Opinión

Los sinónimos de la felicidad

El coach cuenta su propia experiencia y cómo una corta visita a sus nietos perdura en su espíritu y alinea el alma para enfrentar lo que viene con la garantía de “inmunidad” que genera atesorar momentos maravillosos

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Fotos cortesía de Ricardo Adrianza

Cuando escribí mis Cartas a Matías, lecciones de vida para mi nieto, en el año 2019 –como homenaje al nacimiento de mi primer nieto– lo hice con el firme propósito de dejarle un legado escrito de experiencias y valores, para no solo pretender aligerar su paso por este plano, sino también influir en él para que creciera como un hombre de bien.

Ver la evolución de Matías después de casi 5 años ha sido una felicidad y bendición en mi vida al poder palpar, con orgullo, cómo se desenvuelve y enarbola la bandera del bien a pesar de su corta edad.

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Matías, el de Cartas a Matías. Foto cortesía Ricardo Adrianza

Si bien, algunos pensarán que esa postura pueda traerle problemas en el futuro por la vorágine de un mundo implacable, donde el mal habita y crece, yo sigo insistiendo en que los buenos somos más y eso, querido lector, no tiene espacio para la negociación.

Siete meses son un tiempo muy largo para lo que siento cada vez que me cruzo con mis nietos. Constatar la elocuencia de Matías y ver su protagonismo como hermanito mayor me produce una alegría inconmensurable.

Su memoria es mágica y ya el hilo de sus palabras me retumban en el alma.

Los “te amo” y “te voy a extrañar” son una constante en sus labios y los abrazos son de esos que te exprimen el aire.

Convivir un par de días con dos de mis nietos quizás puede lucir poco tiempo, de hecho, es poco tiempo. Pero puedo asegurarles que ese espacio de tiempo perdura en mi espíritu y alinea el alma para enfrentar lo que viene con la garantía de “inmunidad” que te genera atesorar momentos maravillosos.

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Ricardo Adrianza con dos de sus nietos. Foto cortesía del autor

De igual manera, ser testigo de sus habilidades ha sido un bálsamo diferenciador. Un ejemplo de lo que les digo es muy peculiar: a propósito de un regalo que le llevé –Lego para mayores de 5 años– de inmediato comenzó a armarlo. Yo confieso que, de niño, nunca fue de mi interés armar uno o simplemente no tuvimos acceso a ello. Eran tiempos difíciles, así que lo mejor que nos venía era la práctica de algún deporte callejero al aire libre.

No obstante, me embarqué en armarlo junto a él, con la ilusión de que ese momento quedé grabado en su ya prodigiosa memoria. Eso sí, cumpliendo instrucciones y divisando a los pocos minutos su habilidad en el armado organizado y lógico, y su lado perfeccionista.

Fue particularmente gracioso escuchar, ante mi pedido de que me dejara pegar una pieza, “Okey Yayo, pero la tienes que poner aquí y de esta forma”.

Además de esa divertida faceta de su temperamento, Matías es muy competitivo. Sus padres, percibiendo esto, lo han educado para que acepte las derrotas como aprendizaje y como punto de partida para esforzarse a mejorar y disfrutar cualquier evento, con el norte del disfrute del camino, con independencia del resultado.

En mis visitas anteriores, en uno que otro juego, se molestaba conmigo cuando le ganaba. En esta oportunidad, para mi sorpresa, al invitarme a uno de ellos y en respuesta a mi anuncio de “te voy a ganar”, él replicaba: “Yayo, esto no es una competencia”.

En el caso de mi nieta menor, Emma, tiene fama bien ganada de no entregarse tan rápido a los brazos de cualquiera. Las abuelas lo han intentado y han invertido semanas para lograrlo. Sin embargo, a pesar de mi corta visita, y tal vez en retribución a que la tuve en mis brazos a escasas horas de nacida, su abrazo me llegó en horas.

Emma, la hermana menor de Matías. Foto cortesía Ricardo Adrianza

Y no fue casualidad, porque con el mismo impulso caminamos agarrados de la mano, acompasados por los tropezones propios de una niña que recién comienza a caminar.

Lo anterior es solo una anécdota pues debo confesarles, con la emoción que se desprende de un abuelo enamorado, que su media sonrisa fumigaba cualquier vestigio de pensamiento o preocupaciones existente, elevando mi experiencia a otro nivel.

Escribo estas líneas y el alma se hincha de pura dicha. Ese deseo de abuelo primerizo se va cumpliendo con todas las sensaciones que quedan regadas y que nos llevamos en la distancia para enfrentar los retos por venir que, en nuestro país, son muchos.

Siempre creí que ser feliz era un estado fugaz que te alcanzaba por temporada. Ahora entiendo que ser feliz es más simple de lo que suponemos.

Compartir con mi hija Patricia y mis nietos, Matías y Emma, y sentir el calor de cada abrazo, son muestras de que se puede ser feliz con poco.

Hoy puedo decir, con firmeza, que soy feliz y que serlo es sinónimo de respirar la paz y tranquilidad que se siembra en mí al vislumbrar como mis nietos se encaminan por el camino del bien y se enfilan a fomentar una nueva tierra.

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