Opinión

Lo nuevo de Nolan o no somos más importantes que un bachaco

Salí de la película de la que más se hablará en los próximos meses, al menor entre cierta élite intelectual, y tuve ganas de llamar a un ser querido. Sentí que había envejecido unas cuantas décadas y, durante unos minutos, me pareció irrelevante la inseguridad en Caracas.

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No sé si Interestelar es una obra maestra. Le sobran minutos y escenas, como suele ocurrir. Si Gravity tenía mucho de inverosímil (le dejo este dato: los únicos astronautas que han muerto en el espacio exterior, los tres rusos de la Soyuz 11 en 1971, quedaron inutilizados en aproximadamente 20 segundos apenas se les despresurizó la nave), Interestelar, que es mucho más ambiciosa, ofrece un potencial ilimitado de inexactitudes. Pero sin duda sentí que había visto algo trascendente, como después que terminaron las funciones de Pulp Fiction o The Matrix.

Sostengo que hemos madurado cuando nos damos cuenta de que nuestro papel en el universo no es mucho más importante que el de un bachaco, e Interestelar te ayuda a poner las cosas en contexto.

Puedo imaginar a Christopher Nolan viendo Gravity hecho un puño de nervios (“¡Me van a arruinar la vaina!”), pero luego respirando aliviado.

No le voy a mentir. Una parte de mí tiene mucho de nerd y di clases particulares de Estadística, pero no fui capaz de terminar El universo en una cáscara de nuez de Stephen Hawking. Lo nuevo de Nolan hará huevos revueltos con sus sesos y habrá infinitas cosas que no entenderá ni viéndola recuadro a recuadro en el Blu-Ray (por ejemplo, Matt Damon), pero debido a su fuerza emotiva, supera a Inception. Tiene mayor potencial para alcanzar y conmover a un público masivo. De eso se trata el cine.

Le voy a hacer el cuento corto. El socialismo del siglo XXI ha llegado. 7 mil millones de capitalistas consumistas agotaron los recursos y aniquilaron la biodiversidad de la Tierra. La única planta que queda es el maíz (en una escena, Matthew McConaughey toma cerveza, que se hace con cebada, pero no empecemos).

Hay que buscar otro sitio para la humanidad, pero las distancias en el universo son inconmensurables: la sonda Voyager 1 fue enviada al espacio en 1977 y apenas en 2012 abandonó el sistema solar. Aquí entran en juego las paradojas espacio-temporales (concepto clave en Interestelar) y esas cosas que decía Einstein. Cabría la posibilidad de llegar a otras galaxias (y planetas habitables) a través de dimensiones dobladas, túneles en el universo. El tiempo es relativo. A lo mejor un día en un agujero negro equivale a una década en la Tierra. Idealmente un explorador del espacio no debería ser padre de familia.

En una época anterior de mi vida me hubiera burlado de diálogos al estilo de “el amor trasciende las dimensiones del tiempo y el espacio” (y tal). Después uno crece y de da cuenta de que, aunque la ciencia ficción sea más ficción que ciencia, la emotividad sirve para divulgar entre la población contenidos que de otra manera serían indigeribles. En Interestelar hay mucha física cuántica, y esas cosas, pero también reflexiones pertinentes sobre la paternidad, debates éticos que mandarían a Kierkegaard a Bárbula y aportes sobre la evolución de la sociedad o la robótica (la ultimísima generación cinematográfica de androides es algo así como cuatro paralelepípedos articulados). ¿Qué pasa cuando sometemos a animales sociales a soledades infinitas?

Cuando rompemos con una pareja y la encontramos cinco años después, tendemos a pensar (en nuestro egocentrismo) que su vida quedó paralizada a la espera de nosotros. Y esa es la principal crítica que haría a Interestelar. Los tipos que viajan al espacio dejan una Tierra atrás, y da la impresión de que esa vida en la Tierra queda sumida en una pasividad polvorienta y resentida, sin una evolución local de conocimiento, a la expectativa del descubrimiento salvador que ocurra en otro rincón del universo. Una falacia, pues la vida es persistente, toma atajos y consigue soluciones. Coloquialmente: los humanos somos una ladilla.

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