Corte Malandra: santos del pecado en Caracas
La Corte Malandra es una leyenda local que criolliza la historia de Robin Hood. Muchos piden su prtección y visitan la tumba del más popular del grupo mítico: Ismaelito.
La Corte Malandra es una leyenda local que criolliza la historia de Robin Hood. Muchos piden su prtección y visitan la tumba del más popular del grupo mítico: Ismaelito.
Pudieran pedirle a la Santa María, pero un grupo de hombres en un cementerio de Caracas prefieren beber aguardiente y fumar tabaco mientras hacen sus peticiones ante la tumba de Ismael, el líder de una corte espiritual formada por una docena de delincuentes, adorados en Venezuela.
La Corte Malandra (delincuente) o Corte Calé, una leyenda local que versiona la historia de Robín Hood y sus arqueros y los sube a los altares con revólveres y navajas, es el escaño más bajo del séquito de la reina María Lionza, un culto espiritista popular en este país.
El más popular de la Corte es Ismael Sánchez quien, según su historia más popular, fue un ladrón que vivió en una zona populosa de Caracas y dedicó su vida a robar a los ricos para ayudar a los pobres, y por ello al morir fue llamado al reino de la diosa indígena Maria Lionza para hacer el bien.
«Muchos te catalogan al decir que eres malandro, pero los que creemos en ti, sabemos de tu buena fe (…)», dice un afiche gigante colgado sobre la tumba de Ismaelito, como le llaman con cariño.
A solicitar su protección acuden quienes temen ser robados en las calles, los policías que buscan el resguardo espiritual del peligro del oficio, las mujeres agredidas por sus maridos, los que buscan a familiares desaparecidos y también los delincuentes para salir airosos del delito.
Omaira Centeno acude todos los domingos al cementerio y, sobre la tumba del «santo malandro», llora por la vida de su hijo, en una prisión de Venezuela por varios delitos que, según su madre, «jamás» cometió.
«Yo no hallaba a quién pedirle, hasta que vine aquí, yo le pido, lloro con Ismaelito, para que me cuide, que no me le hagan daño (en la cárcel)», cuenta Centeno mientras calza un cigarrillo en la boca de la estatuilla de yeso, y agrega: «Cuando llamas a Ismael, no puedes dejar que se le apague el cigarro, el fuma demasiado, uno atrás de otro».
Los miembros míticos de la Corte Malandra
La historia de Ismael, su eterno amor Isabelita, el «Ratón», el «Pez Gordo», «Tomasito», «el chamo Machera», y los muchos miembros de esta corte se pierden entre el mito, la realidad y la riqueza del sincretismo popular.
Cruz Crescenio Mejía, de tez oscura, fue otro delincuente que, según la leyenda, vivió a principios de la década de 1940 y estuvo en prisión al menos en cuatro oportunidades, de donde se fugó el mismo número de veces, gracias a su «pacto con el Diablo». Crescenio es también muy popular en la Corte, en la que es más conocido como «Petróleo Crudo».
«Murió de 132 tiros (sin contar la balas que pasaron por el mismo hueco) durante un intento frustrado de robo a un banco. Sus cómplices (que creía sus amigos) lo dejaron solo al llegar la policía», cuenta la historia de Tomasito, otro santo malandro, en su página de Facebook.
Las muestras de agradecimiento abundan alrededor de estas figuras, que en los comercios informales son vendidas en forma de estampita o estatuillas de yeso en todos los tamaños e incluso a escala real. Las historias de sus creyentes se pierden entre la realidad y lo mágico
«Coya» se mudó al cementerio hace ocho años,para pagar una promesa a Ismael, convencido de que este le salvó la vida cuando era perseguido por delincuentes y, asegura, será el guardián de los nichos de la corte por 20 años.
«A mi me cayeron a tiros unos malandros donde yo vivía, y me quede ahí en el piso, nadie me ayudaba porque ya estaba muerto, pero de repente desperté», cuenta.
Desde entonces vive en una capilla abandonada en el cementerio, entre los vendedores ambulantes de cerveza, los muertos olvidados, sarcófagos profanados, mártires, ex presidentes y hasta el escritor Rómulo Gallegos, todos ellos también enterrados en el antiguo camposanto.
Los espiritistas que siguen el culto a María Lionza practican con frecuencia y en privado ceremonias para «bajar» o «transportar» espíritus de alguna de las cortes de la deidad indígena, y así poder pedir los favores a sus santos «personalmente».
En una hacienda a unos cien kilómetros de Caracas, Víctor Romero se prepara en el centro de un pequeño grupo de hombres y mujeres que esperan «la bajada» del espíritu de Ismael.
Mientras se retuerce sobre la punta de los pies, una mujer le escupe aguardiente, Víctor balbucea algunas palabras sin sentido y todos a su alrededor esperan al santo malandro, para quien llevan una lista de peticiones.
Después de gritos y gemidos, el joven «materia», como se les conoce en el espiritismo a quienes aseguran recibir espíritus, se sienta, pide una gorra, cigarrillos y aguardiente, y se dispone a escuchar.
«Todo está en la fe que tu le pongas», dice el espiritista en medio del trance, una frase que da rienda suelta a este modo de entenderse con la vida y que, como en el ilusionismo, aunque se vean los hilos y el truco, nadie lo ve, porque todos prefieren creer que hay magia.