Venezuela

Platón, libertad y revolución galáctica

Leemos en La República de Platón (sí, lo siento, en esa oda anti-democrática) que el tirano suele salir de quienes son valiosos. ¿Por qué? Sencillo: porque podrían luego volverse contra él y derrocarlo.

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La mediocridad no es cualquier cosa. En nuestra revolución galáctica la mediocridad campea. No diré que dicho proceso lo comenzó Hugo Chávez, pero lo aceleró de manera tal, que hoy su herencia es la mediocridad absoluta…. Y galáctica.

Leemos en La República de Platón (sí, lo siento, en esa oda anti-democrática) que el tirano suele salir de quienes son valiosos. ¿Por qué? Sencillo: porque podrían luego volverse contra él y derrocarlo.

De esto modo le habla Sócrates a Glaucón en el diálogo con respecto a los hombres útiles y preparados: «Y así el tirano, si es que ha de gobernar, tiene que quitar de en medio a todos éstos hasta que no deje persona alguna de provecho ni entre los amigos ni entre los enemigos.» (567b) Y luego: «Debe, por tanto, mirar perspicazmente quién es valeroso, quién alentado, quién inteligente y quién rico, y es tal su dicha que por fuerza, quiéralo o no, ha de ser enemigo de todos éstos y conspirar en su contra hasta que depure la ciudad.»

Ya Platón, como ya se ve, entendía que aquellos gobernantes con ganas de poder desmedido exterminan, con el fin de mantenerse, a todos aquellos que pueden ser superiores: políticos de filas ajenas y propias, profesionales de todas las áreas, empresarios exitosos (tan reciente tenemos los ataques contra Lorenzo Mendoza). Importa el poder y no el buen gobierno dado por la inteligencia, el diálogo y la concordia.

Por supuesto, podríamos decir que Chávez lo que trajo fue gente con buenas intenciones, con intenciones éticas y humanitarias. Pero, suponiendo que fue así, las buenas intenciones no bastaron para que el gobierno funcionara dentro de los parámetros del bien común. Sin duda, al purgar PDVSA y al estamento militar, lo que hizo el difunto presidente fue seguir lo que ya decía Platón: sacar del juego a aquellos que desde alguna posición de conocimiento pudieran juzgar la efectividad de sus decisiones y poner en peligro su autoridad y su poder. Ahora, con los herederos, tal manera de anular toda inteligencia es cada vez más patente.

Pero tan sólo apartar, exterminar, anular al otro no es suficiente. Hace falta algo más. Algo que se incube en el alma de los mediocres y los haga permanecer a voluntad y con gusto dentro de su mediocridad. ¿Qué cosa es?

La respuesta también la tiene Platón: el exceso de libertad.  

Para Platón la libertad es el bien mayor de la democracia, pero, también, en un Estado dominado por malos gobernantes (por supuesto, Platón en ese momento no podía hablar de tiranías disfrazadas de democracias), la libertad se extiende a todo. La gente se malacostumbra a esta trampa de la libertad exagerada, y se vuelve malcriada. Entonces, dirá Platón, quienes sí quieren someterse a un gobernante que maneja la libertad en su justa medida, serán llamados esclavos voluntarios (también escuálidos, apátridas, imperialistas, capitalistas, pelucones, alienados), y en cambio, aquellos gobernantes que dicen ser lo mismo que los gobernados serán halagados, así como aquellos gobernados que dicen ser igual a sus gobernantes.

Todo esto, a la luz de los socialistas y bolivarianos revolucionarios puede resultar muy bonito: el pueblo glorioso hijo de Bolívar que gobierna,  el gobernante glorioso heredero de Bolívar y del Comandante Galáctico que, por ser también pueblo, deja que el pueblo gobierne. Cómo no, qué hermoso. Platón, por su parte, apunta que cuando tal cosa pasa, la indisciplina acaece. El caos, la crisis total, digo yo, agregando algunas palabras. Así continúa Platón: «Allí el maestro teme a sus discípulos y les adula; los alumnos menosprecian a sus maestros y del mismo modo a sus ayos; y, en general, los jóvenes se equiparan a los mayores y rivalizan con ellos de palabra y de obra.» (563a) Todo el mundo, argumenta Platón, en ese estado de libertad exagerada, dice cuanto le viene a la boca, pero además, cuando alguien trata de imponer la ley, las personas afectadas por tal libertad exagerada se encolerizan, porque al final no se preocupan siquiera de las leyes.

Pensemos en toda esa gente a la que se le dijo que no importan los estudios para ocupar un cargo cualquiera que requiera una mínima preparación o alguno importante del que depende un país entero. Gente que cree que pueda mandar, decir y hacer sin preparación alguna; el mismo Chávez más de una vez se burló de los que estudian. Pensemos también en todos aquellos a los que se les entregaron las calles y las ciudades porque, a pesar de ser terribles delincuentes, son también los libres hijos de Bolívar. Los trágicos resultados de estas pretensiones los vivimos día a día con la espeluznante situación de inseguridad, con los pranatos que hacen y deshacen impunemente, con las zonas de seguridad y las bandas criminales imponiendo toques de queda en protesta porque, vaya absurdo, argumentan que les matan a sus miembros en operativos ilegales. Los delincuentes, sí, son libres, muy libres en esta revolución.

Dirijamos ahora nuestra atención hacia el lado bonito, idealista, del asunto (si lo hay); es decir, hacia el lado del poder del pueblo glorioso, hacia el lado de aquellos a los que se les dijo que tomarían el poder y gobernarían y producirían y fabricarían y serían más libres que nunca. Hoy, ya lo vemos, ¿cuántas fábricas y sembradíos han cerrado en manos de un supuesto «pueblo» constituido por personas inocentes que no llegaron a ver ni un centavo y por otros, unos pocos, que se lo llevaron todo?

La libertad exagerada es también una forma de mediocridad.

¿Qué carajos me importa ser mejor, si mi libertad me da derecho a tener lo que yo quiera, a lo que me venga en gana? Detrás de todo esto, querido lector, no está la libertad, sino una esclavitud asentada en un discurso populista, desde arriba, que propugna la ignorancia y una falsa comprensión de la libertad. Esa es la trampa, la trampa del discurso libertario que azota nuestro país. La trampa de una libertad y de una supuesta democracia socialista que nos hace cada vez más mediocres. No existe el pueblo empoderado, sino la gente engañada y el ladrón habilidoso.

Ya ve, la mediocridad abunda y se disfraza de derechos, de Bolívar, de ética, de verdad, de pueblo emancipado y de pueblo empoderado. Es sólo una de las tantas mediocridades que llenan nuestro país hoy día, refrendada, aceptada y promovida desde el discurso y desde una negligencia maléfica por un gobierno al que sólo le interesa el poder y los dólares (ya pocos) del poder.

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