Opinión

Aquel abril de 2002 en Maracay...

Cuando se habla de los eventos del 11 de abril de 2002 generalmente se piensa en Caracas. Pero en la capital de Aragua hubo movimientos determinantes: allí está la 42 Brigada de Paracaidistas, que entonces comandaba Isaías Baduel. Carolina Jaimes Branger recuerda el momento

11 de abril
Publicidad

Aquellos días se recuerdan más por los sucesos en Caracas, por supuesto. Pero no fue menos importante -y menos loco- lo que sucedió en Maracay… Me imagino que habrá sido igual en el resto del país.

Los ánimos, como en todas partes, llevaban días caldeados y la temperatura de la situación subía cada vez más. La noche del 8 o 9 de abril participé en un cacerolazo en la 42 Brigada de Paracaidistas -de donde salió Hugo Chávez a dar el golpe de Estado de 1992- y que en aquel momento comandaba el general Baduel. En un artículo en estas mismas páginas, cuando el general falleció, conté lo que había sucedido aquella noche: El Baduel que yo conocí.

Los años han demostrado que, en efecto, los países resisten más de lo que uno piensa, como me dijo el general aquella noche… Veinte años después seguimos cuesta abajo en la rodada, como dice el tango, y a pesar de que la quinta parte -o más- de nuestra gente ha abandonado Venezuela, muchos aquí seguimos, resistiendo este horror que acabó con la nación que, empezando el nuevo milenio, era la que más prometía de toda la América Latina.

El 11 de abril la gente salió a la calle por toda Maracay. Desde temprano en la mañana, rodeamos varios de los cuarteles militares que hay en la ciudad. Pero en la tarde, las noticias que llegaban de Caracas eran cada vez peores. En un momento dado supimos que en Puente Llaguno estaban disparando y que había muertos y heridos. En la avenida Rotaria, mejor conocida como “avenida de las Ballenas”, corrió el rumor de que también nos dispararían y salimos en estampida hacia nuestras casas. Encendimos los televisores. En la noche, no se escuchaba ni siquiera el cantar de los grillos y los sapitos. Aquel silencio daba terror. Lo rompió el sonar el teléfono: eran amigos de Caracas que querían saber cómo estaba el ambiente castrense en Maracay. “Aquí no se oye sino el teléfono”, les comenté.

En la mañana del día siguiente, ya sabiendo que Chávez había renunciado y que, como anunció Lucas Rincón, el Alto Mando Militar le había aceptado la renuncia, comenzó un zaperoco: había ambiente de fiesta, pero también de confusión e ideas locas. Me llamaron a invitarme a ir a la gobernación a pedirle la renuncia a Didalco Bolívar, para entonces gobernador de nuestro estado. Me negué rotundamente. “Didalco fue electo en elecciones libres”, les dije: “Yo a eso no voy”. Algunos se molestaron conmigo. “Si Chávez renunció, que renuncie también Didalco”, argumentaban. “Está solo en la gobernación… va a ser muy fácil que renuncie”. Me dijeron, creo que para ver si me convencían, que había sacerdotes que iban. Llegaron a mencionar a Monseñor Del Prette, obispo de Maracay, pero no me consta que haya ido ni que haya tenido intención de ir. Más bien me extrañó que me lo nombraran, porque siempre pensé que tenía simpatías por Chávez. El hecho es que cuando llegaron a la sede de la gobernación, se encontraron a Didalco Bolívar sentado en su despacho. “De aquí me sacan muerto”, les dijo. Y como suele suceder cuando alguien suena tan determinante y determinado… se fueron.

Las caravanas de celebración comenzaron a rodar por toda la ciudad. Hubo negocios donde los dueños invitaron a los comensales. Había una algarabía que nunca había visto. Pero eso pasaba principalmente alrededor de la avenida Las Delicias, donde vive la mayoría de la clase media. En los barrios, según las noticias que me llegaban, la gente lloraba desconsolada.

En la tarde ocurrió la juramentación de Pedro Carmona… Yo me sentía feliz de que Chávez hubiera renunciado, hasta que comenzó la juramentación en Miraflores y vi la cara de mi ex marido, quien lacónicamente me dijo “esto también es un golpe de Estado”. De la celebración pasé a la preocupación.

La mañana siguiente, un amigo que vivía por San Jacinto me llamó a alertarme que, desde temprano, Gómez Febres, secretario de la gobernación, y el general Baduel, estaban reunidos en la 42 Brigada. Y que ríos de gente venían por las vías de Palo Negro, Turmero y la Avenida Bolívar. Les avisé a unos amigos en Caracas, pero nadie me hizo caso. A los carmonistas no se les ocurrió siquiera cambiar la Casa Militar de Chávez, pero eso sí, estaban celebrando. Muy venezolano todo.

El resto es historia. Le tuve aprecio a Pedro Carmona hasta que se prestó para la payasada que terminó siendo aquello. Recuerdo que unos meses después entrevisté al general Efraín Vásquez Velasco y le pregunté que por qué había tardado tanto en reaccionar al decreto de Carmona y me respondió “es que tenía que consultarlo”. “¿Consultarlo con quién, si usted era la cabeza del Estado Mayor Conjunto?”. Esa pregunta nunca me la respondió. Mi conclusión fue que le faltó guáramo.

Soberbia, desatinos, falta de guáramo, imbecilidad, locura. Todo eso, y más, trajo de vuelta a Chávez al poder. Nunca nos imaginamos el precio que tuvimos que pagar y que seguimos pagando por ello…

Publicidad
Publicidad