Opinión

Barbie y el rosado subversivo

“Barbie” es un fenómeno de masas, marketing y ahora de taquilla. Pero también es algo más: llevó la discusión acerca de temas como el feminismo, género y las relaciones de poder a la cultura popular. Y todo, en un, en apariencia, inofensivo empaque rosado, que tuvo el mismo efecto del caballo de Troya, pero en Malibú y con una rubia sonriente a bordo 

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Barbie ha pasado buena parte de su ilustre y larga historia de sesenta años, siendo, en esencia, incómoda. Desde su creación, cuando Ruth Handler — sí, fue ella, hay pruebas documentales de su proceso para llegar al resultado final— decidió crear una muñeca adulta, hubo detractores. Y me refiero no a quejas tibias o solapadas. La presentación de Mattel en la Feria del Juguete de la que ahora es su marca más famosa, fue un fracaso. Uno total y preocupante para una pequeña empresa que fabricaba productos de plástico. Nadie quería vender un juguete con el aspecto de una mujer adulta, ropas y vestidos diminutos. Nadie quería, por supuesto, apoyar un concepto revolucionario: un objeto para niños que no reflejara una aspiración tradicional.

¿Y cuál era esa? En el caso de las niñas, ser madre y esposa. En la década de los 50, la industria juguetera estaba enfocada en un mar de cocinas a escalas, escobas, juegos de té y bebés de ojos saltones. Todo creado, construido y dirigido a fomentar el instinto femenino de la fecundación, maternidad y claro está, ser ama de casa. Ruth Handler tomó todo eso y lo reconstruyó. Su concepto era avanzado, financieramente viable y un éxito posible, a punto de estallar. Pero ninguna agencia de publicidad, empresa o compañía, quería arriesgar el pellejo en medio del reaccionario puritanismo norteamericano, un rasgo cultural que se había hecho más y más elaborado en plena postguerra.

Tiene su lógica retorcida, ¿quién iba a gastar dinero en una muñeca que contradecía una década de estricta moral?

Dicen que la perspectiva histórica lo es todo. Tres años después, y los mismos empresarios que se apartaron del stand Mattel en la Feria, habrían corrido a comprar — y vender — el prototipo. En 1959, la segunda ola del feminismo terminaba y estaba a punto de estallar la tercera. Y con ella, una imagen por completo nueva de la mujer. Una que llevaba minifaldas, botas, cabello corto. El amor libre, la pastilla anticonceptiva, la búsqueda del propósito, la quema de sostenes, la súbita comprensión de que la mujer podía controlar su vida. Barbie habría sido el mismo éxito, pero en manos de alguien más.

Solo que no lo fue. Y aquí es cuando empieza la historia que llevó a Greta Gerwig, sesenta años después, a sacudir al Hollywood deprimido y a Barbie a competir con el creador de la bomba atómica en la pantalla grande. Todo para recordar que la reina de las muñecas no tiene fandom sino que tiene generaciones de niñas que convirtieron a Barbie en emblema, que la odiaron, la amaron, le amputaron brazos y piernas, le cortaron el cabello y rayaron su cara. En suma, la hicieron parte de su vida.

Una rubia que no le gustaba anadie

A Mattel — a Ruth — no le importó el rechazo. A principios de 1960, la empresa desplegó una estrategia de marketing que, por cierto, es la misma que utiliza en la actualidad para promocionar su película a niveles de infección. La de llevar directamente su concepto a manos del comprador. Esto significó fabricar la muñeca al costo y apuntar a tener ganancias alrededor de sus accesorios. Luego, distribuirla en tiendas y jugueterías y esto sin el apoyo de los grandes nombres, sin mucha experiencia en la comercialización de productos. El objetivo era lograr hacer deseable a una muñeca que no tenía nada en común con ninguna otra. Era una jugada arriesgada y que podía sepultar a la compañía a un fracaso temprano con apenas seis años de fundación.

Ocurrió lo contrario. Barbie no sólo se convirtió en un objeto de moda, sino que ya en 1961 -acompañada por Ken- era una aspiración generacional. El golpe de efecto fue tal que para diciembre de 1963, las ventas eran millonarias y Mattel tuvo que reestructurarse para lograr abarcar la demanda. En 1970, la línea contaba con más de treinta muñecas distintas y tres fábricas en todo el mundo. El resto es historia. Una, que, probablemente, ya conoces.

¿Por qué te cuento todo lo anterior? Contexto, le llaman. En realidad, también para brindar líneas generales de lo realmente importante. ¿Por qué se odia y se ama a Barbie? ¿Por qué Ben Shapiro dedicó cuarenta minutos de su, quiero creer, valioso tiempo en “destruir” — inserte risas — la película que lleva el nombre de la muñeca? ¿Por qué es un fenómeno cultural que aún da tanto de qué hablar como para que este artículo se encuentre en tu navegador? Todo se resume a una palabra: relevancia.

Barbie es relevante, es fundamental para entender la feminidad — los objetos que la representan — en casi un siglo, pero es un símbolo complicado, no siempre agradable. Y te voy a explicar lo más sencillo que pueda, el motivo.

Un ideal de ojoscelestes

Barbie atravesó el feminismo de 1960 y los grandes debates culturales que sacudieron las bases de las reflexiones en torno de lo femenino, a los golpes. No lo digo en sentido figurado: convertida en reina de las muñecas, todas las grandes mujeres luchadoras de la década, volvieron la cabeza para analizar a la única figura adulta, soltera y cuyo concepto incluía la independencia que formaba parte de las ventas a escala mundial. Una marca exitosa con una mujer como protagonista. Pero, en realidad, no la analizaron desde su éxito financiero, sino a través del hecho de que, a pesar de ser un ejemplo extraordinario de repercusión, también era peligrosa.

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Todo, por una razón sencilla: Barbie era un objeto de consumo. Ruth Handler no era feminista (ni tenía por qué serlo), por lo que su creación tampoco lo era. Y aunque la diseñadora tenía ideas claras de mostrar una mujer de vanguardia con su muñeca, no era una idea que abarcara lo político. Aunque terminó por serlo. Sin embargo, mientras eso sucedía, Barbie se encontró en medio de debates acerca de los motivos de su alegoría a ser bella, radiante y siempre bien vestida. Las razones por la que solo tenía interés en la infinita variedad de ropas y accesorios que la rodeaban. Mattel escuchó y aunque durante cinco años soportó críticas y burlas, aprendió. En 1970, comenzó el largo trayecto de Barbie para “ser lo que quieras”.

Claro está, Barbie se tuvo que enfrentar a algo para lo que no estaba preparada y con lo que aún debe lidiar. La forma en que cualquier objeto relacionado con las mujeres o el ámbito femenino, se banaliza. Se vuelve frugal, motivo de chistes y desconfianza. Mientras otras empresas creaban ejércitos de juguetes, líneas de armas y después, una amplia oferta de juguetes para chicos con un concepto basado en la concepción de Mattel de un universo en expansión, todavía se debatía en público lo peligrosa que era Barbie. La muñeca que viajaba a solas, que en 1964 y cuando una mujer no podía aspirar a un crédito siendo soltera en EE. UU. tenía una casa gigantesca. La que tenía a un novio que era más parte de su creciente línea de objetos que otra cosa.

Barbie era un riesgo, un paradigma. Pero como también estaba vinculado con el mercado de niñas y mujeres, podía ser desdeñable, minimizado, menospreciado, convertido en debate moral. ¿Cuántas armas para niños pasan por las mismas presiones? ¿A cuántas empresas de muñecos de acción para chicos se les exige sean ejemplo de su tiempo? Sí, muy pocas. En realidad, Barbie lleva el peso de la historia sobre sus hombros. De ser la primera de muchas cosas.

La muñeca que abrió espacios para que las niñas pudieran soñar, proyectarse. La que demostró su valor bursátil, cuando eso se consideraba de mal gusto en objetos de uso femenino. La que elaboró una larga línea de versiones de la mujer ideal. La que escuchó quejas y comprendió que Barbie no podía ser solo rubia y de ojos celestes. La que amplió su oferta en cientos de maneras distintas. La que convirtió a tener una profesión en parte de los juegos de infancia. La que lidió con la obligación de ser emblemática. Y la que, finalmente, volvió a cambiar para un nuevo milenio.

Barbie a la vanguardia, otravez

«Barbie»  — la película — de Greta Gerwig, es una alegoría a la muerte de las ideas. De la evolución de los símbolos, del crecimiento de lo simbólico dentro de una sociedad de consumo. Barbie — Margot Robbie — que creyó salvaba el mundo a fuerza de una sonrisa rígida, deberá comprender que, como encarnación de una premisa, no puede morir. Pero que para alcanzar el conocimiento deberá comprender y abrazar la fugacidad de la existencia. Ser parte de la línea de montaje del mundo humano en el que crecemos, nos desarrollamos y envejecemos en rápida sucesión.

Barbie — la compañera eterna de las niñas de seis generaciones — llegó al cine para hablar de feminismo. O lo más cercano que Hollywood puede hacerlo, sin perder dinero. Para mostrar a Ken convertido en un idiota útil que, finalmente, debe mirar su propia identidad y tratar de encontrar su lugar. Eso, dejando claro, que el machismo aplasta también a los hombres bajo la loza del conformismo y cierta violencia sistémica.

¿Todo eso dice una película con una Barbie sonriente? Quizás, el mejor truco de todos es que el hecho de que ames u odies la obra de Gerwig, hizo que estuvieras aquí, ahora mismo, conversando de un tema que, quizás, no te interesa demasiado. Que lo medites, que debas preguntarte por qué de pronto, el rosa se volvió subversivo.

La respuesta la tienes aquí y ahora la sabes. Siempre lo fue, solo que Barbie, escondió su secreto en generaciones de niñas a las que hizo creer que todo era posible. El mensaje más ufano de un éxito de ventas que acaba de dar el gran salto, para aglutinar cientos de conversaciones distintas — y muchas preocupaciones más — en pleno siglo XXI.

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