Venezuela

Nuestra tragedia en un Toronto

Cuando estaba en kínder, hace 51 años, un Toronto costaba una locha. Y eran enormes, nada que ver con lo mermados de hoy. Con un bolívar —que era una fortuna para un niño— yo podía comprar ocho Torontos.

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Foto: Mamitalks.com

Mi bisabuela tenía fama de haber sido una gran cocinera. En su casa, cuando mi bisabuelo fue ministro, se celebraban grandes banquetes donde ella dirigía desde el primer plato hasta el postre. Pero sus recetas ya no sirven.  Se perdieron por culpa de las sucesivas devaluaciones del bolívar.

El bolívar fue —durante más de cincuenta años— una de las monedas más estables del mundo. Y como muestra de esa fortaleza están las recetas de cocina, donde las cantidades se expresaban en precios y no en medidas. “Bizcochos de a centavo”… “un medio de queso blanco duro rallado”, “una locha de azúcar”… Esa manera de expresar las cantidades reflejaba que a lo largo de los años la inflación era mínima, pues de lo contrario jamás hubieran sido dadas de esa manera. Hace poco descubrí en un cuaderno de recetas de mi mamá una que decía “una caja de Corn Flakes de un real”. Por supuesto, la receta es de antes de 1983, cuando comenzó la debacle de nuestro bolívar y la inflación comenzó a abatir los hogares venezolanos.

Por mucho tiempo, las historias de inflaciones en países latinoamericanos nos parecían lejanas y rocambolescas. Recuerdo en particular las de Perú, que contaban de los timbres que había en los supermercados. Cuando sonaban, significaba que la compra subiría un tanto por ciento de aumento al llegar a la caja. O de las ventas de motos que ofrecían “compre su moto hoy y a fin de mes le devolvemos su inversión”. No hemos llegado a eso, ciertamente, pero de seguir como vamos, llegaremos. La economía es como la ley de la gravedad: nunca falla. Y es inmune a ideologías y dogmatismos. En otras palabras, aunque Maduro y sus adláteres se paren de cabeza, no podrán detener la espiral inflacionaria si no toman las medidas que deben tomar, pero que sus cabezas rojas y calientes no se los permiten.

Pero para ser aún más didáctica, voy a ilustrar la inflación y la devaluación con un ejemplo sencillo: un Toronto. Yo tengo 56 años. Cuando estaba en kínder, hace 51 años, un Toronto costaba una locha. Y eran enormes, nada que ver con lo mermados de hoy. Con un bolívar —que era una fortuna para un niño— yo podía comprar ocho Torontos.

Ayer compré dos para mi hija. Pagué veinte bolívares por cada uno. Pero recordemos que Chávez les quitó tres ceros a aquellos bolívares cuando puso en circulación el bolívar fuerte —contradictoriamente el más débil de todos los bolívares que jamás hayamos tenido. Es decir que un Toronto hoy cuesta veinte mil bolívares de los viejos. ¡Veinte mil bolívares! Con veinte mil bolívares hace 51 años yo hubiera podido comprar ciento sesenta mil Torontos, o haber dado la cuota inicial de un tremendo apartamento en una de las mejores zonas de Caracas. Hoy, ciento sesenta mil Torontos cuestan Bs. 3.200.000, lo que cuesta un carro de segunda mano. Es decir, que nuestro poder adquisitivo también ha mermado.

Desde 1983 hasta hoy, el pobre bolívar se ha devaluado cien mil veces, de 4,30 a más o menos 430.000 —430 del dólar paralelo, el único que se consigue, más los tres ceros que le quitaron. Entre 1998 y 2015, años de gobiernos chavistas, el bolívar se devaluó 749,28 veces —pasó de 573,88 por dólar a 430.000 por dólar—, versus la devaluación de la IV República, de 133, 46 veces, relación que luce “conservadora” cuando se compara de Bs. 4,30 a Bs. 573,88. Aun tomando la inexistente tasa SIMADI, el bolívar chavista se ha devaluado 346,76 veces, más que en todos los gobiernos anteriores.

No es la derecha, ni el imperio, ni Felipe González, ni la Exxon, ni Guyana, ni ninguna otra excusa que esgrimen. Es la absoluta incapacidad del gobierno de manejar la crisis. Lástima que sea algo tan delicioso como un Toronto el instrumento para explicar de manera meridianamente clara la magnitud de la tragedia que vivimos.

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