Opinión

Bro, un sifrino legit es tipo así

Esto es casi un servicio público en vista de la reciente discusión en redes sobre qué es o no es de verdad ser sifrino en este momento. ¿Qué es eso de "old money"? Eso ni siquiera se dice así

sifrino
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Un sifrino no dice “old money”, dice “gente de toda la vida”. Un sifrino no revela si tiene un presupuesto ilimitado, no dice que le encanta el lujo y no fuerza el spanglish con tono de cubana en Univisión o publicidad wachu de Open English. Tampoco fuerza el mandibuleo ni habla como personaje de “Somos Tú y Yo”. Habla como Raúl Stolk y como Ana Isabel Otero. Un sifrino cree que Michael Kors es niche. Y un sifrino, sin duda, no dice que esperar encontrar “Fifth Avenue” o Saks, Nordstrom y Bloomingdales en Avanti. Entonces, ¿qué es un sifrino?

Estamos en tiempos pos-aguerreverianos. Atrás ha quedado la época de Laura Pérez y su “sifrina será tu suegra”, demolida por el “yo te soy sifrino” de Toto Aguerrevere cuando –escribiendo los 50 puntos de su Semana Nacional del Sifrinismo (2010)– decidió reivindicar a una tribu social que “abre la boca y todo el mundo sabe lo que es” pero que en aquel entonces “se jacta, y jura y perjura que ellos jamás son ni serán sifrinos”.

Pero la propuesta contracultural de Toto de asumir al sifrino con orgullo, se ha tejido en el espíritu de los tiempos. Atrás quedaron los días de las películas de secuestros y malandros, de burlarse de “Caracas, ciudad de despedidas”, de políticos opositores que pretender ser un Lula pejotero, de despreciar a la Cuarta República o de apropiarse el argot de los barrios.

Adelante –tras el desplome popular del carismático socialismo bolivariano para dar paso a torres de vidrio con concesionarios Ferrari y restaurantes diseñados por Mezzcla– se encuentran cuentas sobre clases sociales que rayan en la apología de lo sifrino (atentamente, su servidor), documentales celebrando a Carlos Andrés superestrella, nuevos dialectos del spanglish, prepagos que quieren mandibulear y María Corina Machado y el Conde del Guácharo luchando por ser el abanderado del neoliberalismo. Ahora, en redes pululan manadas enteras de extraños tiktokers sifri-wannabes que aspiran y perjuran ser sifrinos. El mundo de Toto a la inversa.

Por ello, en homenaje a aquel bloguero que fue el primer espasmo del movimiento que daría el péndulo cultural, hoy decidimos rehacer –casi quince años después– una lista de cosas sifrinas que definen a la especie auténtica cazada en las selvas de Camurí y El Pingüino.

Pero antes, hay que entender tres factores definitorios del sifrino.

Primero, tener plata no hace a alguien sifrino. Para bien (digamos, familias hacendadas, sifrinoides con más calle o nuestros propios guidos del Italo) o para mal (enchufados con hoodies Balmain, narcos y prepagos subsidiadas), no todo el que tiene dinero es sifrino. Y no todo sifrino tiene mucho dinero, necesariamente. Ser sifrino es, más bien, pertenecer a una tribu social –usualmente caraqueña y de un trasfondo socioeconómico similar– que comparte manierismos, visiones de vida, gustos y formas de hablar.

Segundo, esta tribu depende en gran medida de la socialización. Estudian en los mismos colegios –filtro y pilar fundamental en la sifrinidad– donde son condicionados a los parámetros de la tribu, se mueven en los mismos restaurantes y discotecas, van a los mismos clubes y asisten en las mismas fiestas. El círculo social extendido del sifrino –miembro de una tribu– es el mismo a través de su vida: donde todos saben quiénes son todos, aunque no se conozcan directamente.

Tercero, existen varios tipos de sifrinos, con base en las diferentes oleadas que han sido aceptadas en los espacios de socialización y condicionamiento de la tribu. Está el sifrino tipo A –descendiente de mantuanos y protosifrinos– también conocidos como “gente del Country”, al que le irrita la palabra “boda”, casi siempre tienen apellidos vascos o corsos o ingleses o alemanes pero ya no existe conexión alguna con la cultura ancestral, provienen de familias aristocráticas muchas veces arrasadas por la crisis de los 90 (el pichirrismo se ha vuelto un mal epidémico), son socios del Country, Camurí o Playa Azul desde tiempos inmemoriales y si todavía tienen plata son propietarios de un apartamento en París o Nueva York.

Está el sifrino tipo B, que desciende de inmigrantes llegados en los últimos ochenta años: provienen de familias que no cargan el desprecio al trabajo heredado del mantuano (sin duda, más derrochadores que el sifrino A), existe en una colonia diaspórica aunque tenga diferencias estéticas notables con parte de sus primos y compatriotas; es socio de algún club de renombre sin renunciar a la membresía de su club étnico y no suele tener problemas en decir “boda”. Aquí los orígenes suelen ser gallegos o canarios, portugueses, italianos y judíos. Hay también libaneses, franceses, holandeses, algún eslavo, escandinavo o húngaro – y otras nacionalidades, ¿por qué no?

El tercer grupo, medio gris y diluido entre los dos primeros, es el sifrino tipo C: en resumidas cuentas, descendientes de la clase media-profesional que aseguró el éxito socioeconómico en la Venezuela Saudita o descendientes de familias de otras regiones del país que se establecieron hace no muchas décadas en Caracas.

Entonces, ¿qué cosas son sifrinas?

1. Preguntar “¿De qué colegio eres?” como carta de presentación. En las últimas décadas la respuesta correcta abarca unos diez o doce colegios: unos cinco de niñas, tres de niños (aquí entra el San Ignacio, aunque sea mixto), tres americanos, el Hebraica y el Ávila (el más nuevo).

2. Detestar la palabra “orinar” y “cabello”. El sifrino va al baño y se peina el pelo.

3. El sifrino joven habla “tipo” a su manera. Hay cosas “tétricas” e “innecesarias” (y si es mayor, “dantescas”), todo es “literal”, las cosas son “heavy”, algo malo es algo “fatal”, la gente cooles “crack”, lo crack es “brutal” y “otro peo”, las cosas son “full” y “súper” y “mega”, no va a “antros” porque son “sketchy”, va “pen” de las discotecas que sí son “legit” y así puedo pasar horas, “dude”.

4. No hablar de plata. No dice cuánto gana, no pregunta cuánto gana alguien más y no menciona su presupuesto, salario o mesada. Solo habla de negocios.

5. Hablar spanglish sifrino, que consiste en decir la frase y palabra correcta, sin mucha sobrepronunciación, en el momento correcto. La forma de hablar es un secreto gnóstico, apto solo para iniciados. 

6. Si es mujer, hacer viajes de quinceaños –con parte de la promoción del colegio– por Europa.

7. Referirse a la gente como “Isabella, mi hermana” y “Federico, mi cuñado”. Hablarle a la gente sobre “Lele Aristeguieta”, sin dar contexto, como si todo el mundo conociese a Lele Aristeguieta.

8. Nespresso.

9. Mandar cosas regaladas o prestadas en Ziplock y con el chofer.

10. El sifrino se viste con básicos, usualmente colores negros y su ropa es medio holgada. La pieza esencial del hombre son las camisas de botones arremangadas por encima del reloj. Usan chaquetas deportivas y trajes de baño Vilebrequin si son sifrinos sifrinos  o Quicksilver si son sifrinos pavitos. Toda sifrina tiene zarcillitos de perlas y cruces/medallitas de oro en el cuello y, por alguna razón, todas tienen una chaqueta negra de Zara con flequillos tipo vaquera. Las carteras de marca de la sifrina varían por la moda: Goyard y Louis Vuitton en un momento, por ejemplo. Las marcas que usan también varían por períodos: de Columbia hace diez años a Pawer hoy en día.

11. Camurí.

12. Comprar “picadera” en Fresh Fish.

13. Los Golden Goose.

14. Hablar de “niños”, “niñas” y “niñitas” cuando dichos infantes tienen más de veinte o treinta años.

15. Saber instintivamente cuando algo es niche.

16. Hombres que usan New Balance.

17. Trimmearse  la barba.

18. Tener en Caracas potes de Tylenol comprado en un CVS en Miami.

19. El Aranjuez.

20. Decirle “carry on” al equipaje de mano.

21. Darle  follow back  en Instagram a gente que no conoce como tal, pero con la que tiene más de 50 personas en común. 

22. Decir que una tendencia “se puteó” (las chemises de Lacoste fueron la mayor víctima).

23. Quejarse de las tusis en cualquier local nocturno venezolano. Vivir con un sobrecogimiento existencial ante el maremoto de hombres con chemise Psycho Bunny, prepagos con pelo pintado que fuerzan el mandibuleo, ante las madres influencers que le crean cuentas de Instagram a sus bebés, la hibridación total de la movida nocturna, los políticos alacranes, los opositores Lacava, las plataformas Balenciaga, ante los dueños de bodegones y megaimportadoras y la clase empresarial con gorras de Goorin Bros resultado de “alianzas estratégicas” que semiprivatizan lo que le expropiaron a tus primos.

24. Lo importante no es ser puritano: es aparentarlo. Al sifrino le desagrada el concubinato, pero lo aplica los fines de semana en Camurí o discretamente cuando vive en el exterior (oficialmente, ante los padres que pagan la renta, cada uno vive en su apartamento).

25. Un matrimonio que incluye un video cinematográfico, fotos de Mauricio Donelli, tequeños de Festejos Mar y postres de Mercedes Grau.

26. Divorciarse a los tres meses.

27. Decir “¿sabes?”, aunque la persona no sepa.

28. No saber lo que es anís con yogurt.

29. El Golf, el Country o La Lagunita.

30. Comprar macarons de Ladurée

31. Mamás que leen la HOLA.

32. Cumpleaños con torta de chocolate de la Gata Luciani y profiterol de la Mozart.

33. Le Club, aunque ya no existe. Es la tierra prometida de un pueblo sin rumbo en el desierto.

34. Mujeres llamadas “Isabella”, “Clarissa”, “Bettina”, “Alessia” y “Emiliana”. Hombres llamados “Federico”, “Diego”, “Rodrigo”, “Juanchi” e “Ignacio”.

34. Que toda la ciudad lo conozca con un sobrenombre de dos silabas: “Fufi”, “Fafi”, “Chichi”, “Maru”, “Mimi”, “Chuchu”, “Tita”, “Mafe” y así por el estilo.

35. Una infancia definida por campamentos de verano en Estados Unidos o largas temporadas difusas –en un vasto panorama de palmeras entre el Metro Zoo, el Miami Seaquarium, Bal Harbor, Aventura, Dadeland y Toys R Us– en Miami para regresar a Venezuela con las últimas modas de Estados Unidos, sean música o ropa.

36. Cantar el himno del San Ignacio de Loyola en una rumba.

37. No entender el baseball, simpatizar con los Tiburones por razones que desconoces y solo ir al estadio para beber con sus amigos.

38. No haber usado el metro nunca en Caracas o afirmar que sí cuando solo lo hiciste para ir a marchas. Haberlo usado por primera vez en Europa o Estados Unidos. Conocer el centro de Caracas porque hizo el tour de Soy Tu Guía, tenerun amigo que cree que Petare es en el oeste y confunde las torres de El Silencio con las torres de Parque Central.

39. Tener una Fortuner o 4runner de la época pre-bodegónica.

40. Tener ciertos artistas venezolanos en la sala, alfombras persas, cristalería bohemia y una mesa con portarretratos de platería peruana. El libro rojo de Scannone, y un air fryer, en la cocina.

41. Decir “¿tú te imaginas toda vieja con ese pielero colgándome, toda tatuada?” cuando le plantean hacerse un tatuaje.

42. Cuenta en el Venezolano de Crédito.

43. Jugar tenis o pádel. Caimaneras de fútbol en el colegio en el que se graduó. Kitesurf, subir cerro o snowboard si es un pavito medio naturalista. Equitación si es un sifrino A.

44. El sifrino se concentra en pocas carreras en algunas universidades. En la Católica, lo encuentras en Derecho, Economía, Comunicación Social, Educación o alguna ingeniería. En la Monteávila, en Comunicación Social. En la Metropolitana, en Administración o alguna ingeniería. En la UCV, porque le toca, en Arquitectura o en Odontología. En la Simón, si se atreve, en cualquier ingeniería. La Nueva Esparta y la Santa María no existen. Afuera –en Miami, Madrid, Boston, Washington y Nueva York– el sifrino tiende a estudiar ingeniería,  business o alguna rama corporativa de la comunicación. Si al irse decide transitar los caminos verdes de la economía, el periodismo o las políticas públicas, es asiduo lector de Why Nations Fail. La última secta, orbitando en torno a los  finance bros  de Stern, son las sifrinas  fashionistas  que estudian en Parsons. Todos son una demografía formada para un futuro país neoliberal que no termina de llegar. 

  • Elías Aslanian
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