Opinión

Los tres adjetivos que definieron a Benedetti en su paso por la embajada en Caracas

Benedetti se sentía prestado en el cargo de embajador. La crisis que está en desarrollo en Colombia ha dejado al desnudo sus ambiciones de poder, para las cuales una embajada era sencillamente un puesto secundario

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Armando Benedetti ha estado afiliado a varios ismos en su osada y a veces bizarra vida política. Estuvo en el Uribismo, en el Santismo y se le considera artífice del Petrismo, la ascensión de Gustavo Petro, tras varios intentos fallidos, a la presidencia de Colombia el pasado 7 de agosto le coronó también a él.

Las volteretas políticas de Benedetti no sólo retratan los vaivenes políticos en Colombia, sino que demuestran su olfato para arrimarse a figuras de poder. Militante del Partido Liberal, luego se fue al Partido de la U y desde que decidió apoyar a Petro en 2020, y dicen que fue decisivo su respaldo para ampliar la tradicional y limitada base de apoyo izquierdista del ex guerrillero, forma parte de la Coalición Colombia Humana.

Aún no ha sido expulsado, pero podría serlo. Le llueven acusaciones de otros miembros del gobierno de Petro: corrupto, déspota, traidor, drogadicto. Terminó siendo sacrificado este 2 de junio del cargo de consuelo que recibió, ser embajador de Colombia en Venezuela, dado que por procesos judiciales que pesaban en su contra, en agosto del año pasado Petro optó por no incluirlo en el gabinete ministerial.

Más allá de la telenovela en la que ha devenido la primera crisis de envergadura que tiene el gobierno de Petro, y en la cual Benedetti es protagonista de primer orden, me detendré en los tres adjetivos que me parece caracterizaron al ahora ex embajador en su paso por Caracas.

Nombrado en el mismo mes de agosto como embajador de Colombia en Venezuela efectivamente Benedetti no tenía una tarea fácil. No sólo estaban rotas las relaciones diplomáticas, sino que en un período de tensión máxima entre Caracas y Bogotá, el gobierno de Nicolás Maduro hasta ordenó cerrar los consulados colombianos en Venezuela y cerrar los venezolanos allá. Esto junto a la frontera, también cerrada por decisión de Miraflores.

Todo un contrasentido. Los dos países, para bien y para mal, unidos por una frontera de 2.200 kilómetros, han sido históricamente socios comerciales relevantes, y tanto aquí como allá, la población migrante (actual y de antaño) constituyen las principales comunidades de ciudadanos foráneos.

La tarea de Benedetti no era llegar y reabrir una embajada. Ciertamente tenía tareas en varias áreas para reactivar el vínculo entre ambos países. Sin embargo, Benedetti, una figura lenguaraz y mal hablado, tuvo un comportamiento poco cónsono con el rol de embajador que ostentó. Lo definen tres adjetivos.

Benedetti fue obsecuente con el chavismo. El embajador estuvo muy enfocado en cómo sacarle sonrisas al poder autoritario de Venezuela, y esto podría explicarse porque allí está la clave del poder –precisamente- para destrabar lo que debía destrabar en beneficio de Colombia, pero su imagen pública terminó siendo sumisa, podría decirse que hasta servil con quienes gobiernan.

Benedetti fue feroz con la oposición. Si nos guiamos por lo que dice el diccionario de la real academia, el trato del embajador con los actores de oposición fue agresivo, cruel, despiadado. Hasta se burló públicamente de quienes adversan al chavismo. Perdió la oportunidad de ser un referente diplomático y desde allí generar interlocución política, y se enfocó en los temas comerciales, con maniobras en ese ámbito no del todo claras.

Finalmente, el principal yerro es que Benedetti fue displicente con la sociedad venezolana. Teniendo tal posición estratégica y siendo él ante todo un político, el embajador sencillamente ignoró y vivió en Caracas de espaldas a la sociedad venezolana. Por allí tuvo algunos contados encuentros con activistas de la sociedad civil, pero éstos provinieron más por presiones de la cancillería en Bogotá que por iniciativa.

Benedetti se sentía prestado en el cargo de embajador. La crisis que está en desarrollo en Colombia ha dejado al desnudo sus ambiciones de poder, para las cuales una embajada era sencillamente un puesto secundario. Se equivocó Petro al enviarlo a Venezuela, si bien se reabrieron fronteras y embajadas, en el fondo el puente roto entre los dos países sigue sin recomponerse. Ojalá Milton Rengifo Hernández, el nuevo embajador colombiano, logre entenderlo.

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