Opinión

El muchacho de La Pedrera

Trabajo, disciplina, orden y decencia: esos valores le transmitieron sus padres y bajo esos principios familiares creció. Y hoy es orgullo de un país. Carolina Jaimes-Branger celebra al maracayero del momento

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Viví en Maracay 21 años. Me siento maracayera por adopción –para mí es la ciudad más acogedora de Venezuela, que ya es bastante decir- y aragüeña de corazón. Conocí muchas personas por mi curiosidad natural, por mis programas de radio y televisión y porque me gusta la gente.

Una tarde yo salía de almorzar en el restaurante El Riacho, de la Avenida Las Delicias, cuando me encontré a Gilberto Mendoza. Gilberto era el hombre más conocido de Maracay. A él le hubiera quedado como anillo al dedo aquel chiste de “¿quién es el Papa?… Aquel bajito de sotana blanca que está al lado de Gilberto Mendoza”. Gilberto estaba saliendo también y mientras esperábamos nuestros carros, me presentó a un muchacho altísimo y a dos jóvenes más que venían con él. Aunque la actividad principal de Gilberto era el boxeo –fue presidente de la Asociación Mundial de Boxeo- también tenía que ver con el Premio a la Excelencia que motivaba a los jóvenes aragüeños a ser los mejores en lo que se propusieran.

“Recuerda su nombre, Carolina, en unos años lo vas a ver en las Grandes Ligas”. Recuerdo haber dicho algo como “con ese tamaño y esos brazos debes batear unos jonronazos, lástima que no juegues para los Leones del Caracas (que es mi equipo)”. Todos reímos. Creo que a estas alturas de la historia no tengo necesidad de decir que se trataba de Miguel Cabrera.

La siguiente vez que lo vi en persona fue en un juego en Maracay. En Maracay todo el mundo es tigrero. Aquella noche, creo que las únicas que teníamos nuestras gorras de los Leones del Caracas éramos mi hija Irene, las esposas de los jugadores del Caracas y yo. Porque mi hija Sofía sí es los Tigres. Éstos venían con una racha increíble de juegos ganados. Miguel Cabrera bateó dos jonrones, no sé cuántos hits y nos dejaron en el terreno once carreras a una. En aquel momento ya había scouts estadounidenses poniéndole el ojo y yo calculo que debía tener más o menos veinte años.

La historia de Miguel Cabrera es la de una familia hermosa, unida, solidaria. Sus padres, Goya y Miguel, vivían en La Pedrera, que no era exactamente un barrio, pero tampoco una urbanización. Trabajadores incansables. Sabían el valor de dar a los hijos una buena educación. Como eran disciplinados, transmitieron disciplina a sus hijos. Como eran decentes, sus muchachos también lo son. Como eran ordenados, sus hijos también lo fueron. Como nunca le tuvieron miedo al trabajo, Miguel y su hermana Ruth saben trabajar duro.

Recuerdo que en una entrevista que le hicieron en la radio a Goya cuando Miguel fue contratado por los Marlins de Florida, le preguntaron cuál era el principal valor que le había transmitido a su hijo y su respuesta me conmovió hasta el día de hoy: “la humildad”. Y ciertamente, la humildad es necesaria para haber llegado, como llegó Miguel, al jonrón número 500 en las Grandes Ligas. Aquellos que creyeron que eran lo que todavía no eran, se quedaron en el camino. Pero el muchacho de La Pedrera fue paso a paso. Jamás se ensoberbeció. Escuchó consejos. Admiró a sus pares. Ahora vamos camino seguro a los 3.000 hits.

¡Qué ejemplo tan espectacular es Miguel Cabrera para los jóvenes venezolanos! ¡Qué inspirador! ¡Qué esperanzador! Ahí está él demostrando que, a pesar de todo lo que vivimos, es posible hacer los sueños realidad. Que para lograrlo no basta soñarlos, sino prepararse con tesón, ánimo, orden y mucha pasión.

Gracias, Miguel, por esta alegría tan grande que nos has traído. Y te reitero lo que te dije el día que te conocí: siempre lamentaré que no hayas jugado para los Leones del Caracas.

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