Entraron una tras otra, como si se tratara de un coro de ángeles desafortunados que cayeron en Venezuela. Los mortales que estaban presentes tuvieron que dejar la arepa frita que les amortiguó la espera, para dirigirse al estrado y verlas de cerca. “Señores, por favor ¡Échense para atrás!”, dijo más de ocho veces el jefe de seguridad del evento. Los fotógrafos no le hicieron caso al poco intimidante “Men in Black: Naguanagua”, y siguieron haciendo sus retratos en primer plano de las cinco mujeres que tenían a la gente alborotada.
Desde la fila en la que yo estaba sentado solo se veían tres coronas levitando entre la muchedumbre, joyas amenazadas con salir volando si la euforia de los asistentes se desataba. Bajo la corona del centro estaba la protagonista principal, la que terminó apaciguando a los leones. No solo estaba hablando una reina de belleza, sino la próxima candidata presidencial del país.
“¿Por qué no?”, dijo con convicción la recién nombrada Miss Venezuela en una rueda de prensa ofrecida a tan solo horas de haber perdido el anonimato en televisión nacional. Sthefany Gutiérrez, una joven estudiante de Derecho que en reiteradas ocasiones ha manifestado su interés por ejercer una carrera política, estaba acompañada en el salón del hotel por el cuadro de finalistas del certamen. “Todas son mis amigas”. Habrá qué ver cuántas estarán en el gabinete de gobierno de la reina que quiere ser presidenta.
Tal vez se siente confiada porque 15 millones de personas votaron en la Gala Interactiva del concurso de belleza más importante del país. No hay abstención en “Una noche tan linda”. El psiquiatra Roberto De Vries decía que los países en crisis no pierden su cotidianidad. Venezuela es la mejor amiga de esa tesis. Nunca nos faltará el beisbol ni los concursos de belleza. Son nuestro mal necesario, como también los son los líderes carismáticos.
En la ficha personal de la nueva Miss Venezuela hay muchos datos que demuestran su genuino interés por la política. Primero, acepta que su mayor talento es la actuación. Dice que es un poco insensible y que no llora fácilmente. Remata con un “El dinero no da la felicidad” y se identifica con Simón Bolívar “porque luchó por la soberanía de Venezuela” y también siente afinidad con Norkys Batista, pero creo que lo dijo para despistarnos y que no nos diéramos cuenta que ella es la reencarnación del Intergaláctico.
Si Stephany llega a Miraflores, los cuentos presidenciales no serían recreados en Sabaneta sino en Guamachito, el pueblo de Anzoátegui en el que se fue cincelando el cuerpo 90,60,90 de la joven de 18 años de edad que ahora tiene un contrato de un año para ejercer como la mujer más bella del país, según la Organización Cisneros.
La escultural morena portaba la banda de Delta Amacuro, un estado tradicionalmente reservado para las misses de relleno. La última vez que ganó la representante de esta región fue en 1998, una curiosidad bastante pavosa conociendo las aspiraciones políticas de la nueva soberana de la belleza nacional, quien deberá mostrar su acta de nacimiento para que no la señalen como a la Miss Nueva Esparta 1975, Maritza Pineda, quien no había nacido en San Cristóbal, sino en Bogotá, Colombia. Meras coincidencias.
Desde que fue coronada como Reina de los Carnavales de Puerto La Cruz en 2015, la modelo empezó a saborear el poder que otorgan las masas. Ahora, su objetivo será fundar la República Osmeliana de Venezuela, aunque aún no tenga la estampa de lidereza. “¿Cómo le pides a una joven de 18 años que tenga porte de reina? Aún estoy creciendo. Tengo que mejorar mi oratoria, mi pasarela, mi presencia y muchas cosas más”, dijo con respecto a todo el entrenamiento al que debe someterse, sin duda, mucho más exhaustivo del que recibió Nicolás Maduro cuando asumió el Poder Ejecutivo.
A su lado sonreía Veruska Ljubisavljevic (un apellido serbio que los ignorantes escribimos dándole un golpe al teclado), electa Miss Venezuela Mundo, un escalafón que equivale a la Vicepresidencia de la República. “Si Dios quiso que yo llevara esta banda, es por algo”, afirmó convencida en la injerencia celestial que domina al concurso. El tiempo de Dios es pretexto…para políticos y misses. Parece que el Todopoderoso dedica una noche del año a convertirse en productor ejecutivo y jurado del concurso que en 2017 cumplió 65 años de trayectoria.
“No me da vergüenza decir que pude haber aprovechado mucho mejor la pregunta. Pero esas fueron las palabras que Dios puso en mi boca”, se justificó otra de las modelos religiosas, Mariem Velazco, Miss Venezuela Internacional (equivale a la Alcaldía de Caracas) cuando Shirley Varnagy –responsable de la temida ronda de preguntas– le dio licencia para que hablara de la crisis del país en el programa con más rating en televisión abierta. La muchacha lo que hizo fue balbucear una cursilería, porque no es tonta. La noche anterior fue aprobada la Ley Contra el Odio y no iba a ser ella la primera Miss Helicoide.
La rebelión de los mesoneros
Cuando un mesonero se rebela, no hay nada qué hacer si no tienes suficiente poder para joderlo. Ellos reconocen quién puede montarles la pata y quién no. Sabían que a ese desayuno organizado por la Organización Miss Venezuela solo asistiría el gremio de periodistas/salario mínimo, que ninguno era Fernando del Rincón y que ninguno cargaba efectivo para dejarle el 10% de servicio.
“Es un chorizo por persona”, le soltaron a una periodista que solicitó un segundo embutido. “En la mesa hay agua”, fue la respuesta para otra que pidió jugo de naranja. Las manchas del café servido con mala gana aún deben estar en los manteles. A mí no me quedaba otra opción que ver los toros desde la barrera y reírme en silencio, no demasiado fuerte, porque ese día cargaba la única camisa de vestir que aún me queda bien en las mangas, pero con el “botón estresado” en el pecho, de esos que amenazan con salir volando si te mueves mucho.
Aún con esa arma blanca en mi torso me dejaron entrar al prestigioso hotel de Caracas en el que se sirvió el desayuno. Como llegué una hora antes de lo indicado en la invitación, me puse a curiosear. No sabía que una habitación allí, la más sencilla, costaba casi 400 dólares la noche. Creo que por eso el lugar parecía la embajada de China en Venezuela. Los huéspedes que recorrían los pasillos eran asiáticos en su mayoría. Ejecutivos, hijos de ejecutivos, en bermudas, en pijama, con crocs. Había chinos en todas sus formas y colores (menos negros porque no hay chinos negros, salvo unos contados reportes que han llegado desde tascas en Cumaná).
Recuerdo que en una oportunidad el recepcionista de otro hotel me comentaba que al lugar en el que él trabajaba llegaban prostitutas preguntando si se estaba hospedando algún chino, pues eran clientes buena paga con los que no había que hacer mucho esfuerzo. “Esos pipis tan chiquitos lo que hacen es bombearte de aire, pero lo importante es que cargan dólares. Ya no vale la pena ser puta y cobrar en bolívares”, le pregunté a una compañera, dama de compañía, quien me aseguró que podía cobrar hasta 200 dólares por hora. “y si acaba antes, cuenta como la hora”, remata la trabajadora sexual.
En ese momento me puse a filosofar y concluí que todo oficio en la vida es una forma de prostitución. Entregas tu tiempo y tu cuerpo (aunque no haya penetración) a cambio de un beneficio económico: desde los mesoneros deben fingir un orgasmo de simpatía para ganarse la propina, hasta los periodistas que se vuelven la perra de su editor por la tarifa mínima.
Todo esto es para decirles que no creo que el Miss Venezuela sea una escuela de prepagos. Y esto lo digo para que el año que viene me vuelvan invitar al desayuno con las misses, si es que Sthefany Gutiérrez no gana las presidenciales de 2018 y acaba con el concurso y lo que quede de país.