Venezuela

Susto y matraqueo es lo que se vive al cruzar de noche la frontera

A quienes sorprende el cierre de la frontera colombo-venezolana en el vecino país, es posible que lo capte un coyotero o -conocedor de los caminos verdes- que le asegura llegar a Venezuela sin contratiempos pero con mucho miedo, comentan dos venezolanas que pasaron por la amarga experiencia.La frontera colombo-venezolana fue reabierta para el paso peatonal el pasado 13 de agosto, luego de un año de cierre. En medio de numerosas reuniones y diálogos entre autoridades de ambas naciones, se acordó restablecer el tránsito en un horario comprendido entre las 6 de la mañana y las 9 de la noche hora local de Venezuela.

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Foto: EFE

Desde entonces, miles de personas se trasladan a diario desde distintos puntos de la geografía nacional hasta la frontera entre el Táchira (San Antonio) y Norte de Santander (Cúcuta) para hacer compras, mayoritariamente de artículos de la cesta básica alimentaria, repuestos para vehículos, cauchos y baterías.

En maletas grandes, sacos, bolsos y cualquier elemento con capacidad de almacenamiento, transportan los productos comprados en la mencionada ciudad fronteriza. En algunos casos son revendidos en territorio nacional, aprovechando el desabastecimiento que enfrenta el país.

Al caer la tarde en la soleada frontera, empieza a aumentar el flujo de personas que retornan a través del puente Simón Bolívar a la población de San Antonio. Mujeres, hombres y niños agilizan el paso y empujando la compra, buscando cruzar la línea limítrofe antes de la hora de cierre.

Beatriz y Rossana son dos venezolanas que decidieron ir a Cúcuta de compras hace un par de días. Felices de encontrarse con una realidad totalmente distinta a la que enfrentan en el país, las muchachas se adentraron en el mundo del consumismo y entre escoger marcas de toallas sanitarias, champú, cremas corporales y comida, se les pasó el tiempo.

“Cuando vimos el reloj faltaba media hora para el cierre y estábamos aún en Cúcuta. No administramos bien el tiempo y al llegar a la aduana colombiana la policía de ese país nos dijo que no podíamos pasar porque se había cerrado la frontera”, relató Rossana.  

Comentó que no fueron las únicas que quedaron del lado colombiano con el cierre. “A mi alrededor había un grupo como de 10 personas que luego fue creciendo conforme pasaban los minutos”.

Ni ruegos, súplicas y alegatos legales fueron suficientes para que las autoridades colombianas accedieran a abrirles paso hacia San Antonio.

“Les dijimos que no teníamos donde quedarnos en Cúcuta y menos dinero para pagar un hotel. Nunca entendí por qué los policías colombianos nos impidieron el paso hacia Venezuela, mientras seguían ingresando a través del puente Simón Bolívar, personas que iban  de Venezuela a Cúcuta”, precisó la joven.

Recuerda que en medio de la desesperación de ver cómo pasaba el tiempo y no encontraban una solución, se les acercó un muchacho y les dijo que él podía ayudarlas a cruzar la frontera y llegar a la población de San Antonio.

“Con discreción se nos acercó y dijo: ‘las puedo ayudar a pasar por la trocha. Les garantizo que llegan al otro lado pero tiene que ser ya porque más tarde se complica’. Yo me asusté y no contesté nada pero vi que lo mismo se lo iba diciendo a cada uno de los que allí estaban».

– El reto era inevitable –

Aunque la idea de cruzar por los caminos verdes no era la mejor por las repercusiones que pudiera traer la hazaña, a Beatriz y a Rossana no les quedó más opción que seguir los pasos de la muchedumbre que caminaba detrás del experto en la trocha. No asumirlo implicaba quedarse en medio de la soledad al otro lado del puente y aguardar hasta las seis de la mañana del día siguiente, hora en que sería restablecido el paso.

“Sentía mucho temor, no quería irme por esa vía pero no quería quedarme sola. El resto de personas seguía al joven que nos ofreció llevarnos por la trocha”, dijo Beatriz.

Caminaron a paso largo para alcanzar al grupo que ya se había adelantado con el guía. Se adentraron al corregimiento colombiano de La Parada y de allí tomaron el camino que conduce al río Táchira.

“Pasamos por un caminito repleto de monte que nos llevó a la ribera del río. Me asusté al ver cómo de dentro de los matorrales salió otro muchacho que estaba allí como escondido”, narró la aventurera.  

Aseguraron las muchachas que dentro del grupo la mayoría eran mujeres y niños pequeños.

“Los pocos hombres que iban se dividían entre ayudarnos a algunas a cruzar el río y otros apoyaban con la carga y mercados. Hasta un bebé en coche cruzó el río esa noche”, comentó Beatriz.

Con el agua que les llegaba a las rodillas, Beatriz y Rossana saltaron desde el río Táchira para pisar tierra venezolana.

“El susto era grande, no había mucha luz en el camino, apenas la de los reflectores que alumbran el puente Simón Bolívar, alcanzaba a llegar. Había mucha angustia y algunas personas estaban alteradas, junto a mí iba una chica que no paraba de llorar. Al otro lado una señora que no hacía más que invocar la protección de los ángeles”, narró asustada.

– Una voz de alto apareció –       

Cuando ya se pensaba haber sobrepasado lo más difícil, una voz de alto paralizó al grupo: “Alto, al piso y requisa bajo el puente”, dijeron los militares a quienes iban de primeros.

“Las mujeres empezaron a gritar. Un hombre se alteró y pedía que no lo apuntaran. Nosotras con otras personas nos agachamos y tratamos de escondernos en medio de la maleza… pero hasta ahí llegó un militar y pidió que saliéramos”, cuenta Rosanna, tapándose la cara y sonrojada.

Asegura que en ese momento no sentía las piernas, temblaba de miedo y se acercó a la autoridad para tratar de mediar. Le explicó que eran personas de bien y que lo único que buscaban era retornar al país porque no podían pernoctar en Colombia y no habían podido pasar a través del puente.

“Ellos gritaban, decían que nos llevarían presos que lo que hacíamos era ilegal y aunque lo era sentí que habíamos quedado en medio de una emboscada cuando miré a todos lados y nuestro guía y conocedor de la zona había desaparecido”, dijo.

Luego de múltiples ruegos y el llanto de algunas mujeres, el militar venezolano habría accedido a no requisar a nadie allí. Los formó en una fila que era escoltada por dos militares más y pidió que lo acompañaran, que él los sacaría del lugar pero debían «colaborar».

Continuaron el recorrido por un trayecto que describen aún más oscuro y escabroso que el primero. Pasados unos 10 minutos llegaron a una calle de la población de San Antonio en donde estaba apostada una alcabala móvil del Ejército venezolano.

“Al ver la luz de los postes eléctricos y alrededor casas y personas sentí un grande alivio. Sentí que me había salvado porque sin duda alguna hubo un momento en el que temí por mi vida”, confesó Rossana.

– Colaboración con colaboración se paga –

Una vez llevan al grupo al puesto militar, les indican que van a llamar al jefe, un teniente del Ejército que según él mismo relató apenas tenía unas semanas de haber sido enviado a la frontera, procedente de Valencia, estado Carabobo.

“Nos rodearon varios militares, todos portando armas. Llegó el jefe del puesto y nos dijo que todos podíamos ir a la cárcel por lo sucedido. Nos atemorizaba diciendo que él no sabía si éramos paramilitares, si llevábamos armamento, explosivos o si éramos espías. La sorpresa más grande que me llevé fue que ahí vi de nuevo al guía de la trocha que nos contactó del lado colombiano. Estaba con los militares”, destacó.

Relató Rossana que de nuevo el pánico se apoderó de ella al ver que efectivamente podía quedar detenida. “Las razones para llevarnos a la cárcel aumentaban, el militar nos atemorizaba y no faltó quienes pidieran clemencia. Las mujeres angustiadas les mostraban a sus hijos, incluso los que llevaban en brazos”.

Al fin, -dijo la joven- el militar se acercó y pidió le contara todo lo que había pasado. “Le expliqué que nos cerraron la frontera en Colombia porque llegamos cinco minutos antes de las nueve de la noche y no fue posible que nos dejaran pasar y optamos por los caminos verdes a sabiendas que no es legal. El oficial del Ejército me dijo yo les quiero colaborar para que no trascienda el evento, pero colabórenme ustedes a mí”.

Rossana recuerda que le preguntó al funcionario, de qué manera podía ayudarle a lo que él respondió sin mayores complicaciones: «recojan lo que puedan entre ustedes rápido y se lo entregan al soldado. Luego le dio la espalda y se marchó.

Entre 1.000 y 2.000 bolívares por personas fueron recolectados en el grupo de 15 integrantes para “colaborarle” al oficial del Ejército venezolano.

“Una de las mujeres del grupo se encargó de pedir la plata a cada uno de nosotros. Yo di 1.000 bolívares y Beatriz 1.500. Cuando todos ya habían pagado la cuota nos dijeron que podíamos irnos sin novedad”.

Según las personas que caminaban calle abajo en busca de una salida, el procedimiento es “muy común en la zona” y se le aplica a los grupos de venezolanos que son captados en la aduana colombiana cuando se cierra el paso a San Antonio, unos 10 minutos antes de las nueve de la noche, dijo Rossana.

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