Opinión

Entre el miedo y el silencio: así votamos los venezolanos en Colombia

"Les va a pasar como en Venezuela" le suena a disco rayado a los colombianos. Por eso, quienes vivimos lo de Hugo Chávez en 1998, vamos a las urnas callados, con la esperanza de que no nos toque volver a hacer maletas

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Ahora parece claro, pero no lo advertí en el momento. Mi sobrina, entonces de 16 años, me mandó una foto de una candidata. Me dijo que «tenía» que votar por ella. Hablaba de cómo había sido marginada y había conseguido avanzar a pesar del «machismo» y el «racismo» que hay en el país. Su nombre: Francia Márquez.

Me pareció curioso que mi sobrina, que vive pegada al celular, no compra periódicos, no lee noticias, ni ve programas colombianos (solo consume streaming), estuviera al tanto de Márquez, que entonces no se había sumado a la candidatura de Gustavo Petro. Ahora, a días de las presidenciales del 29 de mayo, es bastante obvio el gran trabajo que la izquierda colombiana hizo para penetrar en el complejo círculo de los más jóvenes, aún si esos muchachos no tuviesen la edad para votar. Estar en la conversación de ellos lo era todo.

Y es así como mi sobrina se hizo eco de la vida de Márquez, vida que al igual que la de Petro, tiene una narrativa antisistema que ha gustado. Para comprender la importancia de este segmento veamos las proyecciones del Dane: para 2022 la población de Colombia es de 51 millones de personas y 39 millones son aptas para votar. Del total, aproximadamente 1,6 millones tienen entre 18 y 25 años, un grupo pues que puede definir fácilmente una elección.

Petro es un fenómeno entre los jóvenes. La reciente encuesta Invamer –contratada por Noticias Caracol, El Espectador y Blu Radio– muestra que 61,1% de las personas entre 18 y 24 años lo apoya. Eso me recuerda a 1998. Precisamente tenía 24 años y mis amigos de la cuadra estaban convencidos de que Hugo Chávez era el cambio que necesitaba Venezuela. Eran muchachos de estrato medio bajo, trabajadores, que sin preparación política entendían el mundo según AD y Copei. Hasta que llegó el militar.

Y no solo ellos, también muchos de mis jóvenes colegas periodistas, que años después tendrían cargos políticos o trabajarían en el departamento de comunicaciones del chavismo;  y varios compañeros de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello, que luego -supe- tenían alianzas con grupos de choque asociados al Partido Comunista de Venezuela.

Ya en una columna pasada hablé de este fenómeno que se está dando en Colombia. Es la tormenta perfecta para que Petro, después de perder y perder, consiga su victoria definitiva. Se beneficia del desencanto por la inflación y la pérdida de poder adquisitivo post-covid, y el desgaste del uribismo, personificado en Iván Duque (el tiempo podría ser su mejor aliado cuando se analice su paso como presidente).

Sin embargo, lo que más beneficia a Petro es el voto castigo: «No importa si sale cruz, lo importante es que no gane el continuismo». De hecho, más que hablar de su propuesta, que como todo populista se resume a promesas sin explicar cómo se lograrán materializar, los seguidores del exguerrillero hablan de la necesidad de un «cambio».

Y, por supuesto, quienes vivimos lo de 1998 en Venezuela, sentimos que estamos en un loop. Los amigos que tienen doble nacionalidad, que pueden votar, como yo, y los que no, me repiten la misma pregunta: «¿Y qué crees que va a pasar?». La respuesta les desalienta. Creo que el triunfo de Petro es indetenible. Y quisiera equivocarme. Pero hasta el repentino ascenso del outsider Rodolfo Hernández, ante el estancamiento de Federico Gutiérrez, recuerda a la última pataleta de los partidos cuando se alinearon con Henrique Salas Römer para intentar detener, en lugar de proponer, el ascenso de Chávez.

Incluso, los medios de comunicación, en un principio reacios o no muy amigos de darle espacio a Petro, desde los últimos seis meses han incrementado las publicaciones que tienen que ver con el candidato de izquierda, algo que también recuerda al lobby que hicieron Venevisión y El Nacional con el golpista.

En Medellín es muy popular la versión en salsa que canta Gene Hernandez de No soy de aquí ni soy de allá, original de Facundo Cabral. No es un detalle menor que guste la versión guapachosa. Resume esa extraña forma de exorcizar las penas del colombiano y de reconocer un pasado que sigue muy presente, el de no pertenecer exactamente a un lugar. A veces forzado por los grupos violentos (guerrilla, paramilitarismo), a veces por las condiciones económicas.

A mi padre le tocaron las dos cosas. No pudo regresar al pueblo que le vio nacer por la guerrilla y en Venezuela encontró un lugar para comenzar desde cero luego de perderlo todo. Esa circunstancia, casual de la vida, me hizo venezolano. Ahora, de regreso a Colombia, me acompaña en cada palabra ese peso de no ser de aquí ni de allá. Uno se convierte en el sospechoso habitual cuando opina. Un doble agente como en una novela de John le Carré. Veneco para los de allá y veneco para los de acá.

Como es natural, a los colombianos les suena a disco rayado eso de «les puede pasar como a Venezuela». Es una frase que tampoco funcionó en Chile, a pesar de la gran cantidad de venezolanos que viven en este país (casi medio millón en 2021, según medios chilenos). Y como es natural, lo que creo que va a pasar está obviamente contaminado por un año: 1998.

Abordar el tema no es fácil. Petro ha seguido a pie de la letra la estrategia de Donald Trump; crea su propia realidad independientemente de los hechos. Lo que ha pasado recientemente con el presunto testaferro de Nicolás Maduro, Alex Saab es un gran ejemplo.

En una entrevista con El Tiempo, Petro aseguró que Saab era «uribista«. Una afirmación que a todas luces es contradictoria con las acciones de Nicolás Maduro y el discurso chavista en general. De hecho, que Jorge Rodríguez imponga la presencia de Saab como requisito para retomar el diálogo, desmonta ese argumento: ¿cómo puede existir un «embajador» del chavismo que al mismo tiempo sea uribista?

Y no es la única manera en la que manipula. Es conocido que el candidato de izquierda se deslinda de la gente que ha incluido en su entorno si eso significa mejorar su imagen. Lo hizo con Piedad Córdova, senadora electa por el Pacto Histórico, quien pasó de ser una activista de su campaña a una posible extraditable.

Abordar esos cambios de Petro con sus seguidores, no es fácil. He participado en conversaciones con los seguidores de este candidato en los que se hace imposible dialogar sin que se citen cosas que no han pasado. Por ejemplo, hay un sector que cree que el país va rumbo al despeñadero, mientras que las cifras y los datos dicen otra cosa.

En una situación tan compleja como la que se ha vivido después de la pandemia, la economía colombiana creció 10,6% en 2021. No solo por encima de las estimaciones del mercado (9,5%), sino que superó las estimaciones del gobierno, que preveía un 10,2%. «Fake news», te dicen. El otro tema es «el golpe de Estado en desarrollo», luego de la suspensión de Daniel Quintero, alcalde de Medellín que publicó tuits en evidente apoyo a Petro.

La amenaza a su vida (una carta que se jugó Chávez hasta su muerte por enfermedad y que cada cierto tiempo saca Maduro), se convierte en el tema preferido de los seguidores de Petro cuando se debate la improbabilidad de sus propuestas. La principal es una que ha encantado a la población más joven: el cambio a energías limpias.

La transición energética tardaría décadas y sería sumamente costosa, como lo ha probado Europa que sufre ahora que el petróleo ruso se maneja a conveniencia de Vladímir Putin. Además, es inviable hoy que Colombia  abandone la venta de hidrocarburos, como el carbón y petróleo, sin que la economía colapse. Y ese es solo un ejemplo de ofertas populistas que no tienen base.

Como el chavismo, Petro también hace rodar rumores a conveniencia sin ninguna prueba: que se podría desconocer su victoria o que habría un aplazamiento de elecciones. Cuando se le pide que lo demuestre, culpa a otros, por ejemplo al emergente Hernández.

Pero, ¿qué hay del otro lado? Poco o nada.

Un candidato con una propuesta seria, como  Sergio Fajardo, de la Coalición Centro Esperanza, se quedó en el aparato. Hernández es un hombre que, con muy buen tino, Petro lo ha definido como un «Trump» tropical y es imposible que uno se sienta identificado con «Fico», no solo por heredar la huella uribista, sino porque su discurso está muy alejado de los cambios profundos que realmente exige la sociedad colombiana (desigualdad, violencia y salud, lo que es común en Latinoamérica).

Por eso, quienes vamos a las urnas, teniendo algún nexo con Venezuela, nos movemos entre el silencio y el miedo, con la esperanza de que, gane quien gane, no toque volver a hacer maletas.

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