Opinión

"Priscilla", una vida a la sombra de Elvis

Sofia Coppola se toma el complicado trabajo de desconstruir a una leyenda. Pero no a través de sus vicios o pasado turbulento, sino del punto de vista de la mujer que le amó: Priscilla

globos de oro priscilla
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En la película “Priscilla”, de Sofia Coppola, no se incluye una sola canción de Elvis Presley. La ausencia es un poco extraña pero completamente adecuada. En especial, porque la directora tiene muy poco interés en la leyenda, interpretada con una sutil y perversa alegría por Jacob Elordi. El cantante que cambió la historia es en las manos de la directora una figura enorme, levemente inquietante y manipuladora. Pero en ninguna forma el protagonista de este relato elegante, con un trasfondo oscuro que resulta devastador.

No se trata de la imaginación de Coppola. La cinta está basada en las memorias de la Priscila titular, “Elvis and Me”, publicadas en 1985 y que le valieron la antipatía de los fanáticos.

La razón es obvia: el libro, y ahora la película, golpean a la figura del mito con una fuerza sigilosa pero voraz. Le muestran como una figura radiante, solar y apolínea, con todo el poder – público y monetario – a su disposición y que hacía uso de él. Al contrario de su esposa -encarnada con tino por Cailee Spaeny- quien es retratada por la cinta desde la perspectiva de la fragilidad. Y no lo hace por conveniencia del guion o para enviar un mensaje. La Priscilla de Coppola tiene la misma delicadeza de la real, que en su libro cuenta con una dolorosa inocencia que ser motivo de interés de “El Rey” cambió su vida desde el primer minuto, pero también “opacó cualquier otra aspiración personal que pudiera tener”.

Lo mismo ocurre en la película, sólo que la realizadora compone el escenario como una puerta que se cierra lentamente para aislar a su personaje. Priscilla sabe que cualquier aspecto de su vida tendrá que complacer y sostener el de Elvis. Que cada uno de sus deseos tendrán que estar supeditados al del amor, idealizado en público y en privado. Priscilla, en la versión de Coppola, está horrorizada por la posibilidad de perder a Elvis, el amor que la rodea como una condena.

La directora crea una composición de cuadros de luz y sombra para narrar una historia en esencia trágica. Cada vez que Priscilla aparece hay una radiante belleza de salones de colores exquisitos y ventanas que miran hacia calles y edificios resplandecientes al sol. Al contrario, Elvis es un totem de poder, real y en la imaginación de su novia y después esposa, total. Como si luz y sombra colisionaran, la película explora en este matrimonio que era un camino hacia la adoración devota.

¿Esto es amor?

Para la directora, Elvis es una superpresencia, un hombre capaz de desdibujar a los que le rodean con su brillo. En contraste, su esposa es una niña aislada, preocupada y desconcertada. Y Coppola hace énfasis en la juventud de Priscilla: con 14 años de edad es de una fragilidad preocupante. En especial para un Elvis diez años mayor que la rodea como un todo y la sostiene como una vorágine de emociones y sensaciones.

Es evidente que Coppola no desea contar una relación de abuso, grooming o violencia física — porque en realidad no lo fue — pero “Priscilla” bordea constantemente lo incómodo. La joven admiradora que se transforma en novia, todavía se sonroja al primer beso y tiembla de miedo ante insinuaciones. La cámara se acerca para mostrar su rostro y dejar claro que es una chica pequeña y que todavía necesitará años para hacerse mujer. Al contraste, Elvis es un hombre fuerte, la masculinidad pura de una década y tiene todo el poder en una relación destinada al desequilibrio.

priscilla

Coppola profundiza en cuestiones que en la actualidad resultan duras de asumir. Como el hecho de que Priscilla se convirtió en rehén de la celebridad de su esposo y que su vida propia comenzó a existir — a los ojos del público — con la muerte de este. Mucho más cruel aún: que para Elvis, Priscilla era una pieza en medio de una maquinaria creada a su medida. Deseaba una esposa y la tuvo. No importa si era una niña que todavía iba al colegio.

Coppola hace uso de la cámara para narrar con gran habilidad. La percepción de la escala — del poder, de la influencia, de la independencia — en la pareja se muestra como largos primeros planos en los que ambos permanecen en silencio. Ella, asombrada por el amor, atemorizada por los límites, desconcertada por no encontrar su lugar. Al otro lado, Elvis, rodeado de lujos y con una alegría maníaca, la mira a la distancia. Le concede el don de su atención. La paleta de colores cambia de una tonalidad de ensueño en pasteles y rosa — que recuerda a otra obra de la directora, “María Antonieta” — a una degradación de grises, nostálgicos, elegantes y duros.

Esta no es una historia de amor y no está concebida para que lo sea. Es un relato sobre la soledad, el desarraigo y las fronteras que separan al amor romántico de la manipulación y el dolor. Lo que Coppola demuestra con uno de sus finales más dolorosos y sutiles. Nada es lo que parece en “Priscilla”, tampoco el romance y la via idílica. Y esa disoación se convierte en un tipo de terror discreto que le brinda a la directora una de sus historias más maduras. Elvis no es abusivo o malvado, simplemente jamás miró atrás para comprender — o amar, en realidad — a la mujer que desapareció bajo su sombra. 

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