Cultura

Espejos y el fastidio del “dile no a las drogas”

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El debate sobre la legalización de la marihuana, acompañado de cierta tolerancia progresiva o des-satanización esta sustancia, se ha destapado recientemente en varias partes del mundo. ¿Estamos preparados ya para hacer lo mismo con otras drogas?

No estoy haciendo apología de sustancias ilícitas, ojo, soy un cagueta que ni siquiera se atrevió a probar té de coca en Bolivia. Solo creo que es hora de discutir abiertamente el papel real que juegan, más allá de la letanía de “dile no a las drogas”. Hablemos claro y raspao, sin los tabúes de siempre. ¿Es casualidad que una gran cantidad de músicos y artistas (véase Cerati) se “metan algo”, o efectivamente se ayudan a expandir sus posibilidades creadoras? ¿Hay gente que sí es capaz de timonear su consumo de drogas, sin ser timoneado por ellas? La película El lobo de Wall Street, de Scorsese, por ejemplo, muestra otro punto de vista sin moralismos: la droga (y el sexo) como vehículos para aumentar un presunto placer supremo, ganar dinero.

Lamentablemente, pocas veces un consumidor de drogas tiene espacio para contar su versión en los medios tradicionales. Al menos no uno “activo”.

Tengo un amigo que sabe mucho de cine, Sergio Monsalve, que señala que el cine venezolano con frecuencia llega retrasado a las grandes vanguardias o tendencias internacionales. Espejos, del director César Manzano,podría ser un ejemplo. Es una película que se vende con cierto empaque sórdido y escenas “fuertes” de consumo de drogas, homosexualidad, lesbianismo, orgías, videos eróticos, derrape discotequero genérico (una letra de Wisin y Yandel, pues) y ajusticiamientos extrajudiciales, etcétera, aunque en el fondo creo que es profundamente moralista y pacata.

La primera vez que la  vi, pensé que el problema era mío, que estaba desconcentrado (quizás algo de lo que se metía Claudia La Gatta por las fosas nasales se me había deslizado desde la pantalla) y me estaba perdiendo de algo. La segunda vez, ya no me quedaron dudas: Espejos tiene un gravísimo problema de guión, nunca engancha. Hay demasiadas historias independientes, engarzadas a la machimberra, que quizás pudieron haber funcionado si se hubiera escogido solo una de ellas para desarrollarla: mamá católica (Clarissa Sánchez) que se lanza un barranco con su ginecólogo ludópata (Carlos Camacho), su esposo publicista gay de closet (Luis Fernández), modelo-actriz esnifadora (La Gatta) con hermana candidata a alcaldesa tipo Delsa Solórzano (Isabella Santodomingo), financista similar a aquel que le pasó la maleta al diputado Juan Carlos Caldera (César Manzano)…La impresión es que uno está viendo un tráiler martirizado para que llegue a dos horas.

Tengo un problema con Luis Fernández. Con frecuencia me cuesta separar al actor de la persona. Evidentemente nunca ha dado el tipo de galán, pero también es como demasiado blando y rosado para meter miedo dándosela de malo. A mí a veces se me parece como a un futbolista de España, pero de la época de cuando España nunca ganaba Mundiales. Todavía espero por un gran papel suyo en cine o televisión (no he visto sus obras de teatro). Aquí tiene una escena aceptable que hace que la gente se ría (podríamos titularla “me ladilla la mariquera”), pero de resto, el peso más pesado del reparto no evita que el barco se hunda en una gritadera histérica que se castiga a sí misma con la ley del silencio. Hasta el nombre Espejos es soso.

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