It viene y viene arrecho
Depende de las expectativas, It podría sorprender al seguidor más fiel de Stephen King o al más desprevenido. Elegante en su confección e inteligente en su desarrollo, estamos ante una obra obligada para cualquier cinéfilo.
Depende de las expectativas, It podría sorprender al seguidor más fiel de Stephen King o al más desprevenido. Elegante en su confección e inteligente en su desarrollo, estamos ante una obra obligada para cualquier cinéfilo.
Recuerdo el año, 1987, pero no el mes exacto. Tal vez septiembre. Esperábamos en el patio a que nos llamaran por apellido y nombre para conocer en qué letra de sección encajábamos. Los más pequeños, con mejores calificaciones o amigos de la directora, quedaban entre las primeras: A-B-C. Los regulares o medio invisibles entre la D y F y los repitientes, mal portados, inscritos a última hora y de mayor estatura, entre la G y la J. Una vez finalizado el reclutamiento y después de una breve bienvenida, podías dirigirte al cafetín para devorar un tequeño aceitoso y un jugo de parchita rendido con agua.
No lo vi venir. Solo sentí que mi coxis pegó contra el piso y el resto de jugo rodó por mi recién estrenada camisa azul. Fue un dolor intenso, acompañado de un breve chillido proferido por la voz de un niño que transitaba el cambio entre la escuela y el bachillerato. El agresor había aprovechado mi descuido -estaba apoyado en una sola pierna- para realizar un barrido limpio y preciso. El golpe, sin embargo, no me causó tanto daño como reconocer que el culpable estaba en mi misma sección. ¿Tendría que aguantar todo el año este apilateo, como entonces le llamábamos al bullying?
Afortunadamente no. Diego y yo nos convertimos en buenos amigos, vaya usted a saber por qué misterio de la vida. Tan amigos, que cuando repitió quinto año, por lo que no compartimos acto de grado, era su tutor en la materia que mayor dolor de cabeza le daba: Literatura. Fue gracias a esa relación, que se afianzó con las interminables batallas de Tortugas Ninja en un Nintendo Nes , que conocí las razones de sus arrebatos de rabia. Vivía en el barrio Los Erasos, con un montón de hermanos y medios hermanos, obra de un padre ausente y violento y una madre que se partía el lomo todo el día limpiando lo que otros no querían limpiar.
Los 80s, como cualquier otra década, ha sido idealizada. Había cierta ingenuidad en las series de televisión y en la música, en alguna música. Pero la vida real enfrentaba a los chamos con esos problemas que no tienen caducidad: abandono, descuido, abuso, inseguridad y miedo. Mucho miedo. En el Carlos Soublette, de San Bernardino, vi cómo le quitaban los Nike a los más débiles. Los zapatos de marca y los relojes Watch eran los botines más preciados. Supe por primera vez cómo lucía un arma, que alguien accionó sin querer en el baño y fui testigo de un combate mano a mano entre un profesor de matemáticas y el estudiante más viejo del salón.
Mientras en muchos liceos privados se vivía, en los públicos se sobrevivía. La policía Metropolitana estaba muy ocupada como para estar vigilando lo que sucedía a la salida de una institución pública. Además, ¿qué iban a hacer con un menor de edad cuando en los barrios se estaban cayendo a plomo? Los profesores estaban de manos atadas. Más allá de expulsar o sancionar, también eran víctimas. Un Volkswagen escarabajo fue puesto patas arriba cuando uno de los educadores raspó a más de mitad de una clase. Toda esta catarata de recuerdos me golpeó cuando vi It, el fantástico remake a cargo del director argentino Andy Muschietti.
Muschietti realizó en 2008 un brillante cortometraje llamado Mama, que en YouTube es presentado nada más y nada menos que por Guillermo del Toro (El Laberinto del Fauno, Hellboy, El Espinazo del Diablo). Ese trabajo sucumbió cuando, en 2013, pasó a largometraje. No debe extrañarnos. Saw, Darkness Fall (Tooth Fairy), Lights out o el caso más evidente, 9, constatan que tal transición es más complicada de lo que se cree. El realizador sureño regresa entonces, cuatro años después, curtido por la experiencia previa y con una obra que no solo respeta las principales pinceladas de la previa entrega, basada en el libro de Stephen King, si no que las mejora.
Son transparentes los caminos que Muschetti elige para que funcione It. Por un lado, tenemos la tradicional historia del monstruo que se alimenta del miedo y, por otro lado, el terror real que produce el fin de la inocencia, esto es: el paso de la niñez a la adolescencia. En la primera línea, observamos un trabajo muy correcto, que respeta los cánones del terror. La ausencia de originalidad no es, en este caso, un defecto. It juega con muchas referencias a la obra de King (la de Carrie es la más obvia) y de la propia Mama (la madre del cortometraje tiene un parecido razonable con una entidad que atormenta a uno de los niños).
El remake madura y toma tintes de autor cuando abandona el sendero del terror para acercarse al drama, emparentándose con Stand by Me. Como recordarán, se trata de aquella maravillosa película inspirada en The Body. Dirigida por Rob Reiner, este largometraje cuenta la historia de cuatro amigos que inician la búsqueda de un cadáver, lo que deriva en un viaje introspectivo. La aceptación de la muerte, la reflexión sobre los padres ausentes o abusadores y las consecuencias sobre la personalidad de sus hijos, convirtió a esta cinta de 1986 en una de las preferidas por nuestra generación.
Es la unión entre It y The Body lo que encontramos en Stranger Things. El aficionado al cine y la televisión habrá constatado que un personaje une a la nueva versión y a la serie de los hermanos Duffer: Finn Wolfhard. Y no solo se trata del menor de los Wheleer; hay varias escenas que los más jóvenes creerán que son plagiadas de la serie de Netflix, cuando en realidad pertenecen al propio libro de King. De esta manera se cierra el círculo entre lo original y lo recreado, todo un acierto de Muschetti.
Sobre las interpretaciones, nos encontramos con un magnífico trabajo coral. Cada personaje tiene un aporte fundamental y el resultado es sorprendente. Si tuviésemos que tomar partido, después del magnífico Bill Skarsgard, que debería recibir al menos una nominación en los grandes premios por darle un nuevo perfil al maléfico Pennywise, sobresale el gordito Jeremy Ray Taylor (Ben Hanscom). Cada segundo de este pequeño y rollizo amigo frente a las cámaras vale oro. Y luego, nos enamoramos del precioso rostro de Sophia Lillys (Beverly Marsch). Sobre ella recae un chiste genial cuando la asocian a Molly Ringwald y, por retruque, a El club de los 5.
Dirección acertada (los sustos están muy bien logrados), guión trabajado (el ritmo distribuido) y un elenco brillante, It se toma el tiempo para que los nostálgicos disfruten con los detalles de la época, como los anuncios de las proyecciones de Batman, Arma Mortal 2, Pesadilla en la calle del infierno 5; los afiches de Los Gremlins y Beetlejuice y los homenajes al propio Tim Curry, el malvado de la primera serie. Tal vez lo único que echamos de falta es un final más pulido e inteligente cuando Los Perdedores y Pennywise se enfrentan. Esa pega nos impide darle una puntuación perfecta al remake, aunque de ninguna manera evita que disfrutemos como niños el regreso de este diabólico payaso.
Imagino que algunos se preguntarán sobre qué pasó con aquel chico que me acosó en los primeros días de clases y que luego se convirtió en mi amigo. Pues la última vez que hablamos, mi hijo estaba por nacer y coincidimos en el Centro Médico de Caracas, donde él trabajaba como ayudante de material quirúrgico. Promulgaba la fe evangélica, por cierto. En ese momento recordé las palabras de Richard Dreyffus en The Body: «Nunca más volví a tener amigos como los que tuve a los doce años. Cielos, ¿acaso alguien sí?».]]>