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6-D: tiempos de hegemonía y control

Censura, intimidación y vigilancia oficial marcaron este atípico proceso electoral para designar al nuevo parlamento. Andrés Cañizález hace un repaso histórico de la imposición de la hegemonía comunicacional y de una “línea única” revolucionaria, para sentenciar que no habrá sorpresas

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Si me pidieran que me quedara con una imagen, con una sola, de lo que ha sido este proceso electoral para el 6 de diciembre, me quedaría con la fotografía de las banderas del gallo rojo ante las puertas del canal del Estado, para denunciar la política de censura oficial en la campaña.

El 6-D -y la votación que termine arrojando-, en cualquier caso, significará el control de la Asamblea Nacional por parte del madurismo. Ya a estas alturas de la Revolución Bolivariana, conviene hacer esta distinción. Un ala crítica del chavismo se deslindó del poder y ahora sufre las consecuencias de su decisión. Han sido invisibilizados en la pantalla oficial.

Para la gran mayoría del país, esto no es nuevo. En realidad es lo que ha venido consolidándose de forma notable desde que en 2013 Nicolás Maduro asumió por completo el poder. Los años de Hugo Chávez en el gobierno, conviene recordarlo, permitieron diseñar y comenzar a instaurar lo que en su momento el entonces ministro Andrés Izarra definió como hegemonía comunicacional. Esto fue en enero de 2007.

Ni debate ni critica

En los años en los que gobernó Chávez, por el estilo de este, el entonces presidente necesitaba que existiesen medios nacionales con una línea editorial crítica. Eso, en los años de ausencia de voces políticas, le permitía contar siempre con “una oposición” para su pugilato diario. Maduro, en cambio, aprovechó la herencia para instaurar del todo un modelo de hegemonía y control. El madurismo no quiere ni debate ni críticas.

Con Maduro solo hay una voz en el espacio público mediático, y esta es la voz del poder. Mientras la voz de Maduro y la de los suyos copan y controlan los flujos informativos en Venezuela, de manera silenciosa (no podría ser de otra forma), se siguen generando deslindes. Quien se aleja del poder del madurismo o se enfrenta a la cúpula que nos gobierna, incluso siendo fiel a Chávez, termina condenado al ostracismo político y comunicacional.

Tal ha sido la experiencia del Partido Comunista de Venezuela (PCV) en este proceso electoral. Sectores de esa izquierda tradicional, que ya existía antes de que Chávez irrumpiera en la escena pública en 1992 con su “Por ahora”, terminaron por conformar en este 2020 la Alternativa Popular Revolucionaria. Es el antimadurismo desde la izquierda.

El bumerán de la censura

Podría sonar paradójica que quienes avalaron, en la mayoría de los casos guardando silencio, la política de censura de las dos décadas previas, en este 2020 -y en medio de una deslucida campaña electoral- terminen viviendo en carne propia la censura. Y cuestionar tal política de hegemonía comunicacional ha terminado siendo una de las claves de la campaña de este sector.

El hijo de Nicolás Maduro, su compañera sentimental, su mano derecha en temas electorales, entre otros, son quienes figuraron mediáticamente. Nicolasito, Cilia Flores, Jorge Rodríguez, estuvieron en la palestra. Así como la gran figura de contrapoder dentro del chavismo, Diosdado Cabello, quien es en sí un poder, aunque disminuido, pero poder al fin.

Sin sorpresas

Todos ellos terminarán siendo diputados. No hay chance de que en este caso la alta exposición pública no sea sinónimo de triunfo. El PSUV, ahora coadministrado entre Cabello, Maduro y Rodríguez, obtendrá la mayoría holgada. En eso no habrá sorpresa alguna.

Yo aguardaré los resultados para ver si los que se dicen fieles de Chávez, pero que ahora sufren la censura oficial, logran ser una voz en el seno del parlamento y si en verdad, en caso de que obtengan diputados, serán una alternativa a Maduro. Esto, a mi juicio, sería lo más interesante en unas votaciones que no generan ni entusiasmo ni expectativa.

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