Opinión

Vestirse de bandera

Muamar el Gadafi sorprendía a los medios de comunicación con voluminosas capas de lana de camello y trajes de telas de colores inflamables, anaranjados, morados, rojos, que armonizaban perfectamente con sus gorras.

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El líder de la Revolución manejaba con destreza el arte del espectáculo. Sus diversos uniformes militares saturados de medallas, charreteras y cordones, la estridencia de sus camisas estampadas con figuras de animales africanos, eran los fuegos de artificio de una representación de poder completada con estrambóticas carpas cuidadas por hermosas mujeres con botas de combate de tacón alto. Cada quien se viste como quiere. Mao Zedong se caracterizó por el uso contumaz de un chaquetón de tela gruesa, el Zhongshan, creado originalmente por Sun Yat-sen pero que con el tiempo llegó a ser mundialmente conocido como traje Mao. A los líderes políticos, sobre todo a los de fuerte vocación totalitaria, les encanta uniformarse. Ajenos a la diversidad, encuentran en la repetición una herramienta de control.

Todos los mandones saben que el poder es un arreglo de percepciones y que la vestimenta emite señales que devienen códigos para el acomodo y conformidad de esas percepciones. Hay candidatos histriones que se han vestido de Supermán, pero sin llegar al éxtasis del manejo histérico de las masas, los políticos venezolanos de las últimas décadas se han destacado por un gusto que a mi se me hace, también, curioso: les ha dado por vestirse de bandera. Un recorrido por la fotografía política de los últimos años abunda en imágenes de políticos criollos, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Henrique Capriles, con el tenaz chándal tricolor. No todo el mundo puede vestirse de bandera. En una oportunidad, a la cantante mexicana Paulina Rubio la multaron por cubrir su desnudez con una bandera. A Thalía la amenazaron por la misma razón. Nuestros políticos, en cambio, se transforman en héroes míticos al cubrirse con el símbolo patrio. Pareciera que algo hay en las sudaderas y chaquetas amarillas, azules y rojas, que convierten a sus portadores en personificaciones de nuestra identidad nacional. A fin de cuentas, la celebración de los símbolos de la nación es una manera de enaltecer las virtudes del pueblo. Uniformados de bandera y cantando todos el himno nacional nos amaremos mucho más como venezolanos, construiremos un país productivo capaz de generar riqueza y bienestar, controlaremos la inflación y acabaremos con las cifras escalofriantes de homicidios que convulsionan nuestra sociedad. Henrique y Maduro lo saben.

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