Tenía mucho tiempo sin revisar Instagram y apenas comencé a ver la primera historia, me arrepentí de haber vuelto. Un amiguito de mi hermano (ya vacunado, supongo) publicó la foto de un vaso de ron un jueves y escribió «juernes». Intenté ignorarlo y pensé en volver otro día. Quizás los jueves no eran un buen día para entrar en Instagram. Entré el viernes. Otra persona (ya vacunada, espero) publicó la foto de una cerveza con un texto: «bebiernes». A mí la gente en Instagram siempre me ha parecido insoportable por el simple hecho de verse tan feliz, pero con esto del bebiernes ya no sé ni qué adjetivo usar. «Inmamable» puede ser.
Después de putear un rato, preferí analizar ese fenómeno y terminé creando una teoría de conspiración: el coronavirus se inventó para que la gente ya no tuviera vida social y, de esa forma, dejar de decir bebiernes, juernes, bebiembre, semana zángana, vagaciones. Así que, si usted dice «juernes» (jiirnis), usted es el culpable de esta pandemia.
La verdad es que estos fenómenos de la lengua, por detestables que sean, terminan siendo muy interesantes. Dichos fenómenos se dan, sobre todo, entre los jóvenes. Forman parte de las jergas de las nuevas generaciones (centennials, en este caso). Es difícil ver a personas de generaciones anteriores jugando tanto con la lengua (upa) y, cuando me quejo de la gente que dice «juernes» o «bowe» («webo» al revés), me da grima pensar que estoy envejeciendo muy rápido.
Vamos a hablar de los fenómenos lingüísticos de hoy en día, pa’ no sentirnos tan viejos.
La lengua siempre está variando porque las necesidades comunicativas también varían, por eso creamos tantas güevonadas. Estas necesidades comunicativas cambian de generación en generación y de grupo social en grupo social.
Tal como las aplicaciones de los teléfonos, las lenguas se van actualizando: nuevos formatos, nuevos filtros, nuevos emojis. Sin darnos cuenta, pronunciamos palabras que hace una década no deciamos ni por el coño; incluso, decimos palabras que hace una década ni siquiera existían. Un ejemplo de ello es el verbo «aperturar» que, en principio, parecía una aberración y, hoy en día, sigue pareciendo una aberración, pero la gente ha comenzado a usarlo muchísimo más.
Lo fascinante de «aperturar» es todo el proceso mental que se da al momento de crear una palabra. Recuerden que las lenguas son como rompecabezas, hay un montón de piezas que se van armando, descomponiendo y reciclando. Así, existe el sustantivo «apertura» y sabemos que, en español, los verbos en infinitivo terminan en -ar, -er, -ir. En este caso, se hizo una descomposición de elementos, tomamos la raíz de la palabra y le agregamos la partícula -ar para convertir una palabra en verbo. ¡Tarán!
Las lenguas siempre van a tener palabras nuevas sin importar si ya existe una que cumpla con ese concepto. Por eso, sin importar que exista «abrir», las personas están usando «aperturar». Lo más seguro es que nos neguemos a usarla porque «no aparece en el diccionario» (ni ipirici in il dicciinirii), pero la vaina es que para que una palabra aparezca en el diccionario primero tiene que existir.
Existen varios procesos para crear palabras nuevas. Se puede decir que uno de los procesos más ricos es la composición; es decir, dos o más palabras forman una palabra que tiene como significado la unión de esas dos palabras. Así, tenemos palabras como «pelirrojo», «sacapuntas», «tapabocas» y, mi favorita de siempre, «mamagüevo». «Pelirrojo» puede separarse y tenemos «pelo» y «rojo», y significa «pelo rojo»; y «mamagüevo»… bueno, ustedes saben qué significa.
En la palabra «juernes» no se están uniendo dos palabras, se están fusionando. No estamos hablando ni de lexemas (la raíz de las palabras) ni de prefijos. No hay un proceso morfológico. Esas palabras están haciendo una especie de orgia: ahí no se sabe quién es quién.
La palabra comienza con los elementos con los que inicia la palabra «jueves» y termina con los elementos con los que finaliza la palabra «viernes». Y esta vaina también la hacen con los nombres de parejas: Brangelina (Brad+Angelina), Mondler (Monica+Chandler), Edliber (Édgar+Miliber). Este fenómeno tan fastidioso se llama blending.
El blending ha cuajado bien en inglés: Breakfast + lunch: Brunch; Work + alcoholic: Workaholic; Situation + comedy: Sitcom, pero en español es usado más en contextos «divertidos»: salidas con amigos, rumbas, fines de semana, playa, vacaciones, acabar el trapo.
Yo soy tan loser que se me hace imposible usar una palabra así. Estoy escribiendo este artículo un sábado a las nueve de la noche porque esta es mi definición de diversión. Voy a comenzar a decir «mi artíbado», por «artículo» y «sábado», qué sé yo. Al menos más bonito que «juernes» sí es.
Otro de los fenómenos lingüísticos más nuevos que ha surgido en el contexto de las RRSS es el uso de la mala ortografía adrede para burlarse de respuestas muchas veces sexistas, tanto así que, hoy en día, distinguimos a los hombres de los onvres. Incluso, he leído a gente escribiendo «onvrez» u «honvres» y me parece un error ortográfico de la palabra «onvres».
Otro de estos fenómenos interesantes y del que se queja muchísima gente es el uso de calcos y extranjerismos (específicamente los provenientes del inglés), sobre todo en los negocios digitales. La gente no trabaja con mercadeo o mercadotecnia, trabaja con marketing. Las empresas no ofrecen reparto a domilicio, ofrecen delivery. No tenemos compañeros de trabajo, tenemos coworkers. Las empresas no cuentan con un personal, cuentan con un staff. Además, nadie tiene una empresa emergente, tiene es una startup. Ya no eres el jefe ejecutivo, eres el CEO (chief executive officer). Si tienes problemitas con tus compañeros, ya no mandan a mamar un güevo, sino a suck cock. Y todo esto tiene una razón de ser: la industria del marketing es anglosajona. Los anglicismos generan más confianza en un cliente en cuanto a la calidad de los productos.
Finalmente, hace poco, comencé a leer palabras con las sílabas invertidas, tal como bowe («webo» al revés). Recuerdo que, cuando era niña, mi tía invertía todas las groserías. Desde hace mucho tiempo, este fenómeno es usado en Francia por la gente más joven. Se trata de invertir las sílabas de una palabra para sonar más cool. Muchas personas lo usan como una «lengua secreta», más o menos como hablar en «cuti» o, en mi caso, usando íes.
Los hablantes de una lengua nos aburrimos demasiado, sobre todo cuando somos jóvenes y formamos parte de otros contextos en los que nuestros predecesores no se desenvolvían. La verdad es que, desde que cumplí treinta, me siento en el abismo. Ningún baile de TikTok me sale, no sé hacer reels y mi sueño de ser youtuber me hizo sentir vieja cuando me enteré de que para las nuevas generaciones YouTube es vintage. A mí me choca mucho escuchar «juernes» y «bowe», pero si resulta que eso es parte del argot juvenil, me sabe a locu si tengo que hablar alvesre o tengo que unir palabras tontas (¿palaontas?) para hacerles creer que no me duermo a las nueve de la noche.