Si alguien le dice que Donald Trump realizará una acción sorpresiva, sobre Venezuela, antes de las elecciones de noviembre próximo, sencillamente le miente. Tampoco habrá un rebote económico positivo en el corto plazo, y es casi seguro que “a troche y moche” el régimen de Nicolás Maduro termine imponiendo a sus candidatos en las votaciones parlamentarias del 6 de diciembre.
No hay señales positivas a decir verdad para Venezuela en las semanas finales de este 2020. Es un tiempo para sacar fortalezas de nosotros mismos, porque el entorno posiblemente empeore gracias a una complicada y prolongada crisis económica, que se potencia por la falta de salidas políticas.
No habrá, me temo, una acción cinematográfica en la que los buenos de la película nos vienen a salvar o rescatar. En realidad, la comunidad internacional (incluyendo a Estados Unidos) está tan desorientada y desarticulada sobre qué es lo primero que debe suceder en Venezuela, para desencadenar una recuperación positiva. Y no menos importante, tampoco sabe esa comunidad democrática cuál es su papel para que eso suceda.
Incluso, en materia sanitaria las proyecciones más responsables dejan en claro de que aún no se ha controlado la pandemia, y que la reducción de contagios sólo está sucediendo en las cifras oficiales, mientras que, gracias a la ausencia de pruebas, cada vez se hará más difícil medir con exactitud el impacto de la pandemia de COVID-19.
Con mucha frecuencia, y hasta el año pasado, en general respondía con una dosis de optimismo. A decir verdad, en la medida en que ha pasado el tiempo he presenciado, viviendo en Venezuela, dos caras de la misma moneda. La dictadura se ha consolidado y la alternativa democrática, aún a pesar de ser la voz de una mayoría, se ha desperdigado, se ha debilitado como una opción real de cambio.
Los ciudadanos, en tanto, nos hemos replegado. Ni protestamos organizadamente en contra del autoritarismo, ni exigimos coherencia a nuestro liderazgo democrático. Se trata del repliegue de los venezolanos que creemos genuinamente en que debe haber un cambio, y que ese cambio lo debemos propiciar nosotros mismos. La ayuda de la comunidad internacional es eso, una ayuda. No puede ser el eje central de cualquier estrategia democrática.
Decir hoy que creemos y apostamos a que ocurra un cambio democrático en Venezuela, como es nuestra esperanza, no significa creer que tal cosa ocurrirá por arte de magia o que será un proceso rápido, aséptico e indoloro.
“La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”. La frase, del intelectual, preso político y primer presidente de la Checoslovaquia post dictadura comunista, Vaclav Havel (1936-2011), ha sido una suerte de mantra personal desde inicios del año pasado.
Creer en la lucha democrática no me hacer ser ingenuo. Apostar a que, en Venezuela, finalmente, vivamos en democracia y prosperidad, me anima a continuar cada día con la frente en alto, más allá de los errores de este lado y los horrores de quienes gobiernan. La política es una acción humana y por tanto susceptible de errar. El que se haya errado en la acción no me hace desistir de la razón estratégica.
Escribo al calor de las noticias de Yaracuy. Las personas que salieron a protestar pacíficamente en las calles en varias poblaciones intermedias de ese estado, otrora icono del chavismo, lo hicieron pensando en que no los iban a reprimir o asumiendo que con sólo salir una vez ya lograrían su objetivo. Son preguntas que me hago al ver las noticias.
Creo que si algo está claro para cualquier venezolano hoy es la naturaleza represiva del régimen de Nicolás Maduro. Salir a protestar, a manifestarse, es exponerse a la represión. Si eso se sabe, entonces por qué se sale. Respondo con Havel, porque hay una certeza de que eso tiene sentido, más allá de cómo resulte.
Es este, a mi modo de ver, el mensaje que ha dado Yaracuy. Y es llamativo que ello ocurra en un territorio que no ha sido tradicionalmente opositor, es simbólico que tales manifestaciones de venezolanos de a pie hayan sucedido en un lugar en el cual el Estado chavista tiene un control efectivo sobre la vida cotidiana de la gente a través de cajas o bolsas CLAP, o los bonos que suele repartir Maduro.
Así como no debemos esperar que en medio de una campaña electoral un Trump, que más bien ha optado por retirar sus tropas del extranjero, vaya a lanzar una acción militar sobre Venezuela, tampoco vendrán respuestas mágicas en lo económico. La profundización de la crisis social será un asunto presente mientras no ocurra el anhelado cambio democrático.
Nos tocará en este tiempo por venir seguir defendiendo nuestra dignidad, en los espacios que esto sea necesario. Sin resignación, viviendo cada día con la frente en alto. Trabajando desde ahora en lo que es necesario, no sólo para sustentarnos. Y, sobre todo, defendiendo nuestra esperanza íntima de que tendremos una Venezuela mejor.