Recientemente, el editor inglés de libros Stephen Rubin, que ha publicado mas de 4.000 textos, incluyendo los de John Grisham y Dan Brown (Código Da Vinci, etc) declaraba en la prensa inglesa que: “una bizarra confianza en la diversidad e inclusión está amenazando el futuro de los libros” “…libros potencialmente maravillosos son rechazados por la preocupación que sean políticamente incorrectos”
La corrección política en general se define como el cuidado que debe tenerse al usar el lenguaje para describir políticas o medidas, evitando ofender o poner en desventaja a personas o grupos particulares de la sociedad, especialmente si son minoritarios.
El término nació en la década de los 80, en las aulas universitarias anglosajonas, y realmente no se sabe con exactitud cómo y que grupos bregaron más que otros para que se convirtiese, de una práctica más o menos sana para sostener discusiones respetuosas, a un enorme monstruo que ya está poniendo en peligro la libertad de expresión, tornándose en una herramienta que especialmente grupos de izquierda o en algunos casos de derecha, usan a su antojo y conveniencia.
Los promotores de la corrección política se colocan en un pedestal de moralidad, auto construida, indiscutible, irrebatible, que no necesariamente surge de consensos de todo el colectivo, condenando los juicios de valor que pudieran proteger a un individuo o un grupo, en desmedro de otros.
La corrección política se ha convertido en una herramienta para la censura, o peor aun, para la auto censura, porque impide la libre expresión del pensamiento.
Por su puesto, que está de más señalar que una cosa es opinar sobre un tema responsablemente y otra muy distinta es lanzar ataques ofensivos contra un determinado individuo o grupo, por su condición o características particulares.
También, un asunto es el progreso que ha experimentado la humanidad para que en algunos países o espacios se reconozcan las discriminaciones contra un grupo y se trabaje seriamente para corregir las desigualdades y otra muy distinta es que no se pueda mencionar, comentar o razonar sobre una situación en la que está involucrado un individuo o grupo porque inmediatamente el aludido (s), o los representantes del aludido, generalmente adalides de causas perdidas, salten ofendidos por la supuesta “injuria”.
Todo esto nos lleva a preguntarnos sobre lo que constituye realmente la construcción de un discurso responsable, de una opinión responsable. ¿Será el cuidado que se ponga en evitar la incorrección política, o el que las opiniones que se emitan estén siempre abiertas a un examen público ilimitado en el que cada cual pueda dar su aporte, su punto de vista, y que permitan llegar a algunos consensos voluntarios, naturales, y no forzados? Sin duda, esto último.
El pensamiento y su expresión no puede evolucionar si están coartados por una pacatería, la mayoría de las veces hipócrita, que está cuidando evitar paroxismos en todo aquel o aquellos que se sientan aludidos.
Todo este tema de la corrección política incide, como se señaló antes, en temas como la libertad de expresión, pero también en otros como la preservación del sentido común, y de la “sanidad mental” y la propia viabilidad de la sociedad, ya que la agenda de la corrección política se ha extendido hasta alcanzar innumerables temas y prácticas, no solo concernientes a la clase, el género o la raza, sino a otros que están en la agenda pública, incluyendo también los temas políticos, sociales, y hasta culturales.
Piénsese en el escritor de un libro o guionista de un programa de TV o película que no puede escoger sus historias o personajes con total libertad, puesto que siempre estará obligado a incorporar a una representación de una minoría para no molestarlas y evitar así que su obra no sea juzgada como políticamente incorrecta y poder así garantizar una oportunidad de difusión. ¿Dónde está el límite entre la libertad de expresión y lo políticamente correcto?
Una cosa son los límites que fija la ley y las responsabilidades ulteriores que se generen por expresar una idea que pueda ser ofensiva y que eventualmente pueda estar tipificada como un delito y otra cosa muy distinta es la autocensura o la indiscriminada cancelación a una persona por expresar una opinión que pueda ser considerada por un individuo o grupo como ofensiva.
Hay que reconocer que estos temas se mueven en zonas de grises muy amplias, pero también que hay una hipersensibilidad extrema, una hipocresía ilimitada en la mención de temas que forman parte de la agenda de la corrección política. De cuidar tanto lo que no se puede decir, no se dice nada. Emitir está opinión ya quizás denota un poco de incorrección política.