Venezuela

No son mujeres (ni hombres… por si acaso)

A las mujeres que todavía son mujeres.

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Foto: Andrea Hernández

Magnífico, la revolución lo está logrando: el ideal de igualdad se cumple cada vez con mayor fuerza. Sí, ya saben, mientras más iguales más libres somos. Eso nos dice la filosofía socialista, revolucionaria, humanista. Vende, pregona que debemos ser todos iguales, porque así es el Estado de justicia social. Iguales sí y sin duda, frente a un Estado todopoderoso que nos dice de qué manera tenemos que ser iguales.
La gente está siendo tan igual que las mujeres son cada vez menos mujeres, y cada vez más iguales… a los malandros. Ahora las malandras abundan. Y disculpen si hiero sensibilidades, seguramente sí; a lo mejor estoy siendo machista o sexista, o no sé. Yo prefiero pensar que quizás soy romántico, anticuado.
¿No ha escuchado usted hablar de mujeres que asaltan? Hace poco, a un mensajero que conozco lo asaltó una mujer. La malandra se bajó de la parrillera de una moto y, pistola en mano, le quitó el morral (con un jugoso retiro de la empresa donde trabaja) cuando el mensajero apenas salía del banco. Estamos, no se puede dudar, ante una mujer que ha alcanzado los altos grados de igualdad deseados por la revolución.
Hay malandros, pero también ahora hay malandras de sobra. Tenemos hasta malandras muy buenotas que se hacen novias de los malandros y terminan siendo más malandras que nadie. En el imperio del llamado bachaqueo, ni se diga: las reinas absolutas son las mentadas bachaqueras.
«¡Es que son luchadoras arrechas», dirá alguno. «¡Tienen que ser así para llevarle la comida a sus hijos!»
Bueno, démosle entonces las gracias a la revolución que a todos, por igual, nos ha vuelto luchadores, o más directo aún, prisioneros de la necesidad, del hambre, de la urgencia, de la ambición, de la falta de educación, de moral y pare usted de contar las carencias.
Los mercados y las aceras del bachaqueo se han convertido en el mejor escenario para ver tales horrores.
Primera escena: La bachaquera llega a la parte delantera de la cola (nadie la ha visto desde que comenzó a hacerse la fila), saca un cuchillo y dice: «Yo voy acá, desde el principio», ¡y zas!, ahí se planta la bachaquera y diez más que llegaron con ella (¿con ella?).
Segunda escena: Llega la policía a movilizar a un grupo de bachaqueros que obstruyen el paso peatonal en una acera. Las bachaqueras protestan, se alteran, comienzan a caerle a palos a los policías que, todavía con un poco de respeto hacia la figura de la mujer, no hacen más que defenderse de las bachaqueras. No obstante, ellas (¿ellas?), tiran al piso a una mujer policía y le caen a patadas y a palazos en la cara, le revientan la boca, la nariz, le sacan todos los dientes. La mujer policía termina en un hospital, hay que hacerle cirugía para reconstruirle el rostro. ¿Las bachaqueras? Ninguna fue encarcelada.
Tercera escena: Una niña (también en el mercado) tropieza a una señora ya mayor y la hace tambalearse. La señora —amablemente— le dice a la niña que por favor tenga más cuidado, que la pisó duro. La madre, emperifollada, perfumada (no es bachaquera), pasa junto a la señora mayor y le dice: «!Ay sí, cuidado vieja del coño, se te va a caer un pie por esa vaina!»
Cuarta escena: Una señora de unos sesenta años que porta un solo producto, se pasa por el forro a toda la cola (del mercado) y se instala de primera. Los demás reclaman y la señora (¿la señora?), que no es bachaquera ni malandra, enfurecida, les grita a todos: «¡Ay no joda, yo no voy a hacer toda esa cola, yo tengo un producto nada más!».
En esta revolución (que ya ni siquiera es revolución ni sabemos qué cosa es), la gente está cada día está más igualada en la degradación. Es decir, cada día somos menos seres humanos. Porque quizás esta igualdad tan mentada no busque lo humano, quizás la gente está dejando de ser gente y se está convirtiendo en otra cosa, otra cosa sin sexo, pero sobre todo, sin humanidad.
Por cierto, cuando se usa «hombre» como un genérico que abarca hombres y mujeres, ¿no creen ustedes que se está siendo inclusivo? En cambio, cuando se dice «El hombre y la mujer son buenos y buenas en esencia», ¿no se está siendo excluyente? ¿No se está poniendo a los hombres por un lado y las mujeres por otro?
Ser humano (nada de «humana», ¿okey?) implica dignidad, bondad, respeto. Cada vez menos esa humanidad está la gente y, lo que más me asombra y preocupa, es que se está yendo de un modo acelerado de las mujeres. Porque en este mundo de feminismos y banderas afines yo sigo creyendo que la mujer es depositaria de delicadezas, tactos, belleza interior y de una humanidad más humana que la de los hombres. Y no es que una mujer no pueda salir a luchar por la leche de su niño ni mucho menos; pero de allí, a que se convierta en una malandra, es grande el trecho. Un mundo con hombres idiotas, lo hemos vivido por siglos; un mundo con mujeres de lo mismo, ya es el apocalipsis.
Hay quien dice que la igualdad que tanto ha mentado la revolución hace a la gente libre, porque ahora todos tienen derechos e «igualdad de condiciones», que es algo así como decir que cada quien hace lo que la da la gana. Es así, la bachaquera saca un puñal en medio de la cola, se colea y nada puede hacerse. Y tampoco nada puede hacerse con la madre emperifollada que le dice cuatro cosas horrendas a la señora mayor.
No, lo siento, acá no tenemos libertad ni igualdad, ni justicia ni derechos. Nos encontramos sometidos a un poder que domina y aliena desde la más absoluta oscuridad. Somos igualmente desgraciados, eso es lo que somos.
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