Opinión

El naufragio

A juicio del analista Andrés Cañizález, la metáfora que más certeramente alude a la realidad venezolana de esta hora es la de un naufragio colectivo, del que nadie queda a salvo. Ni siquiera aquellos que con obcecación y egoísmo hoy se envanecen por efímeros y minúsculos privilegios. El hundimiento nos envuelve como sociedad

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Hago un esfuerzo por encontrar otra metáfora que nos retrate como sociedad, en este tiempo, y no vienen a mi mente imágenes diferentes. Así las cosas, he terminado por imaginarme al país como un barco que ha naufragado.

No es precisamente una imagen que transmita optimismo, cierto, pero es lo que percibo en mi entorno. El país, sin exageración, se hunde. Y nosotros, quienes estamos en su territorio, o también quienes se fueron pero siguen conectados emocionalmente con él, nos hundimos todos.

Quienes capitaneaban la embarcación, estando aún dentro de ella, han optado por el naufragio antes que ceder el mando. Prefieren hundirse con todo el barco y los pasajeros, la sociedad toda, junto con él, antes que admitir que equivocaron el rumbo, que en realidad nos llevaron al desastre.

Un destello de esperanza

Al inicio de 2019 irrumpió una esperanza, que a su vez se conectaba con la vivencia de que sí era posible una transición, como la que se esperaba con el triunfo electoral de diciembre de 2015.

Se añoraba no solo un cambio político. No debía ser un mero reemplazo del capitán del barco, sino una nueva manera de hacer las cosas. Hubo destellos, en verdad, pero al pasar del tiempo nos percatamos de que esa esperanza, que se encarnó en Juan Guaidó, no podría salvarnos del hundimiento.

Quienes se presentaron como salvadores, terminaron de forma lamentable envueltos en la vorágine que parece consumirnos como sociedad. Cooptados algunos, arrinconados otros, anulados o invisibilizados, la gran mayoría. Los rostros del cambio que emergieron de la Asamblea Nacional se fueron desdibujando, ahogados también en el naufragio nacional.

La sociedad terminó por entender. No tuvo otra opción, en realidad. Ha comprendido que ni el capitán del barco, ni quien en teoría venga a rescatar a la sociedad, en verdad harán algo para evitar que nos hundamos por completo.

Ganar la orilla

Uno está apostando a tener el timón, así sea lo último que sobreviva del barco; el otro parece creer a veces que, al hundirnos del todo, entonces sí podrá tomar el anhelado timón. La gente de a pie, entonces, ha comprendido a cabalidad su drama. Debe luchar denodadamente para sobrevivir.

Si seguimos con la metáfora del naufragio, los venezolanos (la gran mayoría) deben nadar desesperadamente por alcanzar una orilla, cualquiera sea, con tal y le dé un respiro.

De esa forma, cada quien, junto a los más cercanos, construye balsas mientras sigue nadando; reúne a los suyos y los coloca en algún flotador, y sigue nadando. Algunos nadan sin poder alcanzar esa orilla, mueren de mengua, de hambre o de alguna enfermedad que sería curable en otro contexto-país. Pero, no los olvidemos, deben contabilizarse como víctimas del naufragio.

Cruel metáfora

Hemos vuelto a las reglas básicas de sobrevivencia. También, mientras nadamos para salvarnos, podemos ver cómo otros compraron yates de lujo para huir con el dinero que debieron haber invertido en el barco-país. Nos miran desde arriba, con aire de superioridad, como diciéndonos: “Yo sí lo logré”. Pero ellos también serán arrasados, el naufragio que vivimos amenaza acabar con todo, incluidos esos pequeños privilegios.

Tratamos de nadar para alejarnos, pero en realidad una suerte de remolino nos devuelve a las condiciones generadas por el naufragio. Hemos perdido la luz eléctrica, no hay gasolina para movernos en botes, tener dinero no te garantiza necesariamente confort. Lo más básico se vuelve una alegoría de éxito individual, cada día.

Estar cercano al timón, literalmente, es la única garantía de acceder a botes, que al menos logren sostenerse algo más de tiempo. La gran mayoría no está allí. La gran mayoría sigue nadando, tratando de escapar o de protegerse.

El naufragio nos envuelve como sociedad. Es la metáfora del fracaso colectivo.

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