Opinión

Pide pan sobao, no pan sobado

Las lenguas tienen sus normas que la cotidianidad adapta al uso. Y aunque no luzcan tan "refinadas" sí son más acertadas y reales, aunque el empeño por una "pose" sofisticada nos conduce a meter la pata

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Hace tiempo, se hizo famosa una nota de voz que le enviaba una mujer a su pareja: “Perdóname, pero no te deshacerás de mí, no te deshacer… ¡el pipe! ¡Yo voy pa’ esa pinga!”. En esa nota de voz se evidenciaba que esa mujer, además de estar bien molesta, no sabía conjugar el verbo “deshacer”. Lo que no entiendo es por qué no usó el futuro perifrástico: ir (conjugado) + a + verbo en infinitivo. Así, en lugar de decir “No te desharás de mí”, hubiese podido decir “No te vas a deshacer de mí”. Quizás, hablando mejorcito, sí hubiese ido a la pinga esa.

Estamos obsesionados con hablar bien y sonar más cultos, pero ¿qué significa hablar bien? Hablar bien es conocer las normas de una lengua y aplicarlas. Hablar bien también significa saber manejarse en todos los contextos. Eso no significa que tengamos que conocer todas las reglas a la perfección o todas las palabras que existen.

A ver, el DRAE define alrededor de 90.000 palabras, pero un hispanohablante promedio no conoce más de 2.000. Lo mismo sucede con las reglas gramaticales. Mucha gente utiliza palabras solo porque suenan “bonito” o, para parecer elegantes, aplican reglas gramaticales donde ni siquiera van.

Si nos cuesta conjugar ciertos verbos como nevar, erguir, roer, satisfacer, convencer, errar o caber, mejor aprendamos a utilizar recursos que nos ayuden a no tener que hacerlo. Evitemos decirle a una persona que yerga la espalda y digámosle mejor que se pare derecha. Si aun nos cuesta conjugar el verbo caber, pues no le digamos a nadie que algo no nos cupo en la cartera, es preferible decirle que no nos entró. ¡Y a calarse los chinazos porque qué más!

La «hipercorrección» o «ultracorrección» es un fenómeno que se produce cuando el hablante cree que una forma correcta del lenguaje realmente es incorrecta, y la restituye.

La gente sabe que decir «acabao» en lugar de «acabado», o «planchao» en lugar de «planchado» no suena tan refinado (rifinidi), así que, para evitar decirlo, aplican esta regla a todas las palabras que terminan en «ao». El problemita es que los hablantes se aprenden una regla como esta y la utilizan en todo, sin recordar que las lenguas tienen excepciones. Al final, terminan viajando a Curaçado o a Bilbado, y comiendo bacalado y chocolate con 90% de cacado. Incluso, cambian locuciones como «echao palante» y dicen «echado para adelante». La verdad es que eso suena bien pajúo… o pajudo.

Otra cosa que hacen los hablantes para sonar ilustres y distinguidos es el sobreuso de una forma lingüística socialmente prestigiosa sin saber qué carajo están diciendo. La primera persona que dijo «las que ponen son las gallinas» posiblemente esté ardiendo en el infierno (o debería), pues, desde ese momento, los hablantes, solo para sonar sofisticados, comenzaron a usar «colocar» en contextos donde ni siquiera se utilizaba. Me hacen colocar arrecha, la verdad.

En español, un error muy común es el queísmo, el fenómeno lingüístico que consiste en eliminar la preposición «de». Decimos «No me di cuenta que…», en lugar de «No me di cuenta de que…». Sin embargo, no todos los verbos utilizan esta preposición y muchos hablantes, para evitar el queísmo, terminan en un dequeísmo y dicen «Yo le dije de que comiéramos juntos» o «Yo pienso de que Venezuela no se arregló un coño nada». En este último ejemplo estoy de acuerdo, no me importa de que exista el dequeísmo, gegege.

Mejor ni hablamos del «cuyo» o «el cual». En una conversación informal y espontánea, nadie utiliza el «cuyo». La gente no dice «En un restaurante de cuyo nombre no quiero acordarme», dice «En un restaurante que su nombre no quiero acordarme». Perdón si ese ejemplo sonó a un Miguel de Cervantes medio lambucio. Y sí, se trata de un error gramatical. A este cambio de «cuyo» a «que su» le llaman quesuísmo, y no, no tiene nada que ver con el queso que te tengo, chamyto.

Las personas evitan usar «cuyo» para no equivocarse, pero también existen personas que lo utilizan sin ninguna razón. Las personas quieren «sonar bien» y empiezan a abusar de formas lingüísticas que no saben usar, tal como el relativo «el cual». Para evitar usar el «que», mucha gente dice cosas como «Los tequeños los cuales estoy preparando estarán riquísimos», pero este uso es incorrecto, pesado y bastante forzado. La realidad es que lo correcto es usar ese «que» al que mucha gente le parece feo. Solo hay que decir «Los tequeños que estoy haciendo estarán ricos» porque bueno, igual estamos hablando de tequeños, de bolas que estarán ricos.

Todo esto sucede porque los hablantes tenemos una inseguridad lingüística. Tenemos más respeto y aceptabilidad a ciertas variantes que a otras. En muchos casos, desvalorizamos nuestra manera de hablar. La realidad es que no hay nada en las variantes de una lengua que las hagan ser consideradas inferiores o superiores. Somos los mismos hablantes los que decidimos cuál es la variante de prestigio. No está mal que un dialecto, tal como el venezolano, se caracterice por aspirar o elidir las eses al final. No obstante, muchísima gente, para evitar ese «error», termina poniendo eses donde no van, por ello, dicen dijistes, comistes e hicistes, ¿sí entendistes a lo que me refiero?

Muchísimas palabras se forman con la partícula trans, tal como transparente, transformar, transgénero; por ello, mucha gente tiende a generalizar esta regla de manera excesiva. Es muy común escuchar a alguien diciendo transfondo, transnocho, transplante y transtorno.

Escuchamos a muchos diciendo «Vamos a el supermercado» y no «Vamos al supermercado» porque creen que esta contracción es un error. ¿Saben cuál contracción sí es un error? La que nos da nueve meses después de haber metido la pata con alguien que no sirve para nada.

Finalmente, muchos corrigen cuando alguien dice «vaso de agua» pretendiéndolo cambiar por «vaso con agua» porque el vaso no es de agua, es de vidrio. Como si dijéramos «caja con condones» y no «caja de condones». Perdón, me quedé en el ejemplo de las contracciones.

En fin, a veces, cuando sentimos que algo suena demasiado sencillo, queremos corregirlo de más. Intentamos ser tan correctos que terminamos cagándola. Cuando hablamos con sencillez y naturalidad es muy difícil equivocarse… tanto. Si cometiste un error gramatical, admite que metiste la pata y ya, no andes diciendo que introdujiste el pie.

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