Opinión

Desdemocratización de Venezuela: En 1991 la frustración vivía entre los pobres y las élites ni se enteraban

La frustración reinaba en los barrios. Las elites habían ya perdido sus canales de conexión con los pobres y la capacidad de respuesta del sistema. En los barrios ya no había espacio para una esperanza de cambio que naciera de quienes dirigían al país

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A inicios de 1992, cuando realizaba un balance social del año 1991, el sacerdote jesuita Pedro Trigo remarcaba la falta de esperanza que percibía en las barriadas caraqueñas. El proyecto político democrático instaurado en 1958 ya poco o nada les decía a unos venezolanos empobrecidos, que además no percibían un futuro mejor en sus vidas.

Revisando la mirada de Trigo, largamente inmerso y reflexionando sobre y con los sectores populares, no es de extrañar que la irrupción de Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992 encuentre respaldo entre los más pobres. La élite política, económica y cultural venezolana de entonces lucía, francamente, desconectada de la vida en los barrios.

“A partir de 1979, cuando empieza a bajar el poder adquisitivo, las expectativas se ven sacudidas y luego se derrumban. Al principio la gente se agazapaba esperando que pasase la tormenta. Luego viene la convicción de que la dirección de la historia ha cambiado de signo. Todo va hacia peor (…) sí el presente es muy malo, el futuro se ve peor”, describe Trigo el clima social que percibía al cerrar 1991.

Este clima, más allá de los resultados macro de la economía que ya eran positivos como hemos señalado en un texto anterior, es lo que puede explicar el inmediato apoyo popular que percibe aquel desconocido comandante que da la cara en un golpe frustrado contra un presidente constitucional, Carlos Andrés Pérez, pero que justamente en esos días de febrero de 1992 estaba en el club de los ricos de Davos (Suiza).

La crisis se desnudó con el gobierno de Luis Herrera Campins (1979-1984). Éste no la creó -por cierto- pero tampoco tuvo el guáramo de encarar para replantear el modelo de distribución de la renta, que ya estaba agotado.

Todo aquello tenía su mayor impacto entre los pobres. Esos pobres que fueron adecos, principalmente, y también copeyanos, fueron la base del modelo democrático de 1958 en la medida que aquel fue un esquema redistributivo, con una corrupción existente pero no predominante y la idea de un proyecto de país inclusivo.

El Pedro Trigo que escribe antes de 1992, describiendo el momento social, apunta lo siguiente, que es lo que ha observado en los barrios caraqueños: “un factor decisivo será el derrumbe de las expectativas”. Se había roto un modo de actuar en la sociedad venezolana sin que fuese sustituido por uno alternativo.

“La Venezuela abierta y confiada desde los años 1940 al fin de los 1970, tenía un soporte objetivo. Se basaba en la captación adecuada por parte del pueblo de que cada generación vivía mejor que la anterior. La situación había sido ascendente, y empeñándose duramente, habría lugar para ellos y para sus hijos”, sostenía el jesuita.

Frustración en los barrios

La frustración reinaba en los barrios. Las elites habían ya perdido sus canales de conexión con los pobres y la capacidad de respuesta del sistema; todo está seriamente en entredicho. En los barrios ya no había espacio para una esperanza de cambio que naciera de quienes dirigían al país.

Durante los gobiernos de Herrera Campins y de Jaime Lusinchi (1984-89), cuando creció significativamente la pobreza en Venezuela, paradójicamente luego de tener el primer y más cuantioso boom de ingresos petroleros, se profundizaron condiciones no dignas de vida, entre las mayorías.

A esto se sumaba el impacto antropológico de los programas sociales. A juicio de Trigo se presenciaba entonces que “la principal consecuencia de la desnutrición (de la carencia aguda y estructural) no es corporal sino anímica”.

Los venezolanos en los barrios, al hacerse dependientes de los programas sociales, perdían autoestima. Ya no se valían por ellos mismos para mantenerse.

Se constituyó una generación dependiente del Estado, con lo cual cualquier oferta de que habría un Estado fuerte y proyector obviamente haría clic con la población empobrecida. Las élites no leyeron aquellas señales, quienes pretendían derrumbar el modelo democrático sí.

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