Opinión

Superorganismos y egos en la política venezolana

La oposición no ha logrado organizarse como un superorganismo. Constantemente, se dejan colar las individualidades, los egos, las diferencias, el chismorreo y los juegos de poder

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eduardo porcarelli
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Una de las mentes científicas más brillantes del siglo XX sigue aún con vida, para bien de la ciencia. Edward Osborne Wilson, de 90 años, es un biólogo y etnólogo estadounidense, padre de la sociobiología y del concepto de biodiversidad. Profesor de Harvard y ganador de numerosos premios, entre ellos el Pulitzer, y con más de 30 doctorados Honoris causa, es considerado por varias publicaciones especializadas como uno de los 100 científicos mas influyentes de la historia.

Edward O. Wilson ha sido un gran estudioso de la evolución del ser humano y de la sociedad desde la óptica de la biología. Sus hallazgos se han recogido en más de una veintena de libros. El profesor Wilson ha focalizado su atención en el comportamiento de las hormigas y los superorganismos. (El superorganismo: belleza y elegancia de las asombrosas sociedades de insectos. Editorial Katz, 2014)

En la introducción del libro, Wilson hace un ejercicio de la imaginación. Conjetura que un grupo de científicos de otros confines del universo visita el planeta tierra, un millón de años antes que apareciera la humanidad. ¿Qué encontrarían? Entre muchas cosas, tropezarían con 20.000 especies. Las mejores organizadas socialmente, en colonias, serían mayoritariamente de insectos.

Los miembros de cada colonia se dividirían en dos castas básicas: una, con un pequeño número de miembros, se dedicaría a la buena vida de la reproducción. La casta con más miembros sería de trabajadores, que llevan a cabo el trabajo de una manera altruista, como una regla. La división del trabajo en colonias de hormigas, abejas, termitas o avispas obedecería a distintos esquemas, pero siempre en función de preservar a la colonia.

Un millón de años después apareció la humanidad. El comportamiento en las referidas colonias de insectos no varió un ápice.

Wilson señala que lo que les ha permitido a las colonias sobrevivir durante mucho más de 50 millones de años, ha sido su sistema integrado de comunicaciones y su división de trabajo en castas. Todo esto es lo que configura un superorganismo. La cooperación se da entre ellos con el uso de señales químicas llamadas feromonas.

Actualmente, los científicos estiman que hay mas de 8 millones de especies en el planeta. El homo sapiens apenas apareció hace un par de cientos de miles de años y es la única especie que desarrolló “plena” conciencia de sí misma, como resultado de un rápido desarrollo de su cerebro, aunque otras pocas tienen un nivel de consciencia más básico. Wilson señala que la especie humana es de perspectivas cortas, porque solo se preocupa por los seres mas cercanos, y su visión solo abarca de una a tres generaciones.

Los seres humanos, según Wilson, nunca podrán tener un comportamiento como el de los superorganismos. Más bien, nunca renuncian a su individualidad en aras del interés general de la comunidad, aun cuando a través de años de pactos y del uso del lenguaje han logrado constructos que les permiten canalizar la cooperación para dar algo de viabilidad a su futuro.

Pienso en el contraste entre el comportamiento del ser humano y el del enjambre de abejas o las colonias de hormigas organizadas en un superorganismo, y no puedo evitar en pensar en los partidos políticos que actúan como un bloque sólido, por un lado, y en los esfuerzos dispersos, individualistas de algunos dirigentes políticos, motivados por eso que algunos llaman la “trampa del ego”.

En 2007, cuando nació el PSUV, se fusionó en un solo partido a todos los partidos políticos que apoyaban al gobierno de Chávez. Este esfuerzo le ha dado al chavismo muchos frutos, porque el comportamiento del PSUV es similar al de un superorganismo, en el que todos sus militantes trabajan por un único fin: conservar el poder a cualquier costo. No importa si hay diferencias. Si un ego resalta sobre otro, casi nunca trasciende la dinámica interna.

Las diferencias son ventiladas interiormente bajo unas reglas de juego estrictas que impiden ver a quienes no están adentro, las debilidades, los quiebres, los juegos de poder. La cara externa es la de un bloque sólido, uno de poder (no quiero decir con esto, ni remotamente, que haya allí alguna practica altruista). Allí se perfuman internamente las feromonas (antes de seguir adelante, debo aclarar que cada día se me hace más difícil comprender qué o quiénes integran eso que entra en Venezuela bajo el concepto de oposición. Quienes disfrutan y/o se benefician del modus vivendi que hay actualmente en Venezuela, no pueden autodefinirse como opositores).

La oposición no ha logrado organizarse como un superorganismo. Constantemente, se dejan colar las individualidades, los egos, las diferencias, el chismorreo y los juegos de poder. Alguien podrá decir: ¡Hay mucha más transparencia! ¿Será esa la verdadera motivación de la mayoría de las conductas “transparentes”? De lo que se trata no es de ocultar, sino de construir fortalezas, no de potenciar las debilidades.

Muchos dirigentes políticos de la oposición muestran forzadamente una cara, una actitud cooperativa, porque suena a algo políticamente correcto. Pero, apagada la cámara, desconectado el micrófono, un murmullo interno que comienza a acrecentarse a cada segundo, deviene en un ruido ensordecedor del ego que estimula atávicamente las neuronas, para manifestarse repetidamente en esos comportamientos, a veces inexplicables, que sacrificando al enjambre, a la manada, a la comunidad, al cambio, o al país, estructuran un comportamiento individual que aspira torpemente a creer o a albergar una esperanza de convertirse en el jefe de la manada en algún momento estelar. Esto, muchas veces, no es más que el destello de una enigmática fantasía autoinducida.

A veces se aprende, con dolor, que los trapitos sucios como que es mejor lavarlos por un tiempo -sí, por un tiempo- en casa.

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