Esa fosa común llamada Darién
En lo que va de año 150 mil venezolanos han llegado a Estados Unidos. La cifra incluye a unos cuantos miles que hicieron parte del recorrido atravesando ese infierno llamado Darién
En lo que va de año 150 mil venezolanos han llegado a Estados Unidos. La cifra incluye a unos cuantos miles que hicieron parte del recorrido atravesando ese infierno llamado Darién
Que una persona prefiera arriesgar su vida en un lugar como la selva del Darién, que quedarse viviendo en su país, es una llamada de alerta para toda la gente de buena voluntad alrededor del mundo. Las historias de los cientos de miles de migrantes que anualmente tratan de atravesarla, en busca de alcanzar esa tierra que consideran la prometida, que son los Estados Unidos, son tan dramáticas y encierran la misma tragedia que las de los cubanos balseros que durante casi sesenta y cinco años han tratado de llegar a las costas de Florida. Que yo sepa, nadie ha dejado su país para irse a vivir a Cuba, exceptuando, por supuesto, a los miembros de la nomenklatura mundial que llegan con todo lo que le falta al pueblo cubano, invitados por el régimen castrista.
El Darién, hasta 2018, no era paso de migrantes venezolanos. En un excelente y muy penoso artículo de Julie Turkewitz, con fotos de Federico Ríos, The New York Times del 7 de octubre reseña el paso, ahora habitual, de muchos de nuestros compatriotas. El título del artículo no puede ser más revelador: “Necesito un futuro para mis hijos: miles de venezolanos se arriesgan en una selva mortal para llegar a EE. UU”. Y es que, en la Venezuela de hoy, la gran mayoría de los jóvenes no tiene futuro. ¿Y cómo van a tenerlo, si no hay incentivos para quien quiere labrarse el provenir de manera honesta?
Infobae reporta que “en los primeros 9 meses de este año, 134.178 migrantes cruzaron la peligrosa selva del Darién, fronteriza con Colombia, en su viaje hacia Norteamérica, el 63,28 % (80.000) de ellos venezolanos, según cifras del Servicio Nacional de Migración (SNM) de Panamá”. El reportaje del New York Times habla de casi el doble de esa cifra: dice que «150.000 venezolanos han llegado en lo que va de año a la frontera con los Estados Unidos”. Me imagino que incluirán a los que llegan por otros caminos. Y es que, con la ruptura de relaciones con el régimen de Nicolás Maduro, no es fácil deportar de vuelta a los venezolanos que llegan allá. Por eso el número de inmigrantes ha crecido exponencialmente.
El Darién, desde hace décadas, ha sido considerado como un paso de altísima peligrosidad. Por eso pocos lo usaban. De hecho, conocí a un muchacho cubano que huyó de Venezuela por allí, en un periplo dantesco donde le pasó de todo. Y cuando digo “de todo”, es “de todo”. En un momento dado tuvo que tomarse su propia orina para no morir deshidratado. Se salvó por su juventud.
Las historias de esos migrantes las conocemos… en esa selva, peligrosa e intimidante, han quedado enterrados -o mejor dicho, muchos sin enterrar- sueños de libertad, de prosperidad, de avanzar mediante el trabajo. Los cadáveres han quedado en caminos que no son tales, entre troncos intrincados, en los ríos y lodazales, como una alerta a los que pasan de que el recorrido es largo, duro y de que solo los más fuertes lo sobreviven. El hampa también hace de las suyas y les quita a quienes han dejado todo atrás lo poco que llevan consigo. El panorama es desolador desde todo punto de vista.
Federico Ríos publica una foto en el reportaje del New York Times que el articulista de Termómetro Nacional Jorge Puigbó describió de manera magistral en Twitter: “Un padre agobiado recuesta su cabeza en un árbol y su hijita lo mira con desesperanza. Darién es una gran tumba, sin cruces, ni lápidas, donde se entierran ilusiones de familias enteras, Dios tenga piedad. La historia reclamará justicia. Sólo queda la lágrima que cae y el rezo”.
Quienes logran llegar, son unos héroes. Recuerdo el video de una familia venezolana de cinco miembros, entre ellos un bebé de pocos meses, en que el padre, eufórico, celebra el arribo a las costas estadounidenses después del duro cruce del Río Bravo. Lloré con él, por la alegría de que lo hubieran logrado. Lloré por Venezuela, porque sigue perdiendo gente buena que irá a hacer grandes a otros países y lloré por mí, porque a veces siento que no puedo con tanto dolor. Dolor de familias separadas. Dolor de patria agonizante. Dolor de futuro asesinado.