Venezuela

Bernardo Álvarez Herrera: el punto de no retorno

La semana pasada una carta escrita por un grupo de sus compañeros de la promoción de 1974 del Colegio San Ignacio, que circuló ampliamente por las redes sociales, puso nuevamente en el tapete a Bernardo Álvarez Herrera, Embajador de Venezuela ante la OEA: 

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Esta carta debería comenzar con un “querido amigo”. Al menos, con un “estimado compañero”, pues estudiamos juntos en el colegio San Ignacio de Loyola de Caracas algunos en la primaria y otros en el bachillerato. Pero no es así. Lamentablemente para nosotros -y para los ciudadanos de Venezuela- ninguno de los abajo firmantes podría comenzar esta carta ni siquiera con un simple “compañero” pues nuestra estima por su persona desapareció de forma directamente proporcional a las actuaciones que usted ha tenido durante los últimos diecisiete años.
La carta, apoyada por la mayoría de quienes la leyeron, llevó al Dr. José Silva, Presidente de Sovetórax, a escribir en Twitter: “Cuando tus panas del colegio dicen esto de ti ¿cuánto debes tener en el banco para no suicidarte?”…
Bernardo Álvarez Herrera pertenece, tanto por vía paterna como por la materna, a la godarria caroreña, una de las más rancias de toda Venezuela. Carora tiene una larga historia de aguerridos indígenas, mujeres manchegas y extremeñas que llegaron cuando prácticamente no venían mujeres a América y ambiciosos encomenderos. La ciudad fue fundada dos veces. La primera por Juan del Thejo en 1569, Nuestra Señora de la Madre de Dios de Carora. Ésta fue destruida por los indios ajaguas y caquetíos. La segunda por Juan de Salamanca en 1572, bautizada como la Ciudad del Portillo de Carora. El casco colonial es el mejor preservado de toda Venezuela, tal vez porque sus habitantes, descendientes de los fundadores, todavía viven allí. Y si no viven allí, tienen casa donde llegar. Los caroreños siempre regresan a su terruño. Todos se conocen, y porque se conocen opinan.
Uno de ellos, quien por nexos familiares “y absoluta devoción por sus padres” no quiso ser identificado, me dijo que “hasta la familia lo ha rechazado. En el velorio de una tía lo pitaron. Cuando falleció otra tía, ni se asomó por el velorio, no fuera a ser que lo pitaran de nuevo”.
Un primo político está seguro de que Álvarez “se volvió socialista por cuestiones de interés personalísimo y  poder cumplir así con la meta política que se trazó de llegar a las altas esferas del poder político y no pudiendo hacerlo a través de los partidos del status quo (AD y COPEI) donde sabía de antemano que no ascendería para nada, optó por lo que le quedaba”. Otro primo carnal cree que “esa parte de socialista de Bernardo debió estar influenciada por su tío materno,  José Herrera Oropeza, padre del abogado Cheíto Herrera, que fue el segundo a bordo en la época cuando el  Fiscal General  enjuició a Carlos Andrés Pérez”.
El hecho es que ni sus amigos de primaria, quienes lo recuerdan como “un tipo amigable” ni sus compañeros de universidad, entienden cómo “Bernardo pasó del idealismo al pragmatismo. Traicionó todo aquello en lo que creía”, como me comentó una compañera de la UCV.
Otro compañero de estudios de primaria disiente: “Bernardo no era amigable, era peleón. Cuando pertenecíamos a Los Criollitos por parte del San Ignacio año 1967, él era pitcher. Cuando alguien del equipo contrario le metía un batazo de cuatro esquinas, debíamos salir a agarrarlo a él, para que no le pegara al bateador”.
Uno de los que estudió con él los tres primeros años de bachillerato en La Salle, adonde fue a parar luego de ser expulsado del San Ignacio en sexto grado (y adonde volvió para graduarse de bachiller en Humanidades)  lo define como “un tipo inteligente, callado y planificador”. Sin embargo, varios refirieron “no haber cruzado palabra con él, a pesar de haber estudiado tantos años juntos”. “Era retraído y extraño, cuando estábamos en IV Año no iba a los bailes de quince años “porque no estaba de acuerdo con ellos”, hecho loable en sí mismo, pues denotaba coherencia entre el pensamiento y acción. Pero esa coherencia también se perdió en el camino.
Quienes han conocido a su familia, se asombran de que Álvarez Herrera haya comulgado con el chavismo. Su padre, el  médico Homero Álvarez Perera fue querido, respetado y admirado por todos quienes lo conocieron. A su muerte, en 2009, se escribieron bellísimos artículos en su memoria. Uno de ellos, publicado en la página de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría, empieza así:
“En la casa parroquial de Carora, en el estado Lara reposa una fe de bautismo cuyo contenido constata que el 19 de noviembre de 1921 nació un niño de nombre Homero de Jesús Crispín del Carmen Álvarez Perera, hijo de Augusto León Álvarez Álvarez y de María del Carmen Justa del Sacramento Perera Meléndez. Así como su nombre, extenso y amplio, así fue su vida con un terreno grande de logros y aciertos. De inmediata disposición para el servicio al prójimo, desde muy joven supo que iba a estudiar Medicina”…
Yolanda Misle Giraud trabajó con los Álvarez Herrera. En el blog de César Miguel Rondón, donde fue publicada la carta en cuestión, escribió: “conozco a la familia Álvarez Herrera desde los comienzos de los años 70, trabajé directamente con su padre el honorable Homero Álvarez Perera y con su esposa la respetable señora Elvira Perera de Herrera, ellos fueron unos grandes luchadores sociales, el Dr. Homero Álvarez desde su trinchera como medico neonatal fue Presidente del extinto Instituto Nacional del Menor, luchó por la defensa de los menores ante la explotación de los mismos, por esta razón fue demandado, juzgado, él fue un defensor de las injusticias sociales hasta su muerte, hoy día no puedo comprender al igual cómo aquel joven que yo vi crecer bajo ese hogar lleno de amor, respeto hacia al prójimo, ha puesto sus intereses personales ante los graves problemas que desde hace tantos afecta a Venezuela y a los venezolanos”.
Supe de una reunión el año pasado en Barquisimeto, en el apartamento de Alejandro Riera Zubillaga, donde estaba presente el historiador Guillermo Morón, quien al escuchar las denuncias que hizo alguien de ciertos “manejos oscuros” por parte de Álvarez, sentenció indignado: «díganle a ese señor que le mando a decir yo que él  no es digno de ser hijo de Homero Álvarez Perera, porque  le queda muy grande esa honra”.
Todavía hay dolor en algunos de los que fueron amigos de Bernardo Álvarez Herrera y lamentan que se haya separado de esa línea del bien trazada por sus padres y abuelos. Uno de sus amigos más cercanos, escribió: “más que la indignación me mueve otro sentimiento más complicado de definir, es algo así como una perplejidad moral. Siento que Bernardo me debe una explicación personal porque un día fuimos amigos y compartimos sueños, planes y valores o al menos eso pensaba yo, y a pesar de que a veces no coincidíamos, creí ingenuamente que al menos algunos principios como el amor a la  justicia y a la verdad  estaban por encima de cualquier ideología. Me gustaría conocer la opinión de otros que como yo fuimos muy cercanos a Bernardo. Siempre guardé la esperanza durante todos estos años de que algún día Bernardo nos daría la alegría a sus amigos alejándose de toda esta barbarie, pero no solo no lo ha hecho sino que se  ha comprometido cada vez más con esta locura que nos ha invadido hundiéndose con ellos cada vez más en esa inmundicia hasta límites inaceptables. Sus declaraciones del otro día son un punto de no retorno”.
Lapidario testimonio, como lapidario es el final de la carta de sus compañeros:
“Como cualquiera de los acólitos miembros del régimen, usted será juzgado por sus faltas, y si no llegara a serlo por un tribunal, lo será por sus familiares y otrora compañeros, que hoy se sienten asqueados y traicionados por su conducta servil, aduladora del peor gobierno que ha tenido Venezuela o por su misma conciencia, si es que ella es capaz de soportar la carga de esos muertos que pudieron salvarse con la ayuda humanitaria. A plena conciencia de lo que le sigue, que Dios lo perdone si puede, no está en nosotros hacerlo”.]]>

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