Venezuela

Alirio Díaz: virtuosismo con 92 años de existencia

De origen humilde, impresionó a públicos de los teatros más importantes del mundo. Bondadoso, ocurrente e innovador en sus variaciones, no sólo es uno de los grandes guitarristas sino que transcribió e internacionalizó parte del repertorio de la música venezolana. Hoy celebramos su cumpleaños.

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Durante una entrevista llegó a contar que en la adolescencia, cuando trabajaba como portero en el cine de Carora, ayudó a sus amigos a conquistar a las muchachas llevándoles serenatas. Y que esas aventuras nocturnas, con sus respectivas huídas de los padres celosos, le sirvieron para “hacer manos” en la guitarra.

Dijo también que fue a los 12 años cuando, en un salón de la Escuela Federal Egidio Montesinos, supo lo que era un mapa del mundo: quedó conmocionado al comprobar que existían otros países.

Y recordó que viajó de auto-stop a Barquisimeto empeñado en reunirse con el gobernador. No sabía bien qué le diría, lo único que quería era seguir estudiando. Le tocaba cursar el sexto grado.

Infatigable, disciplinado y humilde ─condición que no perdió en la época en que le hablaba en inglés a un camarero y atendía llamadas en italiano desde la suite de un lujoso hotel─, Alirio Díaz, ese hombre virtuoso que hizo de la guitarra su mejor variación, cumple hoy 92 años de vida.

Nació en una de las 207 casas que tenía el pueblo en ese entonces, el 12 de noviembre. Era el octavo hijo, luego vendrían otros tres, de Pompilio Díaz y Josefa Leal, personajes sencillos que alternaban la atención de una pulpería con el pastoreo y la siembra de maíz en La Candelaria (Carora, estado Lara) de 1923.

En ese contacto con las manifestaciones culturales, fue su familia la primera academia musical. Influencia a la que se sumaron los tangos de Gardel y las películas mexicanas, con las canciones de Lorenzo Barcelata.

Luego vino una figura importante que lo acompañó durante gran parte de su vida: el periodista e intelectual Cecilio Zubillaga Perera; mentor y especie de mecenas que lo guio a Caracas en 1945. Allí lo recomendó con Vicente Emilio Sojo, quien estaba al frente del Conservatorio de Música donde recibiría clases de Raúl Borges, y con Pedro Elías Gutiérrez, director de la Banda Marcial, en la que ejercería como quinto clarinetista ganando 150 bolívares al mes.

Cinco años más tarde se fue a estudiar con una beca a Europa, primero en España y luego en Italia, siguiendo los pasos de Andrés Segovia, considerado el padre del movimiento moderno de la guitarra clásica. Vendrían luego países como Bélgica, Francia, Holanda, Estados Unidos, Japón, la India y el Medio Oriente. No hay espacio al que Alirio Díaz no haya llevado las partituras.

“Siempre ha sido el mejor alumno y se convirtió en una referencia de nuestro país en el mundo. No solo interpretó las grandes obras de importantes guitarristas europeos y latinoamericanos, sino que transcribió en guitarra las composiciones de la música popular venezolana: serenatas, merengues, valses. Llevó la música de Antonio Lauro por el mundo e hizo de su vals N° 3 Natalia un tema obligado en los repertorios. A pesar de que es un gran maestro de la música académica, Alirio dio a conocer las melodías populares nacionales. Nos internacionalizó”, afirma el musicólogo e investigador Rafael Salazar.

 Aquiles Báez y sus anécdotas sobre Alirio

Aquiles Báez guarda muchas anécdotas con Alirio Díaz, entre ellas la de una vez que coincidieron en Barquisimeto. Él tocaba y el maestro se subió a tarima y elogió su trabajo. Le había dicho que estaba muy emocionado porque escuchaba una guitarra que no conocía.

“En su momento era Dios. Fue mi primer gran referente de la guitarra y el de muchos. Le tengo un enorme cariño y mucho respeto. Es un hombre sumamente brillante. Para uno es un maestro y es hermoso tenerlo en un pedestal por lo que significa: la música venezolana hecha guitarra”, expresa el músico.

Alirio colecciona ese instrumento que ama ─“por algo tiene forma de mujer”, suele decir. Algunas las usó para las grabaciones y otras para los conciertos con orquesta por la calidad de su sonido. Tiene más de diez: una japonesa, varias españolas, otras italianas y una venezolana hecha por Ramón Blanco. Con ellas grabó más de una treintena de placas con disqueras venezolanas, mexicanas, francesas, inglesas, austríacas y estadounidenses.

Es además un ejecutante galardonado. Entre otros, es Premio Nacional de Música 1980 y ocho años después obtuvo el Premio Interamericano de Cultura Gabriela Mistral, que compartió con el compositor chileno Juan Orrego, otorgado por la Organización de Estados Americanos. Recibió entonces 30.000 dólares.

El jurado lo reconoció “por la dimensión y el alcance universal de su categoría de intérprete de la guitarra, así como por su extraordinaria labor como difusor mundial permanente del repertorio latinoamericano”.

Se trata de melodías que para Alirio, quien publicó la autobiografía Al divisar el humo de la aldea nativa, guardan especial relevancia. Distribuyó entre solistas internacionales temas como “Visión porteña”, “Como llora una estrella”, “El ausente”, “Bellas noches en Maiquetía”, “Conticinio”, “Amalia Rosa” y “El diablo suelto”. Las dos últimas de sus composiciones favoritas junto con las de Andrés Segovia, Isaac Albéniz y Regino Sainz de la Maza.

“¿Cómo se logra la magia de la guitarra?”, le preguntó en una ocasión un periodista a comienzos de los años ochenta. “Con amor, con sensibilidad, con perseverancia”, respondió el maestro.

 Alirio en todas las partituras

La herencia de Alirio Díaz está en todas las partituras que internacionalizó, las variaciones creadas que renovaron las interpretaciones, las enseñanzas a tantos alumnos. Entre ellos el director y guitarrista Álvaro Paiva Bimbo.

“Me emociona mucho hablar de él. Es una persona de procedencia humilde y se esforzó de una manera tan abnegada y sacrificada que logró ser, a los ojos del público mundial, el mejor guitarrista. Tal vez no tuvo un despliegue mediático como Andrés Segovia, pero en la práctica era sorprendente. En mi casa había un disco con uno de sus primeros conciertos, que escuché después en la Sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño, dirigido por el maestro José Antonio Abreu. Y 20 años más tarde vi clases con él en la Asociación Venezolana de Amigos de la Guitarra”, relata el integrante de la Movida Acústica Urbana.

Todo el que lo menciona coincide en su gran calidad humana, su cercanía. Es un hombre que no se dejó arrastrar por el ego del éxito; tampoco tuvo celos de las nuevas generaciones.

Finaliza Paiva: “Es una persona que siempre se adornó con la palabra, usaba el verbo correcto, el adjetivo adecuado con elegancia y humor. Siempre haciendo chistes, es muy ocurrente. Siempre con amor para todos. Él es un ejemplo para mí, no solo como músico sino también como ser humano integral”.

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