Opinión

La cultura vencida del venezolano

El pesimismo siempre es acechado por el quiebre. J.D. Lorán.

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Todo es vencido por el tiempo o los lugares. Todo caduca. Nada escapa a la descomposición, al aparente inofensivo vencimiento. Todo se pudre. Y es una tragedia no darse cuenta o elegir ignorar el hedor de lo caduco, inservible. Y cuando esto le ocurre a los hábitos que configuran a una sociedad, presenciamos la violenta pasión por el vicio y la institucionalización y normalización del desprecio por todo aquello que conduzca a la colaboración, el respeto, la solidaridad y la justicia. Hábitos de la Democracia, sin los cuales no existe el bien común.

Nuestra cultura desprecia las normas de la civilización. Queremos ser libres, pero sin normas. Deseamos la Democracia, pero sin partidos políticos. Somos la única sociedad con esta creencia. No queremos Instituciones que nos dicten los principios mínimos de civilidad. Nuestra sintaxis la rige el desorden, la educada voluntad por negar al otro.

Nos escolarizamos, pero no nos educamos. Odiamos el conocimiento y marginamos a quienes lo producen y poseen. Compartimos lo innecesario e irrelevante, lo que sobra y es desechable. Una cultura de simulacros. No distinguimos entre la basura y el arte; entre el hogar y la cárcel; entre el aroma y el hedor. Apreciamos el ruido, el grito del abuso, la fiesta del delito; el liderazgo del delincuente.

Los asuntos públicos nos son indiferentes. Los atendemos cuando nos lesionan el confort. Nuestra paciencia es la resignación; estructurada por el pensamiento mágico, la risa fácil, la ignorancia y el monólogo de picnic. Vivimos de los mitos corteses que de antiguo nos describían como simpáticos y chéveres. Escuchamos no para construir, sino para destruir lo que agrega ganancias humanas.

Insistimos en la improvisación, en vivir de los espejismos de las certezas. Las contingencias e incertidumbres nos paralizan. Y ante estas desplegamos nuestra profunda pasión por lo fácil y rápido. Todo vale. Es el poder de lo deleznable, de lo que sólo anida ruina en los sentimientos y afectos de una sociedad.

Queremos que lo real sea de humo, reality show matutino. Creemos que nos merecemos lo mejor, sin que ello exija esfuerzo y constancia. Cuando comparamos nuestra ausente calidad de vida con las constantes y progresivas de otras sociedades, usamos los criterios de la superficialidad y la ignorancia. Evitamos los argumentos de la laboriosidad y la paciencia. Herencia petrolera: la prisa y el desdén por lo mejor.
Urge un quiebre social, espiritual y emocional. Asumir lo que hemos sido y redactar nuestra íntima renuncia a todo ello. Abandonar lo que ya no es posible continuar viviendo como personas y en sociedad. Perder nuestro amor por lo anacrónico. Salir y ver el rostro de lo que va muriendo, pero nos obsesionamos en darle oxígeno. Algo pasó a nuestro lado y arrasó con nuestros engaños. Es hora de construir nuestras próximas verdades.

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