos del organismo), podrá enfocarse en construir su legado, en lo que sin duda serán años decisivos para la vida democrática de las Américas.

La apertura para que la sociedad civil tenga un rol activo en el organismo, si bien comenzó en los años de Insulza, ha tenido en la gestión de Almagro un impulso significativo. Allí deberá continuar una línea de acción para que la OEA, que se fundó como un organismo de Estados, pase a ser una organización de países y, dentro de esa perspectiva, se convierta en el espacio para la interlocución entre gobiernos, líderes políticos, activistas de la sociedad civil y empresarios, entre otros actores.

Paulatinamente, tal vez sin la velocidad e intensidad que esperan las organizaciones sociales, en estos años de Almagro también se han impulsado decisiones internas para que la OEA deje de ser una entidad de señores y apueste genuinamente por la equidad de género en la composición de su personal y dirección.

El trabajo de la mano con la sociedad civil tiene, asimismo, un claro desafío en lo que se evidencia como una necesidad urgente: el fortalecimiento del Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Los primeros cinco años de la gestión de Almagro representaron un claro respaldo político al sistema. Ahora debe pasarse a una fase en la que también se evidencie un apoyo financiero para instituciones que trabajan con presupuestos desfasados y que, además, deben de hacer una labor aún mayor, dada las crecientes exigencias de las sociedades, y de las víctimas, para hacer valer sus derechos básicos.

Dejar, al cierre de su gestión en 2025, un Sistema Interamericano de Derechos Humanos que siga gozando de la necesaria autonomía que demanda su misión, y al mismo tiempo haber alcanzado un financiamiento estable y adecuado para tan loable tarea, podría ser uno de los grandes legados de Almagro.

El hueso más duro de roer, sin embargo, será la restitución democrática en “Venecuba”, el tándem autoritario que tiene impactos y secuelas diversas en la región.

La regresión democrática que vivió Venezuela entre 2015 y 2020, justamente en el primer período de Almagro al frente de la OEA, dejó al desnudo la candidez de la Carta Democrática Interamericana, que si bien señaló un conjunto de buenos deseos, no trazó una hoja de ruta consensuada sobre cómo actuar cuando un país va por el despeñadero autoritario.

La OEA y el propio Almagro han presenciado en estos años cómo el régimen de Nicolás Maduro pasó de ser un “autoritarismo electoral”, como suele llamar la literatura a los gobiernos que aprovechan su ventajismo en elecciones, a convertirse francamente en una dictadura.

Los esfuerzos y estrategias de la Comunidad Internacional, hasta ahora, no han rendido frutos. La coalición en el poder no se ha quebrado con las sanciones internacionales, ni con las amenazas, y como ha sido su práctica, terminó desvirtuando un espacio de diálogo con la oposición al que apostaba Europa.

Siendo testigo privilegiado y actor involucrado dado su cargo, Almagro ha manifestado que su deseo de ser reelegido pasaba también por el objetivo de ver a Venezuela en la senda democrática. Quienes vivimos en Venezuela y apostamos a una transición democrática esperamos que ese empuje de Almagro ante el autoritarismo chavista no ceje en este tiempo por venir.

¿Y Cuba? Ay Cuba! También Almagro ha marcado una pauta bastante diferente a la que se siguió en el pasado en la OEA. Literalmente, durante muchos años se miró para otro lado, en una estrategia que asumía que si el régimen de La Habana no ocupaba su sillón en el organismo, no era entonces un problema qué abordar, con excepción de los informes y reportes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Políticamente, la OEA se había quedado -respecto de Cuba- en la política de exclusión y aislamiento de los años 60 del siglo pasado. Almagro le imprimió un sello nuevo, diferente, al conectarse con las organizaciones pro libertad y pro derechos humanos de Cuba que actúan desde el exilio.

En el seno de la OEA de nuevo se discutió sobre la falta de libertades en Cuba, sobre las violaciones a derechos humanos en la isla y, especialmente, se conectó con el tema venezolano, gracias a Almagro. Es difícil imaginar un cambio en Venezuela mientras esté activo sobre el chavismo el tutelaje del castrismo.

Venecuba no es, entonces, una forma popular o periodística de referirse a la simbiosis entre La Habana y Caracas; deviene hoy en uno de los más claros desafíos para Almagro y su legado al frente de la OEA.

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