Opinión

Nos vemos, camino de Guanajuato

Lázaro Candal marcó a muchas generaciones, incluso a aquellas que le criticaron. "Papaíto" no solo es una marca, también es una forma de entender el fútbol

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Diseño: Alejandro Cremades

Hay un Lázaro Candal para cada época, para cada generación. Está el exjugador que llegó a Venezuela desde Costa Rica; el empresario que supo, cuando a nadie le interesaba el fútbol criollo, encontrarle el filón económico a la disciplina; el periodista y corresponsal español que aprovechó el boom de la Caracas cosmopolita y está el relator, su faceta más conocida y la razón por la que miles de venezolanos lo recuerdan con cariño.

Cuando pronuncias “Papaíto”, de inmediato una sonrisa se dibuja en tus labios. Recordar a Candal padre es revivir decenas de frases y dichos ingeniosos, la mayoría producto de la espontaneidad. Fue el rey en un tiempo en el que el emisor tenía una gran autoridad y el público era completamente pasivo. Que se popularizara y repitiera sin sonrojo alguno su frase “sin querer se mata a un hombre y queriendo a una mujer”, es un ejemplo de esto. Hoy sería cancelado.

Como muchos niños y jóvenes, crecí escuchando las narraciones del gallego más venezolano del mundo. En mi caso, como venía de una familia de emigrantes, y de conocer otras maneras de narrar los partidos, me parecía extraña la forma en que Candal realizaba su trabajo. A veces confundía nombres o los pronunciaba mal.David Mcintosh, por citar a un jugador de la Vinotinto de la época, para Lázaro siempre fue “Maquintón”. Nunca pudo unir la t-o-s-h. A veces me desesperaba cuando no reconocía a algún sujeto en cancha y lo resolvía con un comentario genérico: “Ay que se va… Ay que se viene… Ay que se fue”.

Con el ímpetu que la juventud ofrece, creía que el fútbol venezolano necesitaba un cambio de raíz. Desde Rafael Equivel que presidía en ese momento a la FVF, hasta quienes narraban. En ese entonces me parecía que los relatos de Candal no eran lo suficientemente críticos para educar al espectador. En lugar de analizar lo sucedido en cancha, solía resaltar el mal arbitraje, una fórmula populista para justificar el resultado, regularmente malo, para los equipos y selecciones venezolanas. «Claru, como es más fácil meterse con el equipo chicu», se le escuchaba.

No era el único que pensaba así descubrí después. A mitad de carrera, por el año 96, se preparaba una generación de comunicadores que coincidían en la necesidad de añadirle más números los comentarios, dándole más espacio a la razón que a la emoción. La mayoría habíamos crecido con la dupla Papaíto-Nanú (César Díaz). Sin embargo, después de hacerse una importante transición generacional en ese sentido, los problemas que aquejaban al fútbol criollo no cesaron. Al contrario, empeoraron.

La generación posterior nos superó. Hablan de posicionamientos, estrategias y dibujos tácticos de manera muy didáctica. Me vienen a la mente los nombres de Humberto Turinese, Milena Gimón, Geraldine Carrasquero, Carlos Domingues, Ignacio Benedetti, Carlos Mauricio Ramírez, Alfredo Coronís, Fernando Petrocelli, Juan Sifontes y paro aquí porque se haría interminable la lista. ¿Ha redundado esto en un fanático más crítico? ¿En una Federación más responsable? Es difícil dar un sí definitivo.

En todo caso se hace evidente el punto: Candal no tenía culpa directa en el atraso del fútbol venezolano. Todo lo contrario. Con su pegajoso estilo consiguió que los menos interesados en la disciplina al menos voltearan a verlo. No me refiero a los Mundiales y otras competencias internacionales, que por naturaleza ya tenían un público cautivo. A esta conclusión llegué gracias a la serenidad que dan los años. Para mi mayor contradicción, con el pasar del tiempo descubrí el verdadero impacto de «Papaíto» en mi crecimiento.

Un sobrino al que quiero mucho, me llama «Nanú«. Esto porque desde que él era chamo, en reuniones familiar yo solía imitar a Lázaro, algo que se me daba bien, al igual que algunas expresiones de Andrés Galarraga. Mi sobrino no era el único. Aún hoy, separados por miles de kilómetros, varios amigos me saludan en el WhatsApp con un «¡DIme algo, Nanú!». La explicación es sencilla, solía narrar nuestras caimaneras de fútbol sala con el acento galego. Incluso, en una grabación de un disparatado episodio, en las oficinas de UB Mgazine de la Cadena Capriles (antes Urbe), narré un partido al estilo Candal.

Eso no quedó allí. En mi TL de X (antes Twitter) recuerdo a Lázaro con bastante frecuencia, como pueden comprobar en estos mensajes:

La lista es interminable. Puedo decir con orgullo que me sé, si no todas, casi todas las frases de «Papaíto». Incluso esas interjecciones típicas que formaban parte de su repertorio. Muchos años después supe del esfuerzo de Candal por mejorar su dicción, los cursos que intentó sin éxito y aún así, consiguió abrirse un espacio en el corazón de los venezolanos. Eso significa tener un enorme talento.

Nunca tuve la oportunidad de conversar de manera distendida con «Papaíto». «Qué curiusu, vistes», diría él. Una lástima. Ahora se ha ido, camino de Guanajuato. Ese lugar en las nubes que se tragaba los balones, como aquel de Roberto Baggio contra Brasil. Tal vez allí nos encontremos en algún momento, para comentar los partidos de la Vinotinto, preguntarle cómo hacía para entender a Jairzinho y en especial, repasar las jugadas de Maquintón.

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