Viciosidades

La dictadura del reguetón

Esta reflexión se basa en la capacidad que tiene el reguetón para demoler la posibilidad de que los gustos musicales de muchas personas se bandeen en otras áreas, exploren, para convertirse en un totalitarismo de las cornetas bastante evidente, mientras que nosotros no podamos hacer nada.

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El fin de semana pasado, disfrutando de las birras de rigor, un amigo sentenció una máxima que me dejó pensando bastante: el reguetón es como el chavismo, si no te gusta te acostumbras.

Tras el sorbo de la espuma callé por un minuto, mientras me percataba de que en el sitio donde estábamos sonaba reiterativamente escápateee conmigooo esta noche bebeeeeeé. Curiosamente no nos importaba. Hasta se podía conversar – que es lo importante mientras se sirven las rondas -. Fue en ese momento en que fui presa de una terrible realidad. ¿Qué había pasado con toda una vida de cultivar el oído con las buenos sellos discográficos de electrónica, de refinar esos tímpanos con exquisito house y las interminables sesiones de downtempo? ¿Qué fue de los buenos años del drum n’ bass? ¿Qué fue de esos momentos en donde se debía ser indie a juro? Y, last but not least, ¿1ue pasó con el rock? ¿Por qué estoy oyendo esto sin que me importe?

Cualquiera diría que flaquearon mis principios ante un tema crucial, casi “político” para muchas personas, como es el del gusto musical. Lo que raya en lo bueno y en lo malo sin discusión y lo que es permisible o no. En algún momento, aún suspendido quién sabe en qué lugar de la Universidad Central de Venezuela o en lo que fue Elmo, Almodo o Suka Bar, era imposible que mis amigos y yo reaccionaramos con esta pasividad que recuento al principio a cualquier insana tonada de Daddy Yankee o de Wisin. Hasta que muchos empezaron a tomarselo como joda tarareando y hasta bailando. There you go! Caíste en la trampa. Ahora, en 2017, no te pelas un dancefloor de matrimonio sin dar unos pasitos de «Despacito», tragos mediante, claro está.

Mi pana tiene razón con su sentencia: todo es un plan macabro que nos terminó subyugando hasta el punto de que poco podemos hacer. Aunado a esto está el terrible panorama de que las opciones que tanto nos gustaban hace algunos años han desaparecido del mapa. Campante queda el género en cuestión y su ensordecedora onda expansiva.

Para mis años de la Universidad el reguetón era un indecente niño en pañales y ahora es casi un veinteañero con pulseras de oro, parques automotores insólitos e interminables hieleras llenas de Veuve Clicquot. Sin embargo, no se puede negar que algo que parecía tan básico y pueril ha logrado ramificarse de manera exitosa al punto en que no se sabe qué es realmente reguetón o como se llama algo como merengue del futuro con –ton hasta llegar al inefable trap que tanto causa furor.

Mientras tanto, las investigaciones musicales, el underground, hablar de rock nuevo y seguir reconociendo el de siempre, los clásicos, o encontrar una buena rumbita de house como las que hace la gente de Casa 22, son cosas que pasaron a la clandestinidad. Como si fuera una dictadura. Porque resulta que el reguetón también tiene un underground bastante oscuro. «Cuando vives en Miami aprendes a escucharlo, bailarlo y cantarlo. Tengo un playlist entero con cosas como Arkangel, Bad Bunny y Karol G que no son nada pop. Acá la cosa se pone más malandra». Afirma la periodista Taty Santana.

Pero cuidado: hay férreos partisanos rebeldes dispuestos a matar a cualquier seguidor del culto. Tengo una prima que ha armado escándalos sustanciosos ante cualquier tonada reguetonera, hasta el punto en que cualquier le dice que le baje dos, que no es pa’ tanto. Mi prima se mudó a España, aún no sabe si fue más por el chavismo o por el reguetón y la cultura musical del venezolano. Lo que no sabía es que en España campea el reguetón en cualquier taxi (y también los chavistas). Cabe destacar que mi prima es dj de House, Tech House, Deep House, Techno y ama el jazz y el bossa y que, en fiestas de marcas comerciales, la han tratado de bajar de los platos con consignas: «¡pon reguetón!».  Mi prima sostiene que el regueton no es que sea un totalitarismo, sino un virus purulento.

Dentro de este yugo, y apoyándome en citas como la del gran Satchmo, Louis Armstrong,  “Hay dos clases de música. La buena, y la mala. Yo toco de la buena», me atrevo a decir, víctima de la flaqueza de convicciones en plena “dictadura”, que es probable que haya buen reguetón. Que la evolución ha permitido que ciertos temas sean más aceptables que otros. Que tampoco hay que olvidar que la raíz de todo consta ritmos caribeños – jamaiquinos – muy interesantes y que, el dancehall y el moombah son géneros que se involucran mucho en el beat del asunto, pero que, como todo, han caído en la comercialización y en los estereotipos. El espectro es muy amplio en este momento.

Y llegamos al llegadero: cuando el reguetón se hace pop y la cadena termina en Justin Bieber, pasando nada más y nada menos que por Pharrel Williams. También sin contar que Major Lazer, cuya producción es bastante buena, aprueba y utiliza el reguetón en sus pistas. O Calle 13, que se puede considerar en ciertos casos bastante alternativo, porque, a fin de cuentas, es rap latino. En esa circunstancia ya estamos atados de manos y no sabemos qué hacer.

De la “dictadura del reguetón” no podemos hablar sin resaltar el tema social y sexual. El primero habla de los estratos, de cuando todo comienza en un barrio popular y escala posiciones. Como dice mi profesor de Literatura Latinoamericana, Jorge Romero, la salsa en algún momento empezó a subir escalones dentro de la sociedad venezolana. Del barrio a la fiesta de la Lagunita. Y eso fue un proceso que llevó cierto tiempo. El reguetón en menos de década y media logró su posición en fiestas de alcurnia. Aquí también juega el factor de quienes han escalado las posiciones económicas beneficiados por ustedes saben quién. Y en el segundo caso, el sexual, es que, al principio se observaba con más frecuencia la cosa misógina y machista, la labia lasciva y sin tapones. Pero con el tiempo el reguetón, en sus distintas formas, ha pasado a contener mucha balada tonta y romanticona dentro de su ritmo pegajoso.

Uno de los casos en que se pretende hacer del reguetón algo «más armonizador» es quizá el tema «Safari» de J. Balvin. Aquí podría poner las manos en el fuego, y tratando de desprenderme de eso que llaman placer culposo, puedo decir que me gusta. «A ella le gusta» dice la letra incesantemente. A mi también. Un poco porque el ritmo es un tanto sutil, es probable que no sea reguetón, si cabe, sino trap con pop, tiene buen rap, una rapera excelente que se llama BIA, a.k.a. Perico Princess. Además el video promocional se desquita de la misoginia. Otro elemento importante: está Pharrell. Y lo que cae en el entorno de Pharrell es bueno. Y para hablar de la evolución del espectro podemos hablar de Karol G o de Big Bunny. Más trap para el saco.

Luego de esta salvedad, quizá infundada en los tiempos de totalitarismo reguetonero – y chavista-madurista – sin poder hacer nada, recuerdo siempre la frase de mi  amigo. Recuerdo esa birra reveladora como lección para recapacitar y seguir debiéndome a mis gustos musicales intrínsecos dentro de la gran capa demoledora que siginifica el reguetón en a poco menos de tres años del 2020. Y quizá armando un playlistcito para que suene de vez en cuando.

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