Opinión

Un pedazo de mi historia

"Con la experiencia de años vividas en casi una década, me parece genial poder compartir con ustedes un poco de mi historia y las acciones que me han ayudado a transitar el camino de las nostalgias y el silencio", escribe el coach

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Foto Daniel Hernández / Composición: Yiseld Yemiñany

Cuando los años van sumando y nos damos cuenta de que el tiempo transcurrido en este plano es mayor al que nos queda por transitar, se nos abre un sinfín de reflexiones y hurgamos en los recuerdos y en la necesidad de dejar un legado de valores a nuestros descendientes.

Esa situación, diría, es común para la gran mayoría de los mortales con el añadido de la implacable diáspora que ha roto la secuencia natural de ver crecer a nuestros hijos y nietos en el mismo lugar que los vio nacer.

Esta aplastante realidad en Venezuela nos machaca a diario y nos enluta el alma con esa sensación de tristeza difícil de maniatar. ¿Cómo ignorar llegar a casa y encontrarla vacía? ¿Cómo entender que lo normal es hablarse a través de un teléfono?

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Foto de Terje Sollie / Pexels


Con la experiencia de años vividas en casi una década, me parece genial poder compartir con ustedes un poco de mi historia y las acciones que me han ayudado a transitar el camino de las nostalgias y el silencio, y cuyo resultado, después de tantos años, me han llevado a celebrar mis 60 aniversario de vida rodeado de toda mi familia: esposa, hijas, yernos y nietos; además, juntarla con la alegría de presentar –hace apenas pocos días– mi segundo libro: “Cartas a Ignacio, lecciones de vida y liderazgo para mi nieto”.


Yo diría, primeramente, que tales acciones se asimilan a uno de los más lindos consejos que comparte el fallecido Eddie Jaku –sobreviviente del holocausto y autor del libro “El hombre más feliz del mundo”: “Cuando se comparten, las penas son menos penas y las alegrías son más alegrías”.


En mi historia personal de “exilio solitario”, como le llamo a ese sube y baja de emociones que nos entrega la distancia, he incorporado esos dos elementos como una fórmula de “supervivencia emocional”.

Mis hijas mayores emigraron muy temprano para honrar sus estudios y ofertas de trabajo. En el año 2015, mi esposa y mi hija menor hicieron lo propio, anclados en una posibilidad real de ofrecerle a esta última la posibilidad de elegir mejor su destino. Estos episodios, lógicamente, marcaron el inicio de una etapa signada por las nostalgias y el silencio.

Enfrentarme a un mundo desconocido y solitario, representaba la moneda de cambio para entregar a nuestras hijas la posibilidad real de una mejor existencia. Era un riesgo, sí, muchas veces la vida nos aplasta con situaciones inesperadas. Aún así, anclados en esa promesa de amor imperecedero que nos hicimos desde el primer día, mi esposa y yo nos embarcamos en esa cruzada.

Los primeros años fueron duros, pero el nacimiento de mi primer nieto, Matías, cambió de plano la forma en como me relaciono con la existencia. Presenciar su nacimiento y tenerlo en mis brazos a pocos minutos de haber nacido representó para mí una experiencia sublime. Un año más tarde presenté mi primer libro que significó la primera acción de refugio ante los embates de la soledad y desde allí, todo cambió: aprendí a vivir con el mordisco que nos deja la ausencia y la distancia, y a voltear esa sensación a mi favor reconociendo y sintiendo orgullo al ver como mis hijas conducían sus propios destinos con los mismos valores que les inculcamos a temprana edad.

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Matías, el de Cartas a Matías. Foto cortesía Ricardo Adrianza


A partir de allí, me capacité en escritura creativa –aunque escribir era parte de mis días-, como coach de vida profesional y, más recientemente, culminé una maestría en neuromanagement y gestión del talento.


A la par de esas acciones, nunca dudé –cuando era necesario– en compartir mis tristezas con gente cercana, amigos y todos aquellos que me acompañan a diario en mis responsabilidades profesionales. De esa manera cumplir con ese postulado de gratitud al que se refiere el psicólogo americano, Robert Emmonds, de identificar y agradecer el origen de tus éxitos y de quienes te acompañan, sin egoísmo, en el camino de las tristezas. Hacerlo refrenda el consejo de Eddie de compartir las penas, en definitiva, compartirlas fue un aliciente transformador para la persona que soy hoy en día.

Luego llegó la pandemia y recibimos otro ¡mazazo! Las restricciones impuestas para su control supusieron un duro golpe al no estar presente para la llegada de mi segundo nieto, Ignacio. No obstante, una espera de poco más de cuatro meses rubricó con creces ese sentimiento natural que sentimos los abuelos con el nacimiento de cada uno de los nietos.

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Ricardo Adrianza con Ignacio. Foto cortesía de la familia

Pero no todo termina allí: a finales del año 2021 y con la regularización de mi estatus migratorio como residente americano se desbloquearon las fronteras y ahora gestiono los abrazos en vivo y el acceso a la familia con la libertad que me da poder vivir mi vida en una maleta. A la par, celebramos la llegada de Emma, mi primera nieta hembra, quien adorna mis silencios de manera exponencial.

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Ricardo Adrianza con Matías y Emma. Foto cortesía del autor


Hoy las circunstancias de mi vida son muy distintas a las que se impusieron en el 2015. Despertar acompañado, vislumbrar el crecimiento de mis hijas como madres y profesionales, el éxito de mis yernos y disfrutar los abrazos de mis nietos son razones suficientes para aportar a este momento de mi vida donde la felicidad se me presenta en un solo abrazo y cada emoción la vivo con todos mis sentidos.

Sin embargo, no nos quedamos ahí y seguimos. Hace pocos días presente mi segundo libro –Cartas a Ignacio, lecciones de vida y liderazgo para mi nieto–, que refrenda ese pasaje de rescatar los valores con mensajes cargados de amor que, como bien mencionó en su nota la periodista Sara Kafrouni, “son enseñanzas que las distancias y la mortalidad del tiempo no permiten retener en encuentros pasajeros”.


Recibir los comentarios positivos de tanta gente noble y de periodistas me han conmovido de una manera especial. Eso nos recompone al reconocer que ¡los buenos somos más! y que la posibilidad de construir el camino hacia la felicidad es una eventualidad cierta.

Estoy muy lejos de ser perfecto y de tener una vida perfecta. Pero entender que su construcción pasa por compenetrarse con los pequeños detalles que la vida nos regala a diario es un buen inicio.

Hoy miro atrás y no puedo ignorar reconocer lo que ha significado el soporte y compañía de mi familia en mi vida, en especial de mi esposa; Luisa Elena, en particular, en esa etapa de nuestras vidas de lágrimas escondidas y abrazos suspendidos que quedará como una historia para ser compartida con nuestros nietos. Ella ha sido una bendición y ese bastión que me aporta fortaleza y que aún, después de casi 39 años juntos, me anima a seguir adelante. Ha sido un camino largo y de sacrificios. Solo nosotros podemos entender como lo sufrimos y lo que hemos aprendido. Sin embargo, la vida es buena y hoy nos recompensa con tantas alegrías y la bendición de la llegada de cada uno de nuestros nietos.

A ella debo agradecer siempre por no dejarme caer, por empujar mis ganas, por respetar mis silencios. Por ser la parte bonita de mi historia personal y refrendar a mi lado que el amor eterno existe.

Siempre hay una salida a los infortunios y anestesia para los desencuentros. A todos les deseo un pronto reencuentro y resurgir, y les digo, como le decía a mi familia: paciencia que falta poco, ¡paciencia que para los que se aman el tiempo es una eternidad!

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