Cultura

Sully: la América blanca que Clint Eastwood y Donald Trump extrañan

La última película de Clint Eastwood es un homenaje a esa América blanca que votó por Donald Trump. Pero detrás del heroísmo que representa Tom Hanks en la gran pantalla, no hay más que un simple relato bien contado.

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Chesley es un afable piloto cincuentón, que se ha ganado el respeto de sus colegas. Le llaman “Sully”, por cariño y para acortar el complicado apellido: Sullenberg. El 15 de Enero de 2009, al mando del Airbus A320, parte del Aeropuerto Internacional de Charlotte hacia el Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma. Lo que parecía ser un vuelo de rutina se convierte en un viaje de terror cuando una banda de pájaros, que pareciera ser dirigida por Alfred Hitchcock, se atraviesa en el camino.

Sully no es un filme memorable. Cuesta entender incluso que alguien se tomara el riesgo de rodarlo si tenía todas las cartas para perder. La principal es su conocida historia. No hay drama porque la decisión que toma el piloto es harta conocida y está registrada en Youtube. Sin embargo, en las manos de Eastwood, este pequeño relato se convierte en una interesante odisea que, sin pudor alguno, vende cual panfleto los valores republicanos que Donald Trump prometió rescatar para hacer de Norteamérica lo que, según él, fue: la patria grande y bonita.

Para blindar su cometido, Eastwood utiliza al último gran héroe americano: Tom Hanks. Esta cinta no hubiera llegado a buen puerto sin la presencia de uno de los actores más queridos en la pantalla, experto en sobrevivir a viajes al espacio (Apolo 13), naufragios (Cast Away), piratas (Captain Phillies), golpes de Estado (The Terminal) y conspiraciones políticas y religiosas (Bridge of Spies y The Da Vinci Code).

Hanks sabe qué hacer con su personaje y logra un performance con base en sentimientos contenidos, lo que ya le valiera un Oscar a su compañero Mark Rylance en la soporífera Bridge of Spies (2015). Se nota que hay una muy buena relación con el director, lo que agradece el espectador, pues los 96 minutos (Eastwood sabe que la historia no da para más) pasan volando.

Lamentablemente, con los minutos, después de la última escena, el filme se va perdiendo en nuestra memoria mientras empezamos a recordar que debemos comprar pan y leche. No hay ni una escena que sobreviva al paso de los años y hasta brillantes actores secundarios como Aaron Eckhart (el Harvey Dent de The Dark Knight) quedan para la foto. Eso sin hablar del maltrato al elenco femenino, algo ya regular en la filmografía del director.

La construcción de Sully, no obstante, es un destacado trabajo narrativo. Cualquier estudiante de cine podría aprender del uso del flashback, mientras al mismo tiempo reconoce que es necesario, para la construcción de un personaje, más subtramas, algo que se extraña en el filme. Apenas si sabemos, por ejemplo, que el protagonista tiene ciertos problemas financieros y una distancia emocional con su esposa. Haber hecho más hincapié en este tema le habría dado mayor complejidad y riqueza a la obra,

Desde los ficticios justicieros como Harry Callahan (The Dead Pool), Bill Munny (Unforgiven) y Walt Kowalski (Gran Torino), hasta los “reales”: Chris Kyle (American Sniper), J. Edgar Hoover (J. Edgar) o Nelson Mandela y Francois Pienaar (Mandela), la figura del héroe es constante tema de trabajo para Eastwood. No pareciera, sin embargo, casualidad que coincidieran en tiempo y espacio el triunfo de Trump este cinta, en la que abundan las banderas de barras y estrellas y en el que se celebra la actuación cooperativa de las diferentes fuerzas armadas del país, desde los controladores aéreos hasta la policía. Incluso el intento de crítica hacia la sociedad, cuando «Sully» es llevado a juicio por su controversial decisión (amerizar en lugar de devolverse al aeropuerto), también es un mensaje muy de derecha: si el fin es positivo, los medios para su consecución no deberían cuestionarse. Por su puesto, algo que no sorprende si para Clint, la actual es una generación de mariquitas.

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