Nancy Escobar llevaba tres días sin saber de su sobrina. Era martes, 3 de octubre, y Nayalí, de 25 años, había sido ingresada el domingo de emergencia al Hospital Pastor Oropeza, en Barquisimeto, por un dolor en el vientre. Su embarazo, de cinco meses, debía ser interrumpido. El bebé tiene un tumor en la espalda que le impedirá vivir fuera del útero.
“No le quieren hacer cesárea porque el doctor dijo que podía complicarse y le tendrían que quitar todo por dentro. No podría tener más hijos. Entonces, la iban a hacer abortar. Pero eso fue el domingo en la mañana. Hoy martes no sabemos nada”, dice Nancy con desespero. Las ojeras acentuadas por el delineador negro, con el que maquilló sus ojos verdes, evidencian el cansancio.
Se levanta de la silla de metal. Una, dos, tres veces. ¿Cuántas más serán necesarias para que el joven de la milicia bolivariana, que custodia la entrada a la sala de parto, la deje pasar para ver a Nayalí?
Todas las entradas están custodiadas por uniformados de este componente de la Fuerza Armada Nacional (FAN), creado por el presidente fallecido, Hugo Chávez. Desde que Lenny Josefina Martínez González tomó las fotos de mujeres dando a luz en la sala de espera, las expresiones en los rostros de estos vigilantes son menos amables y sus respuestas son más hostiles.
—Por favor, déjeme pasar. Necesito saber qué tratamiento le están poniendo o si ya expulsó al bebé —suplica Nancy.
—Te dije que no se puede. Cuando una de las enfermeras me diga el nombre de tu sobrina yo te voy a avisar —responde el hombre con voz altanera y lanza una mirada de indiferencia. Luego advierte a una joven que no puede pasar con teléfonos, una de las nuevas restricciones desde el lunes 2 de octubre, día en el que organismos de seguridad del Estado visitaron el centro de salud y se llevaron detenidas a siete personas por la difusión de las imágenes.
Pero la hermana de Nancy advierte que es abogada y que su yerno es funcionario de la Guardia Nacional. Eso bastó para que el hombre quitara la cinta con la que impedía el paso. Los temores de Nancy eran ciertos. A su sobrina no le habían colocado ni suero durante los tres días recluida en sala de parto.
“Pasar depende de si le caes bien, si te quiere echar los perros o si el personal dice el nombre de la paciente para pasar las cosas del bebé y hablar con los familiares”, explica Eliana, que también espera desde el lunes saber si su hermana dio a luz y está bien.
Los familiares pierden la noción del tiempo tras la angustiante espera que se hace en un largo pasillo situado al lado de la morgue del hospital. Algunos se llevan almohadas y se acuestan en el suelo. Los más osados amarran hamacas en las ramas de los pequeños y secos árboles que están en un terreno posterior.
Eliana ha visto de todo durante la larga noche que ha pasado en el Seguro. Mujeres que llegan pariendo, con las piernas llenas de sangre y caminando con dificultad. Otras que ya lo hicieron y traen al recién nacido envuelto en sábanas sin saber si está vivo o muerto. Para ninguna de ellas hubo una silla de ruedas disponible al llegar.
Mayor supervisión y miedo
Tras atravesar un pasillo oscuro y con los cables de electricidad que salen del techo, se llega a la sala de parto. Ese martes 3 de octubre ya no había mujeres desnudas dando a luz en los asientos de metal de la sala de espera. Las que se encontraban sentadas aguardaban por una cama para ser atendidas, porque a las 10:00 de la mañana todas estaban ocupadas.
De acuerdo a la viceministra de Salud, Linda Amaro, el cupo para atender los partos es de 60 camas. Sin embargo, el director del Seguro Pastor Oropeza, Javier Cabrera, dijo en en el programa La Entrevista con Tony Bujana que contaban con 46 en el área de obstetricia.
Una enfermera es la encargada de revisar continuamente unas hojas donde están anotados los nombres de las parturientas. Da la información que le piden con un sí o un no. Su voz apenas se escucha.
El Pastor Oropeza parece un laberinto y ese día la vigilancia es mayor. Si hay alguien que camina despacio y observa mucho, no tarda en aparecer un empleado y preguntar: ¿a dónde va? ¿qué necesita?
En una entrada lateral un miembro de la milicia pide las cédulas y el papel que evidencia la fecha de la cita para las consultas. Mientras llaman a una paciente, una mujer pide dinero con su hijo de un año en brazos. “Ayúdenme. No tengo para comprar la mariposa y la inyectadora que necesita para el tratamiento”.
Los trabajadores del centro de salud no contestan preguntas sobre las fotos por las que mantienen detenida a la asistente administrativa Lenny Martínez. Apuran el paso y se hacen los que no escuchan. “No voy a hablar sobre eso. La cosa aquí está muy fea y nos tienen vigilados”, alcanza a decir una enfermera para luego perderse en los pasillos. Para ellos la mejor opción es mantener sus puestos y su libertad a cambio de silencio.]]>